La carta secreta

12 de Mayo de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

La carta secreta

JS ZOLLIKER

En la serie de entregas sobre los Nazis en México titulada “La puerta del infierno” (links al final de este texto) que publiqué por este mismo medio en semanas pasadas, ahora comienzo la entrega en serie, del primer capítulo de la novela que estoy escribiendo al respecto.

El entorno es húmedo. Huele a barro. Por el cambio en la temperatura, las moléculas de vapor terroso se comienzan a elevar y la reacción que guarda el cuerpo es un estornudo que escucha un leve eco. Se queda inmóvil hasta que se percata que todo se mantiene en un silencio constante. Lleva días huyendo. Lleva una eternidad sabiéndose perseguido, un preso liberado y por eso, refugiado tras un frondoso árbol de grueso tronco, y recibiendo en su cara las ultimas gotas de sus ramas, su mente sólo imagina la sensación de calma, de una tranquilidad que hace mucho tiempo no conoce.

Por el momento estará seguro. Desde el sitio puede observar la casa donde se introdujo el infeliz que le ha robado todo. Sin embargo, prefiere guardar distancia. Por ahora. Por algunas horas, no se acercará al inmueble hasta que tenga todo planeado, hasta que perciba que desaparece la incertidumbre del paraje.

El instinto animal es el que lo defiende y mantiene. La misma impulsión que provoca que cualquier ser vivo que se encuentra en peligro, aumente su ritmo cardiaco, contenga la respiración, intente quedarse completamente inmóvil y una vez medido el ambiente, tome una acción automática y natural que le permita la continuación propia.

No es por menos. La experiencia se ha encargado de mostrárselo: la distancia es en los instantes más críticos, el único elemento intangible que puede mantenerlo vivo. Y el tiempo no es un factor determinante en su existencia. No recuerda hace cuantas horas ha estado corriendo. No recuerda hace cuanto tiempo probó su último bocado. Ya no le sabe su último cigarrillo y no conoce realmente cuanto tiempo ha transcurrido desde que vio el peligro de un desembarco Nazi en el puerto que lo había protegido y al mismo tiempo, le había ofrecido una oportunidad única para hacerse rico.

Nadie podría imaginar el terrible trago de la hiel de la desgracia que ha experimentado. Nadie sabe el helado estupor que provoca el percatarse de pronto, en un país ajeno y saberse sin futuro ni pasado. Sin ninguna peseta y sin centavos. Él en este momento, solo comprende, cuando se siente más o menos seguro y se permite retomar el sentir de las más elementales necesidades humanas, que las tripas le reclaman alimento y que los párpados comienzan a sentirse pesados. No sabe donde está. La luz es casi nula, el cielo está nublado, pero el conocerse por unos minutos fuera del alcance de su perseguidores, le permite sentir los pies mojados y la ropa empapada; todo acompañado de una extraño calor que le recorre el dorso cuando se sienta en el suelo y comienza a sentir algo de sueño. “¿Cuándo fue la última vez que dormí un poco?”, se pregunta.

Ahora no importa. Ahora es tiempo de cazar al cazador, de dominar el miedo que le hace tiritar los huesos. Debe cumplir con el deber moral de la justicia, de la venganza, de revertir el destino, de intentar cambiar la cara de la moneda con un mucho de valor y un poco de suerte. “Será difícil”, piensa. “¿Cuánto más tendré que resistir? ¿Cuántas veces tendré que decirme que todo saldrá bien?”

Su espíritu positivo comienza a ceder. En los últimos meses ha vivido muchas desgracias y únicamente se atreve a pensar que pase lo que pase, piense lo que piense, debe mantenerse vivo, y despierto. No debe dejarse vencer por el sueño. Por lo menos, no ahora. No cuando más lo desea, cuando más lo necesita; no cuando se le comienza a nublar la vista y por momentos, su cabeza y su cuello parecen cobrar vida propia y mantener una coordinación autómata y aleatoria.

—Cómo te llamas pinche gachupín?— le increpó su captor, mucho más alto y fornido que él, al tenerlo sometido en el suelo y con el frío cañón de una carabina apuntándole a la nuca.

La sorpresa y el cansancio no le permitían pensar, responder a la más elemental pregunta. ¡Se había quedado dormido! “¿Qué sucedió?”, se preguntó. ¿Cómo lo descubrieron?

—¡Responde pendejo! ¿Cómo te llamas? —le repetía el otro, jadeando, pero con una grito acostumbrado al mando, y presionando cada vez más fuerte sobre la parte posterior de su cabeza, el arma que podría quitarle el último aliento.

—Santiago —respondió con voz temblorosa—. ¡Santiago Navarro es mi nombre, general! —agregó con un poco más de arrojo, pues a pesar de su corta edad, su experiencia era basta con el trato de militares improvisados y con vulgares caudillos iletrados, y recordó que era mejor demostrarles valor y dotarles de todo del inmerecido rango militar, antes de parecer un cobarde o de herir su supuesta pericia castrense.

—¿Y quién vive?, cabrón —le preguntó su captor, justo después de quitarle la pesada bota de la espalda y de que Santiago escuchara el característico sonido que resulta de amartillar un arma.

“¡Con una mierda! ¡Por Dios!, ¿Cuánto tiempo me habré quedado dormido?”, se pregunta al descubrirse soñando y recordando al mismo tiempo, la pérfida experiencia que había vivido hace exactamente 20 años, cuando fue capturado por “El Cicatriz” González, un hostil y sanguinario teniente bajo el mando de Obregón que recibiera su mote por una marca de guerra que le cubría el largo del rostro. Desde entonces, había jurado no volver a dormir a menos que estuviera plenamente convencido de su seguridad. Hasta hoy, lo había conseguido. Sin embargo, le edad y los pesados viajes lo están cambiando, lo están haciendo más débil y menos precavido. Solo eso puede explicar su actual situación. “Maldita la hora”, pensó.

Antecedentes: https://www.ejecentral.com.mx/la-puerta-del-infierno-i/ https://www.ejecentral.com.mx/la-puerta-del-infierno-ii/ https://www.ejecentral.com.mx/la-puerta-del-infierno-iii/ https://www.ejecentral.com.mx/la-puerta-del-infierno-iv/ https://www.ejecentral.com.mx/la-puerta-del-infierno-v/ https://www.ejecentral.com.mx/la-puerta-del-infierno-vi-el-final/

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