El manuscrito Voynich

14 de Mayo de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

El manuscrito Voynich

Voynich

Abre los ojos. Frente a él, está ella, aún dormida a su lado y con una leve expresión de felicidad en el rostro. Es hermosa. Suspira y cuando recuerda la noche que acababan de pasar, se siente un tipo afortunado a pesar de la leve jaqueca que al día siguiente, siempre le causa el vino tinto.

Nunca antes había tenido una amante tan atractiva y tan divertida. Algo bueno habré hecho antes en mi vida. Aunque si no, seguramente se me pasará factura después…

Se levanta con suavidad para no despertarla. Hace mucho dejó el cigarro, pero en este momento se le antojó arrojar una bocanada. Sale al balcón. Le encanta el color ocre que dibuja los techos de la ciudad de Roma al amanecer.

Mientras mira hacia el horizonte y piensa en el gran descubrimiento que hizo la semana pasada, ella lo sorprende, completamente desnuda, y lo abraza por detrás y le besa la nuca. ¿Quieres café?, le pregunta dulcemente al oído. Él, asiente en silencio y luego gira para mirarla caminar hacia el interior de la recámara. Qué trasero extraordinario.

El mundo quedará sorprendido —sin lugar a duda— cuando se anuncie que él ha encontrado la forma de resolver uno de los grandes misterios de la humanidad moderna: la forma de descifrar el manuscrito Voynich.

El manuscrito Voynich ha sido la obsesión de matemáticos, lingüistas, arqueólogos y criptógrafos desde hace siglos. Se trata de un libro ilustrado muy antiguo, de contenidos desconocidos que se sospecha, fue escrito por una sola persona y está todo en un alfabeto no identificado y en un idioma, hasta ahora, incomprensible (los expertos le llaman: el voynichés).

Desde su descubrimiento, el manuscrito ha sido objeto de culto y estudio continuo, sin que nadie lograra descifrar ni una sola palabra, lo que lo convirtió en el “santo grial” de la criptografía, llegando incluso a enloquecer a muchos, incluido su propio padre, un famoso criptógrafo inglés que tuvo sobresalientes resultados descifrando mensajes codificados del ejército nazi, quien llegó a creer que se trataba de una elaborada picardía, una burla, una secuencia al azar de símbolos sin ningún sentido. Pero no lo es.

Justo el día en que murió su viejo, unos lingüistas publicaron que el manuscrito sí cumplía con todas las reglas y ordenanzas de un lenguaje completo, como la ley de Zipf (que dice que en todas las lenguas humanas, la palabra más frecuente un texto, aparece el doble de veces que la segunda más frecuente, etc.), lo que la hace una lengua natural, no inventada, a diferencia del élfico del escritor Tolkien, o del Klingon de la serie de Star Trek, que no cumplen ninguna de estos preceptos.

¿Le cambiarán el nombre en su honor, por descifrarlo? ¿O nombrarán su método como su apellido? Porque el nombre del manuscrito se debe al bibliógrafo Wilfrid M. Voynich, quien lo descubrió —por mera suerte— al comprarlo en una feria de antigüedades en el año de 1912. Una casualidad. A diferencia de él, que encontró la clave para comprenderlo, en plena capilla Sixtina.

Hace apenas unos años, en el 2009 para ser exactos, investigaciones de la Universidad de Arizona demostraron, mediante la prueba del carbono 14, que el pergamino sobre el cual fue escrito, fue creado en el norte de Italia en una amplia región entre Milán y Venecia, cerca del año de 1488. Y tiempo después, el McCrone Research Institute de Chicago, demostró que la tinta fue aplicada sobre el documento, dos décadas después (en el año 1508). Esos datos, concatenados, le hicieron pensar de inmediato en el gran genio de la época, Michelangelo de Buonarroti, mejor conocido como Miguel Ángel, quien en 1508 tenía exactamente 33 años. Algo le hizo sentido de inmediato. La “gran chispa” o eso que llaman el genio de lo intangible, lo iluminó de pronto.

Sus pensamiento son interrumpidos por Vittoria y su hermoso culo al aire libre, quien le entrega la taza con el café y lo acompaña sin mencionar palabra. Los europeos saben lo que es un buen café. Hasta el de la habitación, generalmente corriente e instantáneo, le sabe a gloria. Y ella, es la mejor compañía. En algún lugar leyó hace tiempo que una buena relación de pareja, es aquella donde puedes estar en silencio largo rato sin sentirte incómodo.

El manuscrito actual, recuerda, tiene 240 páginas de pergamino, con vacíos en la numeración de las mismas, lo que sugiere que varias páginas se han extraviado en el tiempo. Sin embargo, gracias a viejos contactos de su padre, él consiguió un texto de los monjes negros benedictinos que alguna vez fueron poseedores del códice, que lo inventariaron y decían que constaba de un total original de 333 páginas.

Y le hace sentido. Porque Miguel Ángel tenía 33 años, la misma del Cristo al morir. Y porque el 333 es un número por demás especial: el 333 fue un año que comenzó en lunes, llamado por el Imperio romano, el año “Ab urbe condita”, que significa “el año de la fundación de la Ciudad (Roma)”, que incluso se llegó a conocer como el Anno Domini (o año del Señor). Adicionalmente, en el 333 y por si eso fuera poco, inician las obras en Roma, de la primera basílica de San Pedro.

Continuará mañana...

@zolliker

Te Recomendamos: