En las elecciones de este año los votantes de izquierda se enfrentan a un dilema distinto al del resto de los electores: los partidos que se precian de representarlos no se están disputando el poder con el PRI o el PAN, sino que se preparan para una batalla sin cuartel por la izquierda misma. Existen varios riesgos en este escenario, pero el principal es confirmarle a los ciudadanos que no tienen opciones reales para elegir quién los gobierne.
Por un lado se presenta un PRD muy mermado por los sucesos en Iguala y que terminó de inmolarse ofreciendo actitudes titubeantes ante los cuestionamientos respecto a la postulación de José Luis Abarca y durante el debate por la remoción del entonces gobernador Aguirre. La reciente detención de Gallardo Cardona en San Luis Potosí y las declaraciones del senador Ríos Piter representan el tiro de gracia que acabó de sembrar la duda respecto al tamaño de la distancia entre el partido del sol azteca y el narco.
Aunado a lo anterior, el desempeño de la mayoría de los gobernadores perredistas registra números rojos. Morelos ha sufrido episodios terribles de violencia y, en palabras del propio Gobernador, se encuentra infiltrado hasta la médula por el crimen organizado. Miguel Ángel Mancera ha logrado agotar el capital político de sus antecesores y ha sufrido una pérdida en su popularidad de entre 30 y 40 puntos porcentuales después de haber ganado la elección con 64% de los votos (10% más que López Obrador mismo en el Distrito Federal). La crisis en Guerrero, tanto institucional y social como de partidos y gobierno, es innegable.
Por otro lado, MORENA se perfila como la cristalización del tercer aire de un candidato que ha sabido reinventarse una y otra vez. Dentro de una de las frases notorias de Abraham Lincoln se encuentra una gran verdad que aplica a lo que muchos políticos no parecen entender respecto a la opinión pública: “…no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.” Y el hecho de que López Obrador pueda encontrar resonancia ante una masa crítica del electorado en dos momentos presidenciales, y posiblemente un tercero, nos indica que hay algo tangible en su discurso.
López Obrador bien podría salirse con la suya y presentarse a él mismo y su nuevo proyecto como fuereños del sistema de partidos que está llevando a los ciudadanos al hartazgo. Esto no quiere decir que efectivamente no sea parte del sistema, pero sí quiere decir que su alegato que señalaba enfáticamente a la “mafia en el poder” parece ajustarse demasiado bien a la realidad de hoy en día. Por si fuera poco, partidos y gobernantes no están haciendo nada por desmentirlo.
En términos de plataforma política, no existen diferencias fundamentales entre el PRD y MORENA. La diferencia está en el desgaste de uno y la vitalidad del otro. En este enfrentamiento la participación del PT y de Movimiento Ciudadano será muy importante para inclinar la balanza en alianzas ad hoc que ya se han estado definiendo.
Aunque para la izquierda se está presentando la posibilidad de obtener alrededor de un tercio de los votos – un récord histórico en elecciones intermedias – la fragmentación que exhibe amenaza con diluir este resultado y más bien asegurarles derrotas dolorosas a los partidos que la conforman. El peor escenario entonces será ver que estos partidos sigan sumergidos en sus dimes y diretes y dejen de presentar opciones claras y contrastantes para que los ciudadanos puedan elegir. Por supuesto, ni López Obrador ni MORENA están exentos de que los ciudadanos los cataloguen como parte del mismo sistema que tanto critican.
Es posible que las principales oportunidades para la izquierda en estos momentos no estén en las banderas de los partidos y se encuentren más bien en estrategias enfocadas a candidatos fuertes, como el ejemplo que nos mostró Movimiento Ciudadano con Enrique Alfaro en Jalisco. Pero también es posible que pasen por alto estas ocasiones.
¿Cuál es entonces el escenario que se está perfilando para los electores en los próximos comicios? Hoy, más que nunca, parece que los principales partidos políticos tienen pocas diferencias de fondo y cada vez las mismas formas recrudecidas. No se interesan por sus ciudadanos, únicamente por sus votos. La calidad de vida se reduce a la de los políticos y sus allegados. Bienestar significa ocupar puestos de poder y seguir ganando elecciones. La compra de votos es un requisito establecido para cualquier candidato que quiera ser competitivo. Y cumplir promesas de campaña es un slogan y no un deber de los gobernantes.
La peor expectativa para nuestra democracia es que los liderazgos de los partidos sigan sin estar a la altura de lo que las circunstancias les exigen y que los votantes terminen eligiendo en negativo, entre el menor de varios males. Peor aún, que una buena parte del electorado decida vender su voto porque el único momento en que recibirán algo de sus candidatos es durante las campañas. El escenario más optimista es que alguno de los partidos aproveche la oportunidad histórica que ésta crisis presenta y articule una verdadera opción para los ciudadanos elevando entonces el nivel del debate político que actualmente presenciamos.
@lorena_becerra