Afganistán: memorias de un atentado del Talibán contra la ONU

11 de Diciembre de 2024

Afganistán: memorias de un atentado del Talibán contra la ONU

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En los últimos años se popularizó la narrativa que presenta a este inestable país de medio oriente que defiende su independencia agresivamente de los grandes imperios que han tratado de controlarlo y que también han fracasado

Puede decirse en cierto modo que Afganistán es el cementerio de los imperios. Hay una famosa fotografía de 1842, en la que el doctor William Brydon, único sobreviviente de la guerra de invasión del imperio británico en Afganistán, de 1839 a 1842, se bate en retirada desde Kabul en su caballo exhausto, llegando a las inmediaciones del fuerte de Jalababad.

Esa imagen patética del siglo XIX, enorgullece a los afganos. Esa guerra amarga para los británicos se considera una de sus más desastrosas derrotas hace dos siglos atrás.

Suerte similar tuvo la Unión Soviética, que tras una guerra de 10 años, de 1979 hasta 1989, en que invirtieron 45 billones de dólares y cuantiosas pérdidas humanas de todos los bandos, no sólo fracasaron rotundamente en su aventura bélica, sino que este episodio sangriento, fue factor esencial en el desmembramiento y eventual desaparición del imperio soviético.

Ciertamente los muyahidines fuertemente apoyados por Estados Unidos y Arabia Saudita y otros países islámicos y europeos contribuyeron con armas letales modernas por un valor de unos 10 billones de dólares, a la derrota soviética.

La historia se repite una vez más con la guerra de invasión bajo el liderazgo estadounidense y la participación de los países que conforman la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) al socaire de la caída de las torres gemelas del 9 de septiembre de 2001.

Las guerras después de aquella fecha le dieron al Pentágono gran poder. En 2001 el presupuesto de defensa de Estados Unidos era de 293 billones de dólares (más que el presupuesto de los 15 siguientes países en el ranking de países con mayor gasto militar).

En 2003 el presupuesto alcanzó 360 billones de dólares, en 2006 escaló a 427 billones de dólares y hacia 2008 llegó a 647 billones de dólares.

Hace muchos años se sabía que la OTAN y los estadounidenses estaban absolutamente derrotados hasta que por fin decidieron abandonar el barco tras 20 años de ocupación y cientos de miles de muertes en condiciones en que a su enemigo declarado, el Talibán, ante la retirada de las tropas occidentales, le tomó unos cuantos días hacerse del poder luego de conquistar las principales ciudades, además de la capital.

Un país de feudos

Visité Afganistán por primera vez en mayo de 1995, cuando en calidad de Coordinador de Asistencia Alimentaria del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), participé en una misión conjunta con el Programa Mundial de Alimentos (PMA),

Estados Unidos y la Unión Europea como países donantes a fin de evaluar las necesidades alimentarias de la población más vulnerable y diseñar el programa de apoyo en alimentos.

Tras la salida de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), siguió una larga lucha contra el presidente Nabiluyá hasta 1992 cuando fue derrocado y los muyahidín tomaron Kabul. Poco antes de que aparecieran los Talibán a fines de 1994, Afganistán se hallaba casi en un estado de desintegración.

Así, el país que encontré en mi visita en 1995, era de uno dividido en feudos por señores de la guerra y, como dice el periodista Ahmed Rashid, todos ellos habían luchado de nuevo en una serie de asombrosas alianzas, traiciones y derramamientos de sangre.

En sus inicios, el Talibán buscaba restaurar la paz, desarmar a la población y reforzar la Ley de la Sharia de la cual hicieron una interpretación extremista.

Defender la integración del carácter islámico de Afganistán.

Al escoger un nombre como Talibán (plural de talib) se distanciaban de la política de los muyahidin e indicaban que era un movimiento para purificar a la sociedad, muchos de ellos habían nacido en campos de refugiados en Pakistán.

Cerraron las escuelas de las niñas, prohibieron que las mujeres salieran fuera de sus casas siquiera para comprar, destrozaron televisores, prohibían escuchar música y todo tipo de diversiones, incluidos naipes, juegos, papalotes, y todo tipo de deportes.

A las mujeres no se les debe ni oír porque desvían a los hombres del sendero islámico prescrito. Las mujeres que salen a la calle y muestran así sea un talón descubierto, las azotan y a sus maridos también los castigan severamente por permitírselos.

A los hombres se les obliga a usar barba con un puño de largo, los pashtunes es el grupo étnico mayoritario al que pertenecen los talibanes con aproximadamente 40% del total de la población.

