La carta secreta (IV)

26 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

La carta secreta (IV)

JS ZOLLIKER

Entregas anteriores: Parte 1 https://www.ejecentral.com.mx/la-carta-secreta/ Parte 2: https://www.ejecentral.com.mx/la-carta-secreta-ii/ Parte 3: https://www.ejecentral.com.mx/la-carta-secreta-iii/ Es mejor no esperar más. Santiago se aproxima sigiloso a la puerta. La jala ligeramente. Chilla un poco el metal. Lo hace más lento, más delicado, solo lo suficiente para poder entrar. Siente sus latidos en la frente y en la yugular. Luego permanece en silencio unos segundos. No se mueve, no respira. Quiere estar pendiente de cualquier ruido que pudiera surgir del interior. Quiere estar prevenido. Solo se escuchan unos leves ronquidos, productos de la constipación nasal del pelirrojo. Santiago echa un último vistazo hacia fuera. No quiere que nadie lo vea. Después de este paso, su vida cambiará. No será el mismo nunca más. Esa puerta es la que divide su vida antes y después de Harold. Antes y después de asesinar.

El pelirrojo es de origen alemán. Cuando lo conocimos en Marruecos, dijo que había abandonado su patria para refugiarse del nazismo. Dijo que se llamaba Harold Dietrich, que tenía 32 años de edad y que su mujer judía había sido secuestrada durante la madrugada. Salió de Alemania para planear su rescate, si es que no había sido ya asesinada en una cámara de gas. Su conversación era torpe y seca, su español demasiado gutural. Con ínfulas comentaba que era químico, uno de los mejores, y que trabajó en la industria farmacéutica para producir los mismos gases venenosos que la podrían matar. Que sus vecinos y amigos le rogaron se quedara, que olvidara el pasado, que comenzara una vida nueva y se concentrara en continuar con su brillante carrera, pero que no, que ya no podría más, que siempre los despreció. Que un buen día pensó en lo que había hecho y se arrepintió profundamente. Que no pudo seguir el rastro de su esposa y que ardiendo en furia regresó de la planta, se afeito la larga barba y desertó. Que quiso establecerse en España porque creía que Hitler la respetaría, pero que al llegar, vio todo en tan deplorable estado social que mejor hacia Marruecos tomó. Desembarcó junto con otros compatriotas. Todos huían, todos lloraban, todos maldecían. ¡Me cago en la tumba de tu madre, Franco!, dice Santiago en voz baja, temiendo ser descubierto por el germano.

En Marruecos, Santiago se percató que los enlatados eran escasos debido a la guerra. Ejércitos enteros los concentraban para alimentar a sus soldados y sus gobiernos no querían que comieran nada regional porque la guerra se pelea de muchas formas y los expertos en matar, temían que pudieran envenenarlos. Además, países tan grandes como los Estados Unidos se encontraban en plena recesión económica y los enlatados sirven para darle de comer a la gente que se reúne en las calles e intercambia sus bonos por comida. En muchos países del mundo, multitudes habían salido del campo mal atendido para entrar a morir de hambre a las ciudades. Huelgas surgían por todos lados. Desde China hasta Washington. Era el auge del comunismo, el nacimiento de la conciencia proletaria, la era del descontento, el resurgimiento del clasismo. Los ricos culpaban a los pobres, los pobres al gobierno, el gobierno al comunismo, el comunismo a los ricos y al fascismo, y el fascismo, culpaba al comunismo, a los pobres y al desorden.

Es la época de todos contra todos y para justificarlo no faltaba ideología. No faltó ideología cuando Japón invadió Shanghái. Tampoco faltó cuando —exactamente un año después— se quemó el edificio del parlamento alemán, el Reichstag, culpando Hitler a los comunistas de provocar el atentado y justificando, con ello, con gran apoyo de la población germana, la suspensión de las garantías individuales, hecho que lo consumó como dictador en enero de 1933. No faltó la ideología ni cuando se buscaron culpables del secuestro del hijo del Lindbergh, ni en la Huelga General de Francia en el 34, donde cada bando culpó al otro de hacer un complot contra la economía y mucho menos faltó ideología cuando Franco comenzó la maldita Guerra Civil a mediados de 1936. ¿Izquierda o Derecha? ¿Solucionista u Anarquista? ¿Clericalismo o anticlericalismo? ¿Católico o diabólico? ¿Comunismo? ¿Socialismo? ¿Liberalismo? ¿Fascismo? ¿Anti-sionismo? No hay términos medios. O es blanco o es negro; malo o bueno… Con la excusa de ponerle un alto a la conspiración comunista mundial, Benito Mussolini toma fuerza. Stalin hace lo propio para defenderse del fascismo. Todo el mundo pacta con unos y con otros. Europa quiere estar de algún lado y dominar el nuevo Orden Mundial. Neville Chamberlain, Primer Ministro de la Gran Bretaña, Daladier de Francia, Mussolini y Hitler, deciden sobre la suerte del territorio de la Sudetenland durante la Conferencia de Munich el 29 de septiembre de 1938 y le dan permiso a Alemania de anexarse dicho territorio para “alcanzar la Paz de nuestro tiempo”. ¡Ingenuos imbéciles! Hitler toma Checoslovaquia el 15 de marzo del 39, poco después de que Franco lograra dominar la resistencia de Barcelona con ayuda militar, monetaria y táctica de Mussolini. Guerra escalada. El hambre es la cara visible del futuro próximo. La supervivencia es la palabra clave ¡Rediez! ¡Y los enlatados la respuesta! ¡Gran fortuna construyó Santiago!

