Aguánteme, nomás le bajo su silla

26 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Aguánteme, nomás le bajo su silla

Le dijeron que el fin de semana de su cumpleaños sería especial: “Apá, le vamos a llevar a la ciudad a pasiar”. Sobra decir que se emocionó y enterneció; se le llenaron los ojos de lágrimas. Llevaba muchísimos años platicándoles de lo mucho que le gustaba –cuando era joven y tenía piernas, y tocaba su guitarra en cantinas– de recorrer el centro de la capital.

¡Qué tiempos aquellos donde le era aún posible soñar con un día triunfar como músico! La voz la tenía, el talento con la guitarra, también. Pero la vida es bien es culera, se dijo cuando despertó con ambas piernas amputadas en una cliniquita atendida por monjas y voluntarios financiados por el viejo gobierno. Quiso ir a probar fortuna a Estados Unidos para enviarles dinero regularmente a su mujer y su niña, pero quizás por pedo o por el cansancio se quedó dormido y acabó debajo de La bestia, ese tren que se supondría lo llevaría al paraíso del norte.

Volvió pues, cercenado y lisiado, a Tecozautla, Hidalgo, su pueblo natal. Extrañaba el sabor de las tortillas y los bolillos, pero pronto la realidad le mostró que se había convertido en una carga: su mujer los abandonó a él y a la niña. Se fue con un trailero. Si no provees ya no sirves como hombre, le dijo la madrina. Se puso, pues, a tocar la guitarra en las cantinas cercanas. Hacía lo mismo rondas de albures que limpiaba baños y hasta vendía lotería y ocasionalmente se emborrachaba con aguardiente y piña.

El día que su chamaca se graduó de la secundaria, cuando iba de regreso a su casa, entre el rebote y rechinar de su silla de ruedas, escuchó a lo lejos lo que le pareció un aullido de dolor. Con muchísimo trabajo logró acercarse a una perra –cruza de pitbull– que perdió alguna pelea de apuestas y su culero dueño la abandonó a morir a la orilla de la carretera. Yo te voy a cuidar, bonita, le dijo, y después de mucho trabajo y cuidados, “bonita” se recuperó y se convirtió en su inseparable compañera, en especial porque su hija andaba ya de novia con un taxista del pueblo vecino a quien llevó a vivir con ellos.

Un par de años pasaron. Perdió más dientes y nació su nieta, el día más feliz de su vida y por ello les fue cediendo, voluntariamente, espacio de su propia casa, hasta acabar en la bodega de atrás, para que la nueva familia pudiera desarrollarse sin estorbos. Total, su “bonita” estaba con él y podía ser semindependiente con sus pies en forma de ruedas y sus ingresos para al menos comprar tortillas y frijoles.

Subieron al taxi de su yerno, incluida “la bonita” y hasta le compartieron una torta de huevo y llegaron, por fin, al Hemiciclo a Juárez. No le paraba la boca de la emoción. Quería comprarles esquites y tocar su guitarra y que su nieta conociera los algodones de azúcar. Entonces, su yerno lo cargó para sentarlo al lado de una jardinera junto con “bonita” y le dijo, aguánteme tantito, nomás le bajo su silla de la cajuela. Y él, estaba feliz mirando las luces, recordando los olores, la intensidad de la noche… y de pronto el taxi arrancó.

Ahora está desvalido en la gran megalópolis. Sólo puede arrastrarse unos metros. Le sangran un poco las manos. Tiene frío. Encuentra refugio a las orillas de un puesto de periódicos, abraza a “bonita” y alcanza a leer un titular que dice que hay una banda que incendia a indigentes en la ciudad… Y dime, ¿tú qué haces cuando encuentras a una persona en situación de calle? ¿Los ignoras? Es más fácil, sin duda.