Los pashtunes gobernaron a lo largo de tres siglos, pero otros grupos étnicos más reducidos se habían hecho los dueños del país.

Las victorias del Talibán hicieron resurgir las esperanzas de que los pashtunes dominarían de nuevo Afganistán.

En el último tercio de 2009 me trasladé a Kabúl, esta vez en calidad de Representante Adjunto del ACNUR.

Atravesé la ciudad en vehículo blindado de este organismo internacional para llegar a la Casa de Naciones Unidas, donde me iba a hospedar.

Durante el relativo breve recorrido que tuvo de la ciudad del aeropuerto a la casa, me di cuenta de la inmensa cantidad de ejército y armas que circulaban por la calle.

Imposible moverse libremente, un conductor de la oficina llevaba a los funcionarios en vehículo blindado hasta para ir a la tienda y los esperaba afuera.

En 2009, la ciudad lucía menos destruida que en 1995, pero a diferencia de aquel entonces, ahora parecía más un cuartel militar con guardias fuertemente armados a las afueras de las casas.

Una mujer afgana, vestida con el burka impuesto por los talibanes, pasa junto a un cartel del ACNUR en noviembre de 1996. Foto: Emmanuel DUNAND / AFP

Guerra cotidiana

La miseria y la pobreza asomaban su rostro más patético en cada esquina de Kabul. El clima en estos días es un poco caluroso, pero bastante agradable, gracias a que esta ciudad milenaria persa está a dos mil metros de altura.

Los afganos asombraban al fuereño por ser maravillosos artesanos de alfombras persas que poseen algo que se llama pericia acumulada, donde como las arañas, se van transmitiendo la habilidad, la creatividad y la maestría de generación en generación.

La terrible noticia del día siguiente en que llegué era que la OTAN había matado a 90 civiles en un bombardero cerca de Kunduz en el norte del país.

Esto sucedió justo después de que el General McCrystal, comandante en jefe de las tropas de OTAN en el país, había anunciado una nueva estrategia en la que buscaba ganarse los corazones y las mentes del pueblo afgano, en un año en que por mucho se había rebasado el número de efectivos militares caídos a manos de la insurgencia.

En ese año, agosto fue el mes más fatídico para la OTAN desde el punto de vista de soldados caídos. Era claro que matando civiles no había la mínima posibilidad de ganarse ningún corazón ni mente.

Los llamados daños colaterales engendraban odio hacia los ocupantes.

El problema mayor para las Naciones Unidas, en general, y para el ACNUR, en particular, era que seguían siendo considerados como aliados o peor aún, como parte de las fuerzas de ocupación.

Había que acostumbrarse. Me desperté a escuchar los cantos de las oraciones islámicas a las 4 de la mañana. Septiembre es el mes sagrado del Ramadán, que dicta que la gente ayune del amanecer al crepúsculo.

No puede tomar ni siquiera té, por eso cuando se acerca la hora crepuscular, alguna gente está nerviosa del hambre.

Pronto visité una muy interesante librería afgana en la que se vendían todo tipo de publicaciones sobre la historia antigua y reciente de Afganistán.

Compré dos libros: uno de ellos reunía una colección de cuentos pashtunes, la principal etnia del país, y a la que pertenecen los talibanes.

Los cuentos fueron coleccionados en las áreas tribales de la frontera entre Pakistán y Afganistán, región que se ha llegado a describir como la última zona libre en el mundo, donde las rutas de caravanas de Persia, India y China coincidían.

El otro intitulado Descent into chaos del gran experto del Asia central, Ahmed Rashid, que había sido periodista de la región ya entonces por más de 25 años.

De él, ya había leído varios interesantes artículos y su famoso libro sobre el Talibán.

Al entrar el carro al búnker de la oficina del ACNUR, unos guardias fuertemente armados revisaban el vehículo para asegurarse que no le hubieran puesto una bomba.

Rutina indispensable por razones de seguridad. Por la noche fui a cenar a la sede de la Otan en Kabul.

¡Qué lugar! Absolutamente impresionante. Un búnker protegido con paredes de concreto elevadísimas.

Miedo en el frente

En realidad, Kabul estaba convertida en una ciudad amurallada poniendo en evidencia que se trataba de un país en guerra.

Un militar italiano y otro militar griego, ambos pertenecientes a la rama civil de la OTAN, fueron nuestros anfitriones. Hacía menos de un mes justo afuera de ese lugar, que un bombero suicida había matado a varias personas.

