La Comuna del 68: “Callarnos, sólo si nos matan”

20 de Abril de 2024

La Comuna del 68: “Callarnos, sólo si nos matan”

El 21 de septiembre de 1968 comenzó la toma de las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional, donde los estudiantes se habían atrincherado. No se supo cuántos murieron ni tampoco que sería el preludio del golpe final

La invasión de la UNAM y de la Escuela Nacional de Agricultura Chapingo prácticamente atrincheró al Movimiento Estudiantil y lo colocó en un estado de clandestinidad. El Consejo Nacional de Huelga (CNH) y sus delegados se habían dispersado ante el peligro de ser detenidos, las asambleas habían desaparecido y los comités de lucha con sus brigadas de acción estaban descoordinadas.

En varios puntos reportaban el choque de estudiantes y maestros contra la policía. A las ocho de la noche del jueves 19 de septiembre, frente al Palacio de Bellas Artes, elementos del Servicio Secreto y granaderos se enfrentaron durante dos horas contra un grupo de estudiantes que pretendía bajar de varias astas las banderas de los países participantes de las Olimpiadas. Detuvieron a 100 personas, entre ellas el editor de la revista Política, Manuel Marcué Pardiñas.

Entre las primeras acciones que anunció el rector al regresar a la Máxima Casa de Estudios fue exigir al gobierno la desocupación militar de los recintos.

En las inmediaciones de Ciudad Universitaria, un grupo de 80 estudiantes que portaban pancartas con leyendas contra la gestión de Gustavo Díaz Ordaz fueron “dispersados”, 20 de ellos llevados a la Jefatura de Policía.

Para los profesores que apoyaban el movimiento no fue diferente. Elí de Gortari y Heberto Castillo, integrantes de la Coalición de Maestros, fueron detenidos por miembros del Servicio Secreto e interrogados en los separos de la Jefatura de Policía. La situación universitaria escaló a tal punto que aquel 19 de septiembre, el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, no sólo protestó por la ocupación militar, sino que encabezó una manifestación que apoyó explícitamente al movimiento.

“La ocupación de Ciudad Universitaria ha sido un acto excesivo de fuerza que nuestra casa de estudios no merecía… Asuman donde quiera que se encuentren la defensa moral de la Universidad y no abandonen sus responsabilidades”, expuso el rector.

En el Congreso, los legisladores cerraron filas contra Barros Sierra. Luis Farías, presidente de la Cámara de Diputados, calificó al rector de “impotente para resolver problemas internos de la casa de estudios”.

Para el viernes 20 de septiembre apareció un comunicado en diarios de la Ciudad de México firmado por el Consejo Nacional de Huelga (CNH), pero que sólo era el núcleo de su comité central, creado en caso de extrema emergencia para operar con seis delegados que se reunían en la clandestinidad. Su texto intentó esperanzar al movimiento: “La toma de la Ciudad Universitaria ha sido un grave error político que se ha revertido de inmediato contra el gobierno mexicano que la ordenó. En caso de que la represión suprima al actual CNH, de las bases mismas surgirá siempre la dirección adecuada para la obtención de todas las demandas expresadas en nuestro pliego petitorio”.

Y se escuchó la respuesta del profesorado universitario, que también alentó los ánimos de los jóvenes.

Encabezados por Heberto Castillo, Fausto Trejo, Elí de Gortari, Jesús Silva Herzog, los hermanos Pablo y Henrique González Casanova, Adolfo Sánchez Vázquez entre otros, expresaron: “La autoridad universitaria resulta del consenso de estudiantes y profesores y en ningún caso puede ser impuesta desde fuera por la coacción o por la fuerza”.

Los medios de comunicación de la época atacaban a los estudiantes, a quienes acusaron de iniciar los disturbios que se prolongaron del 18 al 24 de septiembre en Santo Tomás, Zacatenco y Tlatelolco.

El apoyo llegó de otros estados donde ocurrieron protestas: la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, la Autónoma de Morelos, de Chihuahua, la Veracruzana, la Benito Juárez de Oaxaca, de Villahermosa, Tabasco; la Autónoma de Yucatán y la Autónoma de Puebla. Inclusive hubo manifestaciones en la Universidad de Berkeley, Estados Unidos; Friburgo, Alemania; Nanterre y la Sorbona, en Francia.

También salieron en apoyo de los universitarios personalidades como Salvador Elizondo, Juan García Ponce, José Emilio Pacheco, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Rosario Castellanos y los artistas plásticos Alfredo Zalce, Pablo O’Higgins, Manuel Felguérez, Juan O’Gorman, Aceves Navarro, José Luis Cuevas, Adolfo Mexiac, Rina Lazo, Helen Escobedo, Leonora Carring- ton, Vlady, Leopoldo Méndez, Vicente Rojo, Alberto Gironella y muchos otros personajes de la cultura y el arte.

