El emperador malhumorado

26 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

El emperador malhumorado

js zolliker

Está desesperado. Huraño. Casi fuera de sí. Aunque intenta que no se le note, se reconoce. Se sorprende explosivo y mechacorta. Su libido está por los suelos y la mente, dispersa. Está enfadado, crispado. Es el encierro, justifica, pues ahora —lo que nunca— duerme poco y cuando lo hace, sueña. Lo detesta.

Se percata como sólo aquél que está de sobra acostumbrado a ser el centro de atención, que los demás lo notan distinto, que hablan a sus espaldas, que se secretean. Lo nota cuando los guardias ya no se han visto sorprendidos por sus sombras recorriendo los pasillos en las madrugadas. Lo nota con la vela de los que antes solían estar dormidos cuando se supone, trabajaban.

Más que nunca le duele la espalda. El cuello no lo soporta. Antes le importaba mucho su postura física “oficial”, esa en la que lo veían los demás. Hoy no le interesa y se acomoda como le place tolerable. A quien no le guste, al carajo. Porque tampoco quiere más medicamento; lo aletarga y suficientemente largas ya son las tardes que se ponen lluviosas, aunque a mediodía haga calor con el sol quemante.

Se imaginó que las cosas serían más fáciles. Por años anheló el poder y ahora que lo heredó, no sabe qué hacer con él. Lo suyo es andar fuera recorriendo poblados, recibiendo halagos, haciendo notar beneficencia y beneplácito. ¡Maldita la pestilencia esa que lo ha mantenido encerrado!

Por tanto, se ha ido quedando solo, siente que el pueblo lo tiene olvidado. Contradice a sus asesores y sus amigos a quienes expone, lo han abandonado. Por iracundo, sus cercanos le temen; se le acercan sólo quienes buscan utilizarlo. Entonces, acostumbra extrañas sugerencias a deshoras, trabaja demasiado en cosas sin importancia y reacciona con frialdad reacia y desencanto cuando le notifican lo que le perturba. Se encierra al susurro de pocos oídos, se enfada muy frecuentemente, levanta la barbilla y muestra los dientes, sonríe incómodo mientras cuestiona fidelidades.

No es un hombre de quedarse quieto. Eso, es lo que le turba. Le consterna. Sabe que los felinos consideran la violencia, apenas se conocen encerrados. Nada más peligroso. Ha vivido lo suficiente para conocerse. Sabe que los circunspectos, son los que más descerrajan cuando se agota la paciencia de los incautos. Por eso ha mandado derrumbar algunos puentes y destruido fortunas, eliminado empréstitos y descriado ciencias y certezas funcionales. Es firme creyente de que siempre sobrevive el más apto y cuando no hay pelea, gusta de causarla. Por los años la estrategia le ha funcionado, pero ahora no encuentra aplauso.

Lo sabe de cierto tiempo y de certeza lograda: necesita enamorar, seducir, atraer, sumar, unir, pero no puede. No lo logra ni aunque regale a manos llenas a los pobres. Culpará de nuevo de todo a sus enemigos, algunos reales y otros fantasmales, aunque sabe en realidad que la causa es él y que se vislumbra acabado. Se apea de la cama, con pánico. Preferiría ser un héroe sacrificado, que un fracasado.

Señoría —le dijo el cirujano barbero en alguna ocasión—, cuando se encuentre así, caminar le hará bien, pues es de sabios saber que calma los ánimos y adormece las ánimas, recuerda el emperador malhumorado.