Luego escapar del paraíso porque venía el desembarco. No saber a donde ir. A México no, por favor, ya estuve ahí durante la revolución y fue un caos. Casi perdí la vida. ¿Qué tienes un primo Dietrich en México que nos puede ayudar? ¿Qué es la última oportunidad que nos queda? ¡Joder!

Basta de recuerdos y remordimientos. Es momento de actuar. Lo que has hecho, Harold, que te lo perdone tu Dios. Te dejé al cuidado de las Pilaricas, instalados en el hotel cómodamente. Fui yo mismo a arreglar un permiso naval para que tú, sí, tú, hijo de la gran puta, pudiera permanecer en el país. Para ti y por ti, fui sometido a vejaciones. Me detuvieron unas noches, “para investigar”. Soporté la diminuta celda, soporté el recorrer de las ratas por mi cuerpo, soporté la viscosidad de las paredes, el hediondo olor a muerte y encerrado, y hasta soporté el trago de agua de mar por la inhumana sed... ¡Pero esto no se quedará así! ¡Toma ésta patada en los huevos! ¿Con que ya tengo tu sorprendida atención? ¡Me las vas a pagar, mal parido! ¡Reclamo justicia a los cielos e invoco el perdón humano! Logré escapar y fui a por ustedes para huir juntos. El intendente me dice que no están. Que no pasaron ni una noche. ¡Que a las pocas horas de que me fui, decidiste salir al Distrito Federal! Que te llevaste a mi niña Pilarica y a su madre con amenazas y gritos, ¡que a la pequeña la abofeteaste! ¡Ni un mísero centavo me dejaste! ¡Nada! ¡Tuve que mendigar y robar para comer! ¡Tuve que arreglármelas a caballo y a pie, en tren y a pie, a pie y a rastras para llegar a la ciudad de México! Estuve días pidiendo asilo, estuve rogando caridad... ¡Toma una patada en la cabeza! De no ser por refugiados españoles bien acomedidos, no sé a dónde hubiera ido a parar. Pero el destino, hijo de la gran puta que te parió, se encargó de juntarnos de nuevo, pinche Harold ¿Dónde están ellas? ¿Cómo que no sabes? ¡Desgraciado! ¡Toma este puñetazo en el riñón! ¡Te lo regalo con todas mis fuerzas, con toda mi frustración! No tosas cabrón, no intentes ponerte de pie porque te guardo la varilla en el vientre… ¿Amigos? ¡Te vas a amigar al infierno! ¿Te robaron todo? ¡Toma esta otra patada! ¡Te regalo cinco más por el gusto! ¡Confiesa! ¿Dónde depositaste el dinero?, ¡Dime, donde, carajo! ¡Te mataré, lo juro que lo haré!

Santiago se detuvo en seco. Tenía las manos dolidas y ensangrentadas. El cuerpo del pelirrojo se convulsionaba. Vomitó sangre antes de toser por última vez. Su cuello arrojó sangre a chorros por algunos segundos más. Y Santiago, agotado por la lucha que lo había cegado, se puso de pie. Se alejó del alemán algunos pasos, trastabillando horrorizado. Intentaba controlar su respiración agitada. Hizo tres grandes suspiros. Entonces decidió buscar lo suyo. Recorrió la casa de arriba abajo. La puso patas pa’rriba y no encontró nada que fuera de su propiedad. No había señal alguna de lo que buscaba. Solamente encontró sobre la mesa, una botella de aguardiente a medio beber, una tasa de peltre azul, una condecoración nazi de tela que consistía de una svástica arrancada de un uniforme militar, y una carta. Santiago la leyó y luego, dobló la misma y la guardó en la bolsa trasera de su pantalón. Sintió el impulso de regresar al lugar de los hechos. Se percató que no veía bien. Se aclaró la vista con la manga de su camisa. Miró a los ojos secos y sin vida del pelirrojo. Su boca estaba abierta, sus manos rígidas, abrazando la varilla que tenía incrustada debajo de la oreja derecha. Ya no había remedio. Ya no había vuelta de hoja. Estaba hecho. Harold Dietrich, había muerto.

Continuará…

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