Y tres meses después, el Centro se volvió a llenar

18 de Mayo de 2024

Y tres meses después, el Centro se volvió a llenar

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Poco importa que la CDMX esté en semáforo naranja, de riesgo alto; miles de personas acudieron hoy al primer cuadro, donde el éxito del momento es la venta de cubrebocas y caretas

Luego de tres meses de permanecer en estado catatónico, los habitantes de la Ciudad de México desbordaron el primer cuadro. Con cubrebocas o sin ellos, y caretas de protección, solos, en pareja o familias enteras, salieron algunos por primera vez, de la cuarentena obligada por el avance de la pandemia de Covid-19 que ha dejado más de 245 mil casos positivos y alrededor de 30 mil 843 defunciones.

La Ciudad de México, que tiene una población mayor a los nueve millones de habitantes, es también el estado con mayor número de casos confirmados y decesos.

En la quinta semana de la “nueva normalidad”, la capital del país suma dos semanas ya en color naranja, lo que representa un riesgo elevado de contagio, pero da mayor margen para la reactivación de las actividades económicas que durante la Jornada Nacional de Sana Distancia fueron consideradas no esenciales.

Quizá por ello, los pequeños vendedores se apostaron en las principales calles que desembocan al Zócalo.

Madero permanece cerrada, pero en 5 de Mayo y en 16 de Septiembre decenas de vendedores se apostaron en la banqueta para ofrecer el mayor éxito de la temporada: los cubrebocas y las caretas de protección que se fijan en la visera. La industria del cuidado en tiempos de Covid es la única que salió fortalecida.

Ahora, los vendedores ofrecen la merca habitual y cubrebocas: elotes con chile (del que pica), y barbijos; gorditas de nata con nutella y protectores faciales con diseños y hasta logos de marcas de alta costura.

En 16 de Septiembre, una familia compró tres elotes para la gusga. Inmersos en la pandemia, se quitaron en automático los protectores para atacar la mazorca untada de mayonesa y salpicada de chile. La mujer tomó un frasco de alcohol en gel de su mochila y lo repartió antes del primer mordisco. El más pequeño se quitó el cubrebocas y lo dejó a su lado. Los adultos lo pusieron bajo la barbilla.

El descanso duró apenas 20 minutos. Recogieron la basura y la guardaron en una bolsa de plástico que fue a dar a la mochila, nuevamente se aplicaron gel en las manos, a pesar de la resistencia del menor, y enfilaron rumbo a Palacio Nacional.

La idea era abordar el Metro, pero la mala suerte quiso que la estación Zócalo estuviera cerrada,

Allende también. La mejor alternativa es avanzar a Pino Suárez, donde los pequeños negocios abrieron operaciones con las medidas estrictamente necesarias para sortear la contingencia.

El paisaje se llena de tapetes sanitizantes y vendedores con frascos de alcohol en gel. La avenida huele a casa recién aseada, pero al llegar a la estación abierta sólo en el transbordo con la línea 1, de Pantitlán a Observatorio, huele otra vez a la ciudad: a comida, a gente arremolinada, a sudor. La estación está a reventar, como en el México antes de la pandemia.

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