Arrancaron las campañas y el equipo de Xóchitl Gálvez decidió transitar hacia una estrategia más agresiva y confrontativa. Poco queda de alegría y simpatía; ahora encontramos piezas de comunicación que pretenden alertar sobre la posibilidad del derrumbe del país. El discurso echaleganista cedió espacio a un recurso básico del manual de campañas: igual que en 2006, la apuesta sería generar miedo para desestabilizar a la adversaria.
A pesar de estos esfuerzos, las recientes encuestas del Reforma no dan lugar a dudas: la estrategia no funcionó. No bastaron los millones de pesos invertidos en hashtags y en la grabación de spots en contra del gobierno. Xóchitl no logró avanzar en la carrera presidencial, incluso se alejó del ansiado primer lugar.
Considero que la falta de resultados de esta campaña atiende a un factor elemental: no existe coherencia en los mensajes que emite la candidata del frente opositor.
Me explico. Uno de los principios básicos de la consultoría en imagen pública es el respeto a la esencia. Esto significa, en términos simples, que se debe cuidar que los mensajes que transmite una persona sean coherentes y acordes con su carácter, temperamento e historia de vida. La emisión de mensajes contradictorios entre sí suelen tener como resultado que el público advierta la falta de sinceridad de un personaje público.
Y así, día con día, encontramos esas inconsistencias en Xóchitl. Ella, una candidata con un estilo natural, cuyas interacciones con la prensa tienden justamente a destacar esa característica, ahora tiene que adecuarse a un discurso que no le pertenece ni siente suyo.
Hoy Xóchitl tiene la obligación de ser el rostro de una agenda libertaria y privatizadora que se acerca más a lo que solía combatir, que a lo que solía sostener. Públicamente se enfrenta con las fuerzas armadas, al mismo tiempo que avisa a los petroleros que su sector es cosa del pasado. Esta nueva Xóchitl no cree en la educación pública ni en la rectoría estratégica del Estado; mucho menos en el Estado de Bienestar.
Pero públicamente también encontramos a una Xóchitl que se niega a autodefinirse como de derecha; que cree en los beneficios que tienen los programas sociales que ayudan a personas en situación de vulnerabilidad. Esa es la misma persona que rompió una piñata con las siglas del PRI y decidió encadenarse en un edificio de gobierno.
Ante estas contradicciones, no queda más que la desconfianza. Por ello, ante pregunta expresa, el 48% de las personas encuestadas respondió que preferiría encargarle su casa, auto o negocio a Claudia Sheinbaum frente a Xóchitl Gálvez. Ese mismo público, con promedios del 52% al 61%, consideró que Sheinbaum es más organizada, eficaz, auténtica, honesta y con sensibilidad social que la candidata del PRIAN.
Quedan todavía dos meses de campaña, pero parece que la ruta es clara. Será en junio cuando corresponda analizar a detalle los alcances de una campaña que optó por la agenda y no por la esencia.