Caldos de insolencia

13 de Mayo de 2024

Antonio Cuéllar

Caldos de insolencia

Incesantes grabaciones radiofónicas patrocinadas por el INE nos convocan a acudir con puntualidad a cumplir la obligación política de votar por nuestros representantes populares, y nos hacen ver con insistencia que, como sociedad, somos responsables --y subrayo la palabra--, de la elección de aquellos que habrán de tener entre sus manos la definición del rumbo del país y, con él, de nuestro destino. En una época como esta en la que vivimos, me pregunto realmente si puede atribuirse responsabilidad a alguien con relación al ejercicio de un derecho, cuando los resultados de la acción parten de la base del desconocimiento o la ignorancia, el error o la violencia. En la teoría del derecho civil, cualquiera de esos vicios produce la nulidad del acto jurídico. Paradójicamente, en la era del conocimiento, sobresale la ignorancia a la hora de votar. Tenemos ante nosotros la oportunidad y el deber de forjar un futuro que se asiente sobre cimientos sólidos, que miren por la sustentabilidad de nuestras acciones y nuestro modo de vida, más que a manera de un símbolo de confort colectivo, como una garantía real de supervivencia de una humanidad que crece descontroladamente, lastimosamente sobre la faz de un planeta que se asfixia ante la vorágine de la depredación. La materialización del voto y nuestro sufragio sí entraña una responsabilidad a nuestro cargo que obliga a la ciudadanía a informarse y conocer, con profundidad, el contenido de la plataforma política que los candidatos contendientes habrán de impulsar, de llegar a ser elegidos para el puesto por el que contienden. Los medios para informarnos sobre los postulados ideológicos de nuestros aspirantes políticos, por costosos que puedan ser para el contribuyente, son terriblemente escasos. A pesar de la importancia del mensaje difundido por el INE, tanto desde un punto de vista intrínseco, como también de su relevancia a partir de su carácter repetitivo, los actores de la gran contienda electoral no ejercen una retórica sustantiva que permita entender, en el fondo, cuál es el sentido de su proposición política. Las campañas, como lo han sido a lo largo de los últimos tiempos, no son sino un raudal de improperios y calumnias que demuestran la bajeza de aquellos que las encabezan. En una metralla de insultos, los partidos políticos han enfilado sus esfuerzos a la degradación de sus opositores, en una guerra de lodo en el que no hay uno sólo que salga limpio. Evidentemente que, si ese es el estilo y las cualidades de quienes habrán de ser electos para ser dirigentes, de quienes el pueblo escoge para ejercer el poder y hacer cumplir la ley por contar con cualidades especiales, que los deben llevar a ser calificados como lo mejor de la sociedad misma que los designa ¿qué podemos entonces esperar de las cualidades de los electores, quienes los conducen al poder? Ante la clara pérdida de valores, los partidos políticos y la clase gobernante tiene a su cargo el enorme e irrenunciable deber de poner el orden, empezando por la casa. No sólo ha de considerarse a través de la concreción de actos honestos y asertivos con relación a las atribuciones otorgadas en el difícil arte de gobernar y hacer política, sino desde antes, por cuanto a la corrección y altitud de las formalidades a la hora de realizar campañas electorales. La conducción de la política entraña la construcción de los límites dentro de los que aterriza la discusión y solución de los grandes problemas que aquejan a la Nación. Es verdad que la religión y la política corren por carriles separados, pero no podemos negar el obligado contenido moral del discurso político y su resultado, en la ley. Por eso debemos estar de acuerdo con la multiplicidad de llamados de atención hechos a todos los partidos políticos, para que se mejore en contenido y calidad discursiva, la propaganda con la que habrá de inundarse los medios de comunicación a lo largo de los próximos dos meses hasta el día de la contienda electoral. La exigibilidad de la responsabilidad ciudadana, así, guarda una incuestionable correspondencia con la capacidad de los partidos políticos contendientes de saber informar, con seriedad y totalidad, el contenido de su proposición política. No habrán reproches que trasladar a una sociedad distanciada y decadente, si la causa de sus males encuentra su génesis en procesos de elección política plagados de ignorancia y bañados en caldos de insolencia.

Te Recomendamos: