Otra historia de inseguridad

13 de Mayo de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Otra historia de inseguridad

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Acaba de salir del banco. Fue a pagar sus impuestos. Está molesta. No sabe si con su contador o con el sistema fiscal, pero lo cierto es que pagó mucho más de lo que esperaba. Por eso se sienta en un café en la colonia Roma. Le hace falta tomarse algo y distraerse. Ni cinco minutos habían pasado cuando entraron en el local dos personas armadas y despojaron de sus pertenencias a todos los comensales. No es casualidad que los delitos de alto impacto mediático se incrementen antes de fechas electorales. Curiosamente, se mantiene hasta los primeros meses del nuevo gobierno electo y después, desaparece. Un efecto similar se lograba hace un par de décadas con las marchas y el caos vehicular en la ciudad de México. Los políticos aprendieron a sacarle provecho. Hubo un regente —dicen los que dicen que saben— que mandaba a gente cercana a organizar las marchas, para sacar dinero de la “caja chica” del gobierno y pagarles para disolver la marcha después de un “diálogo”, quedarse con el resto del billete para “ahorrarlo”, financiar a un grupo guerrillero y las campañas de la oposición. Es que en época electoral esa indefensión produce en el potencial votante un sentimiento de lo necesario que es “un cambio”. A ese grado llega la manipulación a la que somos sometidos todos los días. Los operadores políticos lo saben, usan y abusan de los medios y el amarillismo y por eso son tan eficientes. Es más, si ustedes lo analizan con frialdad no es necesario tanta infraestructura: con cinco rufianes decididos, armados, entrenados y obedientes, se puede crear caos y terror en dos o tres colonias en muy poco tiempo con relativa facilidad y con suma efectividad. Ella lo sintió completamente cuando uno de los ladrones le apuntó con el arma a la cabeza y le arrebató de las manos, una bolsa de diseñador que terminará de pagar en once meses más. Un joven cerca de la caja se negó o no pudo entregar su reloj y ¡bum! Un golpe sordo, radical que le dejó los oídos zumbando en agudo. El joven cayó al piso y le dio un breve estertor que indicaba que la vida se la acababan de arrancar del cuerpo. Los ladrones se fueron con la misma calma con la que llegaron. La ambulancia, tardó en llegar treinta minutos para encontrar que no había nada que hacer. Los policías, unos 15 más para encontrar que es el quinto asalto idéntico en la misma zona, el mismo día. Cuando terminan de tomar sus datos, mira su comprobante de pago de impuestos. Sus manos se llenan de ira. Una rabia incontrolable. Quiere gritar. No puede más que romper, desgajar frenéticamente esa maldita constancia del contribuyente cumplido. ¡Es la puta impotencia!, piensa. ¿Por qué estos infelices del gobierno, no tienen la decencia de gastar menos en ropa?, ¿en comidas?, ¿en viajes? ¿Por qué mantener una burocracia que de nada sirve?, ¿por qué cargar con gastos de predial cuando la colonia está llena de baches?, ¿por qué los gastos de choferes, guaruras y tantos anuncios donde dicen que la inseguridad ha disminuido? ¿Dónde quedó el honor de nuestros gobernantes? “Señorita, no se vaya, viene un representante de la delegación para darle unas palabras”, le dijo un oficial. “Dígales que chinguen a su madre”, les contestó antes de salir apresuradamente del local.

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