El Presidente enfrenta su derrota política definitiva. No es que en los últimos años no se haya visto sacudido por todo tipo de escándalos y cuestionamientos, si algo ha tenido esta administración es una capacidad infinita para crearse problemas. Pero esta vez es diferente, la pérdida de credibilidad se acumula; políticamente está aislado y sin margen de maniobra para tomar decisiones; repudiado por amplios sectores de la población y con señales que hablan de fracturas al interior de su propio partido.
En pocos días han sido cuestionados los criterios que rigen la conducción económica; ha quedado en evidencia la débil cohesión del gabinete, los legisladores y los gobernadores priistas al momento de implementar decisiones impopulares; los bloques y saqueos hacen dudar de la capacidad de las autoridades para garantizar la gobernabilidad; el nombramiento de Videgaray en la Cancillería reafirma un modelo que premia la lealtad y el amiguismo por encima de la capacidad; y a pesar del dispendio público en comunicación social y la cargada de funcionarios explicando la racionalidad del gasolinazo, el discurso gubernamental ni comunica ni convence.
Nada desnuda el colapso de la capacidad de acción e interlocución de esta administración, como el manejo político de la crisis política y social que hemos vivido en las últimas semanas. Luego de la entrada en vigor del alza a las gasolinas y en el marco de protestas sociales y el estado de psicosis generado por los saqueos a comercios, el Presidente ofrece un mensaje a la Nación hasta el 4 de enero donde anuncia cambios de gabinete, afirma compartir el enojo ciudadano y reitera, una y otra vez, que las medidas tomadas son tan dolorosas como necesarias. Mensaje que no sirve para calmar los ánimos y un día después vuelve a aparecer en cadena nacional, esta vez grabado y apoyado en el teleprompter, para repetir la dolorosa necesidad de las medidas, acusar a los gobiernos anteriores y sabotear su mensaje con la ocurrencia de preguntar a los mexicanos “¿Qué Hubieran hecho ustedes?”.
Pero lo peor estaba todavía por venir, ante la implementación desaseada de una medida tan impopular, frente a los cuestionamientos de especialistas ante la conducción de las finanzas públicas y luego de que varios días de saqueos eficientemente coordinados agudizaran las críticas del sector privado y la ciudadanía, el Gobierno presenta un programa tan retrógrado como improvisado, que en cuestión de horas es bautizado en redes sociales como el “ADEFECIO”.
El gobierno nos ha regresado a tiempos y formas del siglo pasado. Las imágenes y discursos que pudimos presenciar resultaban tan rancias y acartonadas, que nadie podría sentirse sorprendido si de pronto hubieran aparecido Arsenio Farell Cubillas y Fidel Velázquez a escena. Pero no es sólo el formato lo que es grotesco, el contenido consiste en un conjunto de buenos deseos, medidas genéricas y pocas metas medibles y verificables, como bien señala COPARMEX. Hay compromisos que en muchos sentidos retratan de cuerpo entero la visión política del sexenio. Nuestras autoridades se comprometen a combatir la corrupción, ¿implica esto que asumen a la corrupción como un derecho adquirido al que renuncian con la firma del Acuerdo? Nos prometen un ejercicio responsable y austero (otra vez) del presupuesto, ¿asumen esto como una graciosa concesión y no como su obligación?
La operación política para la firma del Acuerdo fue igualmente deficiente. Cuando te juegas lo que queda de capital político convocando a un acuerdo nacional, es indispensable que todos los actores relevantes respalden y firmen el documento. Si una de las principales organizaciones empresariales rechaza públicamente formas y contenido y la CONAGO decide no suscribirlo, entonces, y a pesar de que los más leales te llamen estadista, no tienes fuerza política y la convocatoria a crear un acuerdo nacional para enfrentar la crisis resulta letra muerta.
A falta de dos años para terminar el sexenio, en medio de una profunda crisis política, económica y social, y frente a la amenaza que viene del Norte, el Presidente se convierte aceleradamente en un lastre para el país y para su propio partido. Y esta debilidad y descrédito absolutos de la figura presidencial no son una buena noticia cuando se requieren liderazgo y visión política para enfrentar un contexto marcado por una profunda incertidumbre. @ja_leclercq Profesor-Investigador del Departamento de Relaciones Internacionales y Ciencia Política, UDLAP