Don’t Worry Darling: el robo de Olivia Wilde

3 de Mayo de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Don’t Worry Darling: el robo de Olivia Wilde

No es la primera vez (ni será la última) que a un rodaje en Hollywood lo rodee el desastre, pero, la catástrofe de relaciones públicas que acompañó a Don’t Worry Darling (Estados Unidos, 2022), —segundo largometraje de la actriz convertida en realizadora, Olivia Wilde— es un animal distinto.

Alimentado con la virulencia de las redes sociales, sobre esta película se dijo de todo: que si Wilde descuidó la filmación por estarse ligando a Harry Styles, que si Florence Pugh entró al quite pero ya no se hablan, y (el mejor de todos los chismes) que si Styles le escupió a Chris Pine en plena ceremonia en Venecia.

La crítica destrozó el filme pero, ¿realmente es un desastre? La respuesta rápida es: no, no es un desastre, pero es un filme que ya hemos visto antes.

Jack (Styles) y Alice (Pugh) viven en un suburbio de ensueño en algo que parece los años 50: modernas casas con alberca, auto en la cochera y una guapa esposa que espera al marido con la cena lista.

Todos los hombres trabajan en algo llamado Victory Project, una empresa que ha construido este idílico suburbio para sus empleados, todos casados y algunos con hijos.

Como es de esperarse, tras tanta perfección hay algo podrido: Alice comienza a sufrir alucinaciones que cuestionan su realidad: ¿Qué es el Project Victory? ¿A qué se dedica exactamente su marido?, ¿acaso este mundo idílico no es sino una prisión disfrazada de gozo?

Olivia Wilde se rodea de gran talento: el logrado diseño de producción de Katie Byron (Booksmart); la música del experimentado compositor John Powell (Shrek, la saga Bourne), la efectiva edición de Affonso Gonçalves (Carol, Paterson, True Detective).

Y de actuación ni hablamos: Florence Pugh carga —con toda autoridad— el peso completo de la cinta en una de sus actuaciones más intensas después de Midsommar. Por su parte Chris Pine sorprende siendo el único a la altura de Florence, mientras el resto del reparto no puede sino hacerse a un lado.

El gran problema de esta cinta es lo predecible de su trama y lo reconocible de sus influencias: The Truman Show, The Village, Get Out, el cine de Darren Aronofsky (no por nada Matthew Libatique está a cargo de la fotografía), la propia Midsommar, Black Mirror y hasta pizcas de Kubrick y Spielberg.

Olivia Wilde es ambiciosa, pero aún no es una buena ladrona: va dejando por toda la película pistas de su atraco. El trasfondo de la cinta (una crítica al matrimonio como una prisión hecha por los hombres) pierde efectividad frente a tantos elementos reconocibles y metáforas tan obvias.

El espectáculo está con Florence Pugh y Chris Pine, capaces de volver interesante, intensa y emocionante una película a la cual se le ven todas las costuras.

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