En la Ciudad de México, cada temporada de lluvias vuelve a recordarnos la fuerza del agua y la fragilidad de nuestras infraestructuras. Las avenidas se inundan, las barrancas se colapsan, y en medio del caos, emerge una pregunta que late como semilla urgente: ¿es momento de repensar nuestros corredores verdes y azules?
La Secretaría del Medio Ambiente (SEDEMA) impulsa desde hace años una revolución silenciosa: el Programa Especial de Infraestructura Verde para la Ciudad de México (PEIV-CDMX), que no solo siembra árboles, sino que entreteje espacios verdes y cuerpos de agua pensando en conectividad, accesibilidad, funcionalidad y resiliencia
Este programa, que contempla la recuperación de parques, barrancas, canales y ríos, reconoce la dimensión dual de estas infraestructuras: no solo son refugio para la biodiversidad, sino también amortiguadores frente a precipitaciones extremas
Así, corredores verdes y azules transitan de ser retazos aislados a redes cohesionadas que conectan vida, naturaleza y ciudad.
¿Por qué repensar estos corredores es una necesidad inaplazable? Primero, por su capacidad natural para controlar inundaciones: la infraestructura verde promueve la infiltración del agua de lluvia, reduce escurrimientos, recarga acuíferos y previene desbordamientos costosos segundo, como herramienta ante la crisis climática: los corredores mitigan las islas de calor, mejoran la calidad del aire, reducen ruidos y ofrecen hábitats esenciales para fauna urbana, reduciendo la fragmentación ecológica.
ONU-Hábitat desde una perspectiva internacional ha subrayado que ciudades inteligentes no pueden separar lo urbano de lo natural. Las cuencas hidrográficas nuestros corredores azules naturales deben integrarse en la planificación urbana, restaurarse y conectarse con espacios verdes para asegurar un funcionamiento ecológico eficiente. En esta línea, la Agenda 2030 y la Nueva Agenda Urbana de la ONU exigen que las ciudades diseñen con la naturaleza, no contra ella un principio que se está encarnando en la CDMX con el PEIV-CDMX, que integra compromisos internacionales en la planificación local y cuando el agua “reclama su cauce”, ese llamado adquiere urgencia. No basta con responder reactivamente ante inundaciones. Se necesita un enfoque proactivo: identificar áreas vulnerables, priorizar corredores y diseñar soluciones basadas en la naturaleza. Esto implica inversión, colaboración interinstitucional, participación ciudadana y, sobre todo, visión a largo plazo.
Repensar los corredores verdes y azules significa construir ciudades más humanas y resilientes. Significa reconocer que no somos enemigos del agua ni invasores del paisaje: somos parte de él, y depende de nosotras y nosotros diseñar ciudades donde el agua fluya sin destruir, donde los parques y barrancas dejen de ser símbolos de riesgo para convertirse en arterias de vida. Es momento de darle cauce, con inteligencia y con naturalidad, a una ciudad que abraza lluvia, vegetación y vida.