Nuevas narrativas empresariales

13 de Mayo de 2024

Mauricio Gonzalez Lara

Nuevas narrativas empresariales

mauricio gonzalez lara

La coyuntura electoral ha generado un inusual debate: empujados por las descalificaciones estereotipadas que caracterizan las campañas, varios líderes de negocios han saltado al ruedo para explicar el rol que juega la empresa en el desarrollo de la nación. La discusión es saludable: obliga a los empresarios a mirarse en el espejo y preguntarse qué tan comprometidos están con la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) y el bienestar de la ciudadanía.

El discurso que se limita a sostener que la única obligación de la empresa es generar utilidades resulta claramente insuficiente. Parte del problema radica en que los empresarios todavía conciben a la RSE como una mera acción de relaciones públicas, totalmente disociada de los aspectos estratégicos del negocio. La mayoría aún piensa que la responsabilidad social se limita a donar dinero, conseguir el distintivo del Centro Mexicano de Filantropía (Cemefi), obtener el visto bueno de Great Place to Work, ahorrar energía o aparecer con un cheque en el Teletón. Todas estas acciones, por loables que sean, no significan nada mientras las instituciones no asuman que la RSE debe ser parte integral de su esquema en la toma de decisiones.

La única manera de garantizarlo es interiorizándola como lo que es: una cultura de gestión para conectar a la organización con el desarrollo de la sociedad en cuatro dimensiones: bienestar de sus miembros, respeto al medio ambiente, relación productiva con su comunidad y, sobre todo, ética en la toma de decisiones.

Algunos empresarios conservadores visualizan a la RSE como un mero precepto ético consistente en “portarse bien” frente a la sociedad, ajeno a la rentabilidad y la generación de valor. Craso error: más allá de una sencilla lógica virtuosa –no hay empresa triunfante sin sociedad exitosa-, invertir en RSE equivale a comprometerse con esfuerzos que tarde o temprano nos serán redituables económicamente.

La discordancia entre la burbuja en la que viven los capitanes de empresa y la realidad percibida por la opinión pública plantea un riesgo peligroso: desvirtuar el concepto de la RSE al punto en que carezca de credibilidad y deje de ser un ideal a alcanzar. Las empresas pueden librar esta trampa a través de una gestión plenamente consciente de su compromiso con la sociedad. Las organizaciones que no estén a la altura del desafío corren el riesgo de enfrentar el encono de una sociedad cada vez más beligerante. Es tiempo de dejar atrás la complacencia: los organismos que promueven la RSE deben ser más autocríticos y adoptar métodos innovadores que permitan una mayor rigurosidad en los distintivos que la comunidad empresarial presume como certificados de buena conducta. Otro aspecto clave es la apertura. La filantropía de antaño ha perdido relevancia frente a la sociedad, quien ahora tiende a preferir más a las empresas que percibe como “limpias” en sus procesos y operaciones. Si una empresa no es transparente en todos sus procesos, el consumidor terminará por cobrarle la factura de su opacidad. Quizá algunas compañías puedan pagar ese costo y sobrevivir en el corto y mediano plazos, pero cuesta trabajo pensar en una marca capaz de subsistir en el largo plazo con una pésima reputación. El grueso de las compañías solía considerar a la RSE como un paliativo para justificar prácticas y tomas de decisiones que pudieran resultar cuestionables ante sectores críticos de la opinión pública. Las instituciones públicas y privadas de México funcionaban en opacidad hasta apenas unos años. Falta mucho camino por recorrer, cierto, pero hoy RSE es un concepto recurrente en el debate público. La desconfianza ciudadana frente a las empresas es preocupante. Es tiempo de crear nuevas 
narrativas.

@mauroforever

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