La gran mayoría hemos sido educados bajo el sistema de creencias emocionales castigadoras que nos condicionan para sentir culpa. Las instituciones y los círculos de personas cercanos, nos enseñan a sentirnos culpables cuando pensamos o actuamos de una manera que no está bien vista por ellos o no cumple con las expectativas establecidas. El resultado de esto es que con el tiempo nos volvemos adictos a la aprobación de los demás: Se crea la falsa convicción de que tenemos que hacer o decir lo que los demás esperan de nosotros.
La finalidad de la culpa, que es impuesta porque un ser humano no nace con culpa, es cambiar el comportamiento para que exista el autocastigo por una acción “negativa”. Las mismas instituciones y personas que nos rodean, no sólo nos enseñan a sentir culpa, sino que también son quienes nos enseñan a escapar de la culpa para recuperar la aprobación. Por eso la culpa es una herramienta tan poderosa para manipular el comportamiento, porque está directamente relacionada con la aprobación externa.
La aprobación
Cuando otros consideran que hemos actuado de forma inaceptable, nuestro cerebro activa el patrón que ha aprendido desde que somos niños: la necesidad arraigada de aprobación externa. Con tal de evitar la desaprobación, la mayoría se rige por lo que es común o deseable para los demás con el fin de no defraudar a las personas que tienen un rol importante en sus vidas. Evitamos a toda costa el riesgo de desaprobación social porque uno de los mayores castigos para el hombre, es el aislamiento y el rechazo.
Los sistemas psicológicos de culpabilidad
- Culpabilidad residual: Es aprendida durante la infancia por nuestros padres o tutores. Son frases y gestos que van marcándonos, haciendo un eco que perdura a pesar de los años y modifica las relaciones interpersonales en la vida adulta. Se ve reflejado en el intento continuo por conseguir la aprobación.
- Culpabilidad autoimpuesta: No está conectada con la infancia. Son experiencias que generan culpabilidad por no seguir un comportamiento adulto apropiado o un código moral. La persona se siente inmovilizada cargando el dolor que la culpa le inflige al no poder cambiar la situación que la rodea. Generalmente, reluce en las discusiones o al realizar un comportamiento contrario al esperado.
La preocupación
La palabra “pre (antes) ocupación” podría entenderse como lo que precede a la ocupación. La preocupación inmoviliza antes de que se efectúe la acción, crea pensamientos de miedo y el cuerpo experimenta ansiedad. Hay una implicación subyacente; no basta con ser una buena persona, hay que demostrar cierto grado de preocupación para ajustarnos a los deseos de los demás y conseguir la aprobación. Sólo podemos superar con éxito la culpa cuando defendemos lo que creemos. Un sujeto vulnerable a la culpa será aquel que se deja influenciar por las necesidades de los demás.
Mi verdad es esta: No me debo de sentir culpable para demostrar que algo o alguien me preocupa. Cada uno debería ser libre de vivir bajo su propio código moral, sabiendo discernir entre lo que está bien y lo qué esta mal, y no por el código impuesto.
No hay que confundirnos ni creer la mentira que nos han querido imponer como una verdad absoluta. La preocupación no está relacionada con el amor porque provoca ansiedad. Cuando el amor es puro y sano, no genera sufrimiento.
Hace tiempo escribí: “Preocuparte por una vida, que no es la tuya, es sinónimo de amor”. Me equivoqué, rectifico. Preocuparte por una vida que no es la tuya, no tiene nada que ver con el amor. Estas siguiendo códigos que te dictan cómo debería ser tu comportamiento para ser aceptado. La persona que me quiera no se va a preocupar por mí, va a respetar mis diferencias y, sin juzgar, me dejará volar en libertad.