Preparando la tierra

14 de Mayo de 2024

Diana Loyola

Preparando la tierra

DIANA LOYOLA

La vida está compuesta por ciclos, temporadas, estaciones. Una etapa precede a otra, el amanecer al día, la tarde al anochecer, y así en un continuo movimiento que pareciera avanzar y, sin embargo, llegar al mismo punto. Somos hijos de la tierra, estamos conectados a sus ritmos, sus tiempos, su sequía y su renacer. No obstante, los habitantes de las junglas modernas, esas construidas con cemento y asfalto, apenas nos percatamos de ello. Me bastó una pequeña salida para abrir mi corazón al hecho de que es importante recordarnos que somos parte de un todo.

Nos tomó unas dos horas (desde Toluca) llegar al municipio de San Felipe del Progreso, donde se encuentra, entre planicies doradas de pastos secos, la Ranchería La Soledad. Nos apeamos y el aire helado nos acarició la cara y nos despeinó el cabello –en un gesto confianzudo de bienvenida-, bajo el azul imposible de un cielo totalmente despejado. El sol a estas alturas (por ahí de los 2660 metros sobre el nivel del mar), abrasa las mejillas tanto como el viento gélido. Y la piel y las manos se resecan por efecto de ambos.

Nos reciben personas de baja estatura y constitución fuerte y enjuta, con esa piel de barro que Juan Rulfo retrató tan bellamente. Se les ve serenos y sonrientes, impecables y con el garbo que los mazahuas portan naturalmente. Un grupo de mujeres están ya formadas esperando que les realicen mamografías en un autobús-consultorio, algunas acompañadas por sus parejas, que sin empacho comprueban que el equipo médico esté compuesto de doctoras y enfermeras.

Nos condujeron a una planta de tratamiento de agua de lluvia, que tras ser filtrada queda potable, clara, fresca y deliciosa. Es un agua “de verdad” (no la que acostumbramos a consumir embotellada), con muchos minerales que el cuerpo recibe agradecido, sabe a vida, hidrata y renueva. Si bien la población depende por completo de esta planta para tener agua qué beber, sólo el 21,53% de las casas de esta Ranchería cuentan con agua entubada. Sin embargo, en todos los rostros las sonrisas son amplias y generosas. Las limitaciones no merman su ánimo.

A pocos metros de la planta de tratamiento de agua está el invernadero, donde en la próxima temporada se sembrarán jitomates. La tierra tan seca por el invierno parecía petrificada, dura roca de la que salían por aquí y por allá pequeñas plantas, hierbas y pastos con raíces profundas. Hubo que deshierbar, hacer surcos, picar mucho aquel suelo que parecía no ceder. La ignorancia de quien no conoce el campo, nos hizo preguntar por qué preparar ahora la tierra y no cuando las lluvias la suavicen. “Porque este suelo es barro, es fango que arranca los zapatos”.

Luego el convite, deliciosos tacos de mole verde con pollo, soberbios chiles rellenos, tortitas de carne deshebrada que aún me tienen suspirando y chicharrón en salsa verde con papas que a más de uno nos hizo saborearlo ojos cerrados. Todo esto acompañado con refrescantes aguas de jamaica y tamarindo.

La Soledad es un mágico lugar de aires ligeros y fríos, de vistas maravillosas, de pastizales de oro donde los jorongos y las gruesas cobijas de lana con las que se cubren sus habitantes, se mimetizan en una armonía atemporal, como fotografía de cualquier tiempo. No me había ido cuando ya sentía nostalgia, de esa amabilidad, de esa gente buena, de esa agua bendita (no sólo por caer del cielo si no por haberse limpiado en la tierra), de esa tierra dura y rebelde que me hizo entender sus ciclos.

Me quedo con más que un recuerdo o un ramo de aprendizajes, me quedo con la conciencia de que siempre y para todo, si queremos mejores cosechas “debemos preparar la tierra”.

@didiloyola

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