La charla durante la cena estuvo muy interesante, sobre todo cuando les preguntamos a los oficiales de la OTAN qué tan optimistas eran respecto de su operación en el país.

Ambos nos dijeron que no habían venido a Afganistán por su propia voluntad y también coincidieron en señalar que esta intervención no tenía sentido y que no le veían una clara salida.

Tenían miedo. Nos dijeron que prácticamente no salían del búnker.

Lo hacían solamente cuando no había otra opción. Sabían muy bien que eran un blanco de la insurgencia antigobierno.

Ambos también subrayaron que era la primera vez que estaban enredados en una guerra en la que no tenían un enemigo claro y que era muy extraña la estrategia de combatir como ejército y al mismo tiempo estar metidos en tareas de desarrollo.

El militar italiano comentó que el libro de Ahmed Rashid, que previamente había comprado, explicaba muy bien las razones del estrepitoso fracaso de la OTAN en Afganistán.

Ya en 2009, la letal práctica de bomberos suicidas era de lo más común. A los pocos días de mi llegada había aparecido un bombero suicida en el aeropuerto.

Murieron dos locales y dos soldados belgas. Poco más tarde se reanudó la actividad en el aeropuerto.

Había mucho nerviosismo en el país, se habían intensificado los ataques terroristas en la medida en que se acercaba el anuncio de los resultados de los comicios presidenciales.

Ya por la noche, se dieron resultados tras el conteo oficial de 90% de las boletas diciendo que Karzai había llegado al 54.1%, resultado que le asegura la victoria sin tener que ir a una segunda vuelta.

Sin embargo, era tal la cantidad de denuncias y evidencias de fraude, que hasta la embajada americana y el Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas habían expresado su preocupación.

En la oficina, la mayoría de los trabajadores locales eran tajiks y hablaban dari, mientras que la minoría son pashtunes y hablan pashtun. Aunque muchos hablan ambos idiomas.

Fui a visitar la Oficina Regional de las Naciones Unidas para África Central (UNOCA, por sus siglas en inglés) que es el impresionante compound donde está la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA, por sus siglas en inglés), Unicef y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Ahí tienen su propio súper, viviendas para el personal internacional, un bar, un centro de recreación y una flota inmensa de vehículos y camiones. Es un búnker gigantesco ubicado en la carretera a Jalababad, famoso por la gran cantidad de ataques que los elementos antigobierno han hecho contra las fuerzas de ISAF. En esos días se publicó el informe del General McCrysthal, que era fiel reflejo de que la intervención pintaba para convertirse en un estrepitoso fracaso.

Atentado en la ONU

El 28 de octubre fue un día terrible para las Naciones Unidas en Afganistán. Me desperté antes de las 6 de la mañana, pero a las 6:20 el oficial de seguridad del ACNUR me envió un mensaje en el que anunció un ataque que al parecer había afectado a un vehículo de Naciones Unidas.

Me paré en pijama y vi que los otros tres colegas de la casa ya estaban levantados y despiertos hablando sobre ello. Me junté a conversar con ellos pero empezamos a escuchar una fuerte balacera a una distancia no demasiado lejana de la casa.

El tiroteo pareció durar horas. Después nos enteramos que tres talibanes con chalecos suicidas habían entrado a una casa de Naciones Unidas a cinco cuadras de nuestra casa y habían matado a cinco funcionarios y herido a otros nueve en un inmueble en el que habitaban 22 funcionarios de la ONU, 17 de ellos trabajaban en el tema de las elecciones.

Poco después supimos que habían lanzado ataques de morteros en el lujoso Hotel Serena en donde también se alojaba personal de Naciones Unidas que estaba relacionado con las elecciones.

A raíz de ese ataque instruyeron que nos ubicáramos en el búnker de la casa, cosa que hicimos todos los colegas que vivimos en el conglomerado de las 4 casas del ACNUR dentro del mismo conjunto habitacional.

En nuestra casa habitábamos cuatro personas: una turca, un holandés, un brasileño y yo.

En la segunda casa había dos etíopes, un jordano y un sudanés. En una tercera casa: un alemán y un iraní; y en la cuarta casa una india y un estadounidense.

Estuvimos en el búnker aproximadamente tres cuartos de hora y después nos permitieron salir, pero la gente de seguridad indicó que no podíamos salir de las casas en Kabul.

Yo estuve informando a la Sede en Ginebra e informando y dando instrucciones al oficial de seguridad y a los jefes de las suboficinas.

Todo el día no paré de estar en la computadora y en el teléfono. Nunca lo olvidaré.

*Andrés Ramírez, titular de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados.