Una elección sin ganadores

26 de Abril de 2024

Sergio Muñoz Bata

Una elección sin ganadores

Sergio

“Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, Antonio Machado, poeta.

Hasta hoy, al día siguiente de la elección general, lo más probable es que quien sabe quien gobernará en España. La división política del país, fomentada por las ideologías de políticos y votantes, es intensa y profunda.

El conservador Partido Popular volvió a ganar pero no en números suficientes para tener mayoría. Mariano Rajoy ha crecido al ganar las elecciones por tercera vez consecutiva y cada vez sumando más votos. Su permanencia al mando del gobierno no está garantizada pues depende de los acuerdos a los que pueda llegar con otros partidos que han dicho que no pactarían con el PP o directamente que le vetarían.

El Partido Socialista Obrero Español conservó su lugar como segunda fuerza política del país sorprendiendo a quienes creían que sería superado por la coalición Unidos Podemos que los sondeos de salida la daban como la alternativa de izquierda preferida. Pedro Sánchez perdió su oportunidad de ser el presidente de gobierno aunque todavía tiene margen para negociar alianzas e imponer condiciones al Partido Popular en el gobierno.

El gran perdedor ha sido Unidos Podemos que no solo perdió un millón de votos con respecto a la elección de diciembre sino que su anunciado ascenso a la primera opción de la izquierda en España se desplomó con fuerza. El peso de la derrota cae sobre Pablo Iglesias quien le apostó a la coalición con una izquierda aún más radical y perdió.

A Ciudadanos, la alternativa joven para los conservadores, tampoco le fue nada bien. Perdió diputados y votos. Su posible consuelo sería pactar con el PP para juntos llegar a 169 escaños, a solo siete diputados menos de la mayoría. Para complicar un poco más las cosas habría que considerar que si bien la derecha ha ganado la elección, si juntamos los votos de la izquierda desunida, una pequeña mayoría de españoles se ha decantado por la izquierda. Sin embargo, las posibilidades de poder llegar a un acuerdo efectivo entre fuerzas políticas tan separadas ideológicamente se ve difícil. Con una alianza el resultado más probable sería la parálisis gubernamental al estilo estadounidense donde los republicanos se oponen sistemáticamente a los demócratas. En España la oposición sería de las izquierdas contra las derechas.

Otra alternativa sería ir a una tercera elección. Una opción tan inútil como desgastante. Si de algo me he percatado durante las dos últimas semanas que he estado en España es del hartazgo de la ciudadanía con los políticos. No en balde la abstención ha sido tan alta este domingo.

La gran ironía, sin embargo, es que en España rige una monarquía constitucional parlamentaria cuya ventaja central frente a un régimen presidencialista reside en que dada su mayor representación del conjunto social, las decisiones de gobierno deben ser consensuadas entre las distintas facciones políticas representadas en el Parlamento. Y es precisamente por la necesidad de llegar a acuerdos consensuados que frente a una crisis el gobierno tiene mayor capacidad de respuesta. Es decir, el gobierno parlamentario favorece el trabajo en equipo muy por encima del sistema presidencialista.

Así sucede por ejemplo en Alemania donde los ciudadanos aprendieron la lección de la República de Weimar y los horrores que siguieron cuando la ideología y la sinrazón dictaron la realidad. Hoy el sistema se ha despojado de la ideología para gobernar por el bien común.

En España, tendremos que esperar a que prevalezca la razón y no se cumpla lo que hoy lunes Rubén Amón escribió en El País: “Quiere decirse que amanecimos en diciembre con un Parlamento a la italiana, pero arraigado en la mentalidad española del sectarismo. No ha habido flexibilidad en las posiciones. Y se ha antepuesto el interés propio sobre la emergencia colectiva, no ya dando la razón a Giulio Andreotti cuando decía que a la política española le faltaba finura (finezza), sino retrotrayéndonos al cuadro de Goya de La riña a garrotazos, un español de sangre espesa que pelea contra otro español de sangre espesa, sepultados ambos de barro hasta las pantorrillas como alegoría del inmovilismo”.

Amón termina su artículo citando al poeta Antonio Machado, “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. ¿Será así necesariamente?