Tirando Libros

14 de Mayo de 2024

Luis Alfredo Pérez

Tirando Libros

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El fin de semana pasado hice limpieza en mi casa. La directriz fue, “Como si nos mudáramos.” O sea, a tirar todo lo que no podamos cargar.

Así fue como me enfrenté a mi librero y a varias ideas fijas de nuestra cultura: los libros no se tiran, cuantos más tengamos mejor, y tonto es quien presta un libro pero más tonto es quien lo devuelve.

A estas alturas de mi vida, sin embargo, y tras veinte mudanzas ––dos de ellas entre países––, sé que si hay algo que pesa y hace bulto son los libros. Y también que pueden ocupar espacio por años sin que nadie los lea ya nunca.

Este fin de semana, pues, descubrí que hay varias razones para tirarlos.

La primera es como crítica literaria. Coge uno los libros de los autores que antes le gustaban pero que con el tiempo se han amanerado, o siguen duro y dale con lo mismo, o fueron flor de un día, y rájale, al bote. En esta categoría entran muchos que compramos por reflejo o esperanza, o que nos fueron regalados por alguien que creía que el autor nos seguía gustando. De ellos leímos tan sólo cinco páginas, o de plano ni siquiera los abrimos.

La segunda categoría también tiene qué ver con crítica literaria, pero no de los autores sino de las editoriales. Son los libros que como objetos resultan feos, cuyas portadas son espantosas, sus hojas amarillean, y su tamaño es incorrecto. Cumplieron con su labor y les damos las gracias, pero no queremos volverlos a ver.

La tercera categoría de libros que van a dar a la basura es la de (con mayúsculas) Los Clásicos. Esas novelas que todo el aparato cultural nos dice que debemos leer para saber de qué hablamos cuando hablamos de literatura, y que sin embargo llevan años en nuestras estanterías ––donde incluso han visto reencarnaciones en diferentes ediciones–– sin que uno haya encontrado ocasión de leerlos. Lo que ocurre en realidad es que simplemente nos aburren: que su narración es monótona, que presentan hechos que nos son irrelevantes, que sus historias carecen de interés para nuestras vidas. Quizá resultaban fascinantes cuando a las seis de la tarde ya estaba oscuro y no había mejor manera de entretenerse que leyendo a la luz de una vela, o quizá son interesantísimos para entender sociedades que se organizaban moral y estructuralmente de otra forma y por tanto son tesoros para un antropólogo o un académico –– pero a estas alturas del mundo se han convertido en ladrillos para todos los demás.

La cuarta categoría de libros que tiré son aquellos que llegaron a mi estantería sin que recuerde muy bien cómo; quizá me los regalaron amigos creyendo que me gustarían, o quizá me los regalaron cuando compré una hamburguesa o así. Todos ellos son infumables. (Aquí entran también libros mal hechos y peor escritos sobre cosas como el poder del rocío matutino, la relación entre el éxito y la glándula pituitaria, los currys más picantes de la India, y la importancia de los saques de banda en el futbol total.)

Descubrí también que algunos libros que van a dar a la basura son aquellos que leí con gusto y que probablemente me gustarían de nuevo si los releyera –– el problema es que no pienso hacerlo. Hay tanto bueno qué leer, y el tiempo es tan limitado, que la lista de libros que planeo leer más de una vez es bastante pequeña.

Tirar libros, me di cuenta, supone tres cosas. Una es comprender que son bienes culturales para una sociedad, pero bienes de consumo para un individuo. Otra es aceptar nuestra mortalidad: reconocer que no tendremos tiempo de leer todos los que nos gustaría, y que a partir de cierto momento ya no estamos para leer libros solo porque “tenemos que leerlos.”

Por último, hacer una limpia de nuestros libros conlleva advertir cuáles (pocos) queremos guardar, y reflexionar en las razones. A veces pensamos releerlos, a veces son objetos que nos producen placer, a veces apreciamos tanto a sus autores que sentimos que tirar sus libros sería ofenderles de manera innecesaria.

Finalmente, nos quedamos con algunos porque no importa que no los leamos nunca de nuevo ni que la edición sea fea o bonita: queremos que sigan ahí cerca, donde podamos verlos para que nos recuerden algo.

Twitter: @luisalfredops

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