En contraste, varios medios de comunicación calificaban a los estudiantes de ateos, comunistas y anarquistas; además, el gobierno buscaba justificar sus acciones militares contra el movimiento estudiantil.

En Los días y los Años, su autor, Luis González de Alba escribe que la Secretaría de Gobernación, encabezada por Luis Echeverría Álvarez, declaraba sobre la presencia del Ejército en la UNAM que las autoridades universitarias carecían de los medios necesarios para restablecer el orden dentro de sus respectivos planteles y poder ejercer el derecho de regirlos sin interferencias ajenas y con plena autonomía”.

La primera asonada

Ante la cerrazón, para los estudiantes estaba claro que si Chapingo y Ciudad Universitaria estaban ya ocupadas por el Ejército, entonces lo que seguiría para el régimen era el asalto a instalaciones del Politécnico. Fue la Vocacional 7 de la Unidad Tlatelolco, una zona que era “una de las preferidas del terrorismo estudiantil”, según se expuso en el Libro blanco del 68, de la Procuraduría General de la República (PGR), donde dirigieron su primer asalto.

En la tarde del sábado 21 de septiembre, hubo una refriega entre estudiantes y granaderos, comandados por el general Mendiolea. Primero lanzaron gases lacrimógenos, luego intentaron penetrar los muros y barreras humanas de los jóvenes, pero éstos contestaron con piedras, horquetas y bombas molotov.

Las escenas: Corretizas contra los muchachos; granaderos pidiendo refuerzos, y los vecinos del barrio, sobre todo las madres de familia, calentando agua en palanganas y desde las azoteas bañando a los policías una y otra vez.

En su ir y venir llevando heridos, las sirenas de las ambulancias no paraban de escucharse. Aunque los heridos y muertos, nunca fueron contabilizados oficialmente. La violencia llegó al límite cuando más de 200 soldados y una decena de carros de asalto del Ejército tomaron el control de la operación y de la Vocacional.

La fuerza del Rector

La presión sobre Barros Sierra fue tan abrumadora que el 23 de septiembre presentó su renuncia:

“Sin necesidad de profundizar en la ciencia jurídica, es obvio que la autonomía ha sido violada. De las ocupaciones militares de nuestros edificios y terrenos no recibí notificación oficial alguna ni antes ni después de que se efectuaron. Estoy siendo objeto de toda una campaña de ataques personales, de calumnias, de injurias y difamación. Es bien cierto que hasta hoy proceden de gentes menores, sin autoridad moral; pero en México todos sabemos a qué dictados obedecen. De las ocupaciones militares de nuestros edificios y terrenos no recibí notificación oficial alguna ni antes ni después de que se efectuaron. La conclusión inescapable es que, quienes no entienden el conflicto, ni han logrado solucionar, decidieron a toda costa señalar supuestos culpables de lo que pasa, y entre ellos me han escogido a mí. Por ello es insostenible mi posición como rector, ante el enfrentamiento agresivo y abierto de un grupo gubernamental”.

Barros Sierra remató con un epitafio de grandeza: “A ningún hombre sensato escapará que no estaba en nuestras manos la solución del problema”.

De nuevo cerraron filas en torno al rector el IPN, Chapingo, Nacional de Maestros, Escuela Normal Superior, Colegio de México, Universidad del Valle de México, Universidad Iberoamericana y la UNAM. La Junta de Gobierno no aceptó su renuncia, lo que lo hizo más fuerte que nunca.

Hacia las seis de la mañana del 24 de septiembre, el parte policiaco refería la detenciónde 350 personas y 50 heridos, pero sin reportar más víctimas, aunque sí hubo decesos.

La defensa histórica

Alrededor de las tres de la tarde de ese lunes 23 de septiembre. Los estudiantes secuestraron autobuses para colocarlos estratégicamente alrededor de las escuelas, formando una barricada extendida. Decidieron quemar una patrulla y dos motocicletas de Tránsito.

Tres horas después, los contingentes de granaderos y policías se colocaron frente a las escuelas y se desplegaron en los alrededores, perfectamente pertrechados. Sobre la Avenida de los Maestros, Lauro Aguirre y Calzada México-Tacuba, seguían llegando cientos de granaderos para desplegarse y apostarse sobre la Avenida Maestro Rural a espaldas de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, y así casi de frente a todo lo largo de las distintas escuelas del Instituto Politécnico Nacional.

