El pasado domingo 19 tuvo lugar el tercer debate presidencial entre Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez, sobre política exterior y otros temas. A pesar de su importancia, la política exterior de México prácticamente ha pasado inadvertida en la contienda electoral.
Al finalizar el sexenio del presidente Manuel López Obrador, aislado y sin política exterior hacia el mundo, aún tengo dudas sobre el verdadero significado del cómico lema “la mejor política exterior es la interior”, ocurrente y vacío; aún me pregunto cómo aplicarlo. Para algunos especialistas, la política exterior mexicana termina golpeada y en la lona. Así termina un periodo presidencial al mando de un presidente que aborrece la política exterior, reticente a los viajes internacionales, a la participación en cumbres globales y que ha recibido a pocos líderes en Visitas de Estado.
Termina un presidente confrontado con países hermanos en América Latina por razones injerencistas, ideológicas y electorales, que no debieron haber sucedido si se contara con una política exterior seria y se aplicaran las mínimas reglas de la diplomacia especializada, que han derivado en insultos, nombramientos de personas non gratas y el rompimiento de relaciones diplomáticas, léase Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá y Perú. En este contexto, hemos estado ante una política exterior carente de contenido político y económico.
Para algunos analistas, concluye un periodo presidencial obsesionado por la ideología y de férrea solidaridad hacia dictaduras en franca violación a los procesos democráticos y a los derechos humanos, léase Cuba, Nicaragua y Venezuela, cuyas acciones mexicanas están destinadas a la salvaguarda de los presidentes de esos países y no al interés nacional de México.
Ha sido dócil y reactiva la posición mexicana ante las presiones y amenazas arancelarias y migratorias estadounidenses, particularmente del expresidente Donald Trump, como la vergonzosa imposición del programa “Quédate en México”, aceptado por el excanciller Marcelo Ebrard, y la participación de la Guardia Nacional para contener los flujos migratorios desde la frontera sur de México. A lo que se suman las amenazas y chantajes en torno al narcotráfico, el crimen organizado y la inacción mexicana para combatir este flagelo. La habilidad y especialidad diplomática mexicana será esencial en los vínculos y negociaciones con Estados Unidos, en un nuevo gobierno mexicano.
Los temas de los que hemos hecho mención no se agotan, pero propician la reflexión. Queda la interrogante sobre las directrices que podría imponer la nueva presidenta de la República, ante una política exterior que ha debilitado drásticamente la imagen de México y su peso internacional.
Los principales temas indudablemente se encuentran en la agenda con Estados Unidos, pero también es necesario abrir el abanico hacia otras regiones de interés para México, políticamente hacia el sur del continente, especialmente hacia Centroamérica por razones geopolíticas. Indudablemente es necesario rectificar el camino de la política exterior mexicana para fortalecer y restablecer lazos perdidos. La diplomacia y la política exterior no pueden ser guiadas por una ideología de un hombre en menoscabo del interés nacional del país. México cuenta con un servicio exterior de carrera especializado, hoy marginado. Esta perspectiva es importante, debido a los desafíos internacionales en los que México deberá estar presente por el papel que debe jugar en el mundo.