El cambio ha llegado

13 de Mayo de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

El cambio ha llegado

js zolliker

Llega a la cocina y se sienta en una pequeña mesa. Doña Leonora le saluda animosamente: “¡Buenos días, presidente!”. Él la calma diciéndole algo como que “no hay que celebrar la cosecha antes de mirar si trae cuitlacoche”. Ella soltó una franca carcajada y luego le preguntó si quería desayunar algo en específico. “¿Qué me tienes?”, le preguntó él, que siempre en elecciones que había seguido una cábala, las cosas no salían a su favor. Se comió, con mucho apetito, un platillo que le encantó y que combinaba sus orígenes veracruzanos y tabasqueños: pescado frito, arroz con frijoles y plátano macho

Ya repuesto y lleno de adrenalina, baja las escaleras al sótano de la vieja casona que le sirve de centro neurálgico de su campaña. Al cruzar la puerta blindada, sus ojos cansados tardan en acostumbrarse a la iluminación artificial del búnker. Hay mapas, muchos monitores, teclados, suenan teléfonos por todos lados y se escuchan algunas personas cotejando resultados de casillas de votación.

El silencio absoluto ocupa el salón en cuanto se escucha una leve carraspeada de su parte. “¡Ánimo!”, les dice con energía. “No se distraigan que hoy haremos historia”, les conmina, e inmediatamente después, todos retoman sus funciones y el área se llena de una intensidad abrumadora mientras él, se reúne con sus más cercanos y pasa horas, revisando reportes, tomando llamadas y girando instrucciones. Incondicional como siempre, su hijo está a su lado.

La gente toma turnos ordenados para ir a comer. Ahí abajo, en el sótano, se permite fumar. Cuando su mujer baja, le comparte de su cigarrillo. Le dice que no comerá, porque desayunó abundante. Ella sabe bien, que en realidad, está estresado. “Por favor, descansa”, le insiste antes de subir a los salones a corregir sus discursos y los pasos a seguir, incluyendo girar instrucciones para que el chofer no se pase un solo semáforo cuando se dirijan al hotel donde dará su conferencia de prensa.

Él siente una fuerte punzada en el omóplato izquierdo y se despierta de inmediato, intranquilo. Se incorpora en el sofá donde se recostó y mira su reloj de pulsera, que indica que durmió –muy profundamente– casi una hora. Le duele la garganta. Se lleva la mano derecha al cuello y carraspea un poco; hace unos días estuvo afónico.

Se levanta algo mareado, se mide la presión arterial y después, se sirve un vaso de agua con la que se toma sus medicamentos para el corazón, un ansiolítico y un antiinflamatorio. Mientras se pone la camisa, piensa en bajar de nuevo al cuarto de guerra, pero sus reflexiones son interrumpidas cuando su hijo toca a la puerta: las tendencias son irreversibles, el triunfo, apabullante.

Su mujer llega y su hijo los deja solos. Ella, le pide que salga a confirmar que ha ganado. Él, no quiere. Desea esperar el resultado oficial. Enciende entonces la televisión y juntos, observan cómo el candidato del partido oficial reconoce que ha perdido y lo felicita a él, por su triunfo. Eso calmará los ánimos. Recibe una llamada: es su adversario más fuerte, quien lo felicita por su victoria. “Te lo aseguré. El tiempo, el cambio, ha llegado”, le dice con firme convicción. “Báñate, amor, ya te tengo todo listo”, le indica mientras saca su traje nuevo, “yo te rasuro como te gusta y luego salimos”, agrega.

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