Ciencia, no silencio

26 de Abril de 2024

Mauricio Gonzalez Lara

Ciencia, no silencio

MAURICIO

La contraofensiva ha comenzado. Bajo el lema “Science, not Silence” (“Ciencia, no silencio”), alrededor de 75 mil personas (muchas de ellas ataviadas de batas blancas, lentes de laboratorio y hasta trajes de astronauta) se congregaron el sábado en Washington para participar en la primera “Marcha por la ciencia”. La protesta no se limitó a Estados Unidos: decenas de miles de individuos en más de 600 ciudades unieron sus voces contra aquellos que buscan desacreditar el conocimiento.

“Liberen el planeta”, “La Ciencia es global”, “Amamos la Ciencia”, “Einstein fue un refugiado”, “No hay planeta B”, “Los migrantes necesitan ciencia, no un muro” o “El hielo no tiene agenda”, fueron algunas mantras que se escucharon alrededor del orbe. Si bien la mayor congregación de personas se dio en Washington, la protesta tuvo su origen en Sídney, Australia. Los organizadores sostienen que el eje central fue la celebración del Día de la Tierra, además de la importancia de cuidar la ecología y la vida en el planeta. Sin embargo, el detonante real, lo que sacó a la gente a las calles, fueron los recortes a varios programas científicos anunciados recientemente por el gobierno de Donald Trump. La comunidad científica mundial teme que la política de Trump sea imitada por otros países. En el caso de México, por ejemplo, varios asistentes a la marcha pronunciaron consignas contra autoridades de la UNAM o personajes específicos como Enrique Cabrero, director del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) –“escucha, Cabrero, ¡las becas son primero!”.

Siempre han existido fanáticos, y el arribo de Trump al poder ciertamente ha empeorado el estado de las cosas, pero lo cierto es que la guerra contra la ciencia ya lleva varios años de haber iniciado como un fenómeno en la opinión pública. Como bien señalaba el periodista Joel Achenbach en la revista National Geographic de marzo de 2015, habitamos un mundo donde toda expresión de certidumbre científica parece enfrentar alguna clase de oposición furibunda. Los soldados de la ignorancia están dispuestos a dar batalla en cualquier frente de opinión pública que les dé tiempo y espacio (y en estos tiempos de posverdad, donde todo es relativo y discutible, eso abarca a casi todos los medios de comunicación). Inspirados por el optimismo de que el sentido común se impusiera sobre el absurdo, o simplemente paralizados por la desidia de enfrascarnos en debates maratónicos con gente necia, hemos tolerado que grupos radicales impongan una agenda suicida en asuntos centrales de la existencia humana: de las teorías de la conspiración en torno a los supuestos peligros de las vacunas a la negación del cambio climático, sin olvidar los reclamos creacionistas para evitar que se enseñe a Darwin en la escuela.

La guerra contra la ciencia tiende a ser desplegada por grupos conservadores identificados con la derecha extrema. La izquierda, sin embargo, puede ser tan o más retrograda que la derecha, en especial cuando asocia el avance científico con una ideología “globalizante” que busca destruir los usos y costumbres de las comunidades, como sucede con el debate de los alimentos transgénicos. Ejemplo: el primero de julio de 2016, 109 premios Nobel signaron una carta en la que afirmaron que “los alimentos modificados genéticamente constituyen una forma segura de satisfacer las necesidades alimentarias de la creciente población mundial… Hay que detener esta oposición basada en la emoción y el dogma que contradice los datos. ¿Cuántas personas pobres en el mundo tienen que morir antes de que consideremos esto un crimen contra la humanidad?”.

El enemigo del científico puede habitar en cualquier punto del espectro ideológico. Es menester mantener la congruencia ante cualquier tentación oscurantista, amén de dónde provenga el ataque.