Dentro de las instalaciones del Politécnico, miles de jóvenes se preparaban para la resistencia con los objetos bélicos más rudimentarios y artesanales como: horquetas, piedras, palos, botellas, cohetones y bombas molotov; detrás de sus improvisadas barricadas compuestas por sillas, bancas y hasta escobas. Cavaron algunas trincheras y tumbaron postes para evitar el paso de vehículos policiacos y militares.

En los altavoces los jefes militares pidieron en varias ocasiones a los jóvenes que salieran con las manos arriba, pero se negaron con rechiflas y recordadas de madre. Entonces, comenzó la batalla, que llevaría toda la noche del 23 de Septiembre y gran parte de la madrugada del martes 24.

Los gases lacrimógenos se disparaban sin cesar, volaban y caían expandiéndose por doquier con el terrible humo asfixiante. Entonces los granaderos intentaban avanzar, pero una y otra vez los estudiantes los mantenían a raya. Al mismo tiempo, se escuchaban gritos, llantos, correrías y fuego de fusilería. Pero el ruido comenzó a hacerse más estridente entre las ocho y las 11 de la noche.

poli-11-WEB Después de las inspecciones, los estudiantes fueron detenidos y escoltados por soldados u hombres corpulentos con armas blancas largas.

El ulular de las sirenas de las ambulancias de la Cruz Roja y Verde era intenso, llevando heridos a los hospitales más cercanos como el Rubén Leñero. La escuela Superior de Medicina fue el hospital improvisado de los jóvenes politécnicos.

Alrededor de las 10 de la noche, tanquetas del Ejército y camiones con soldados arribaron a la “Zona Cero” del conflicto. Primero rodearon el edificio de la Escuela de Ciencias Biológicas, mientras un grupo de jóvenes subía hacia la azotea, donde a través de un magnavoz, uno de los estudiantes le hablaba a la tropa que ya tenía sus posiciones de ataque:

“Sepan que no tenemos miedo, podrán callarnos, pero sólo si nos matan. No podrán ocultar nuestra razón”.

Los soldados y sus tanquetas entraron a las 20:35 al Casco, donde lucharon cuerpo a cuerpo contra los estudiantes, dejando una estela de varios lesionados que eran atendidos en un espacio improvisado como enfermería. Había tal cantidad de heridos en los pasillos que en el transcurso de la noche y la madrugada estaban infectados. En los pasillos había personas que llevaban varias horas de haber fallecido.

Afuera del Casco, la batalla también fue campal. Estudiantes y civiles fueron atacados con armas de fuego en el edificio de departamentos de Carpio 514, donde un grupo de politécnicos se había parapetado. A las nueve de la noche hubo un corto circuito que dejó en penumbras a las instalaciones y a la colonia Santo Tomás, lo que intensificó un tiroteo abierto por las fuerzas policiacas, sobre todo en la zona de arboledas, donde estudiantes y uniformados luchaban en ocasiones pecho tierra.

Hasta ese día la del 23 de septiembre era la noche más sangrienta del movimiento.

A las tres de la mañana, llegaron los refuerzos del gobierno con 400 soldados del Ejército al mando del general Gustavo Castillo. Entraron al Casco de Santo Tomás apoyados en 15 carros blindados, seis transportes con 600 soldados, además del apoyo de elementos de la Policía Judicial con M-1 y lanzagranadas. Los efectivos catearon todos los edificios del Casco, capturando a decenas de estudiantes que estaban dentro de sus instalaciones.

Unas horas antes, en Zacatenco, al caer las 0:30 horas del 24 de septiembre, cerca de mil soldados transportados en 13 tanques ligeros y 30 autobuses irrumpieron y junto con ellos 59 patrullas de la Policía Preventiva y 150 agentes de la Policía Judicial.

Los politécnicos de ese plantel no opusieron resistencia y a las 2 de la mañana, las tropas salieron de Zacatenco dejando a un número considerable de soldados que acordonaron los edificios principales de la unidad.

Para las seis de la mañana del 24 de septiembre, el parte policiaco refería la detención de 350 personas y 50 heridos, pero sin reportar más víctimas. Por la tarde del martes 24 de septiembre, el Ejército entregó los edificios ocupados de Zacatenco al secretario general del Politécnico Nacional.

Muchos vecinos ocultaron a los jóvenes que lograron huir, y ellos, exhaustos y con el rostro desencajado, contaban cómo el Casco de Santo Tomás cayó bajo fuego.

Una semana sangrienta Desde la renuncia de Barros Sierra a la UNAM hasta la toma violenta de las instalaciones del Politécnico por el Ejército, quedó en evidencia lo cruento del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.

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