La Sirenita: otro remake innecesario

14 de Mayo de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

La Sirenita: otro remake innecesario

alejandro aleman

La versión animada de La Sirenita estrenada en 1989 supuso uno de los cambios más importantes en la historia de los estudios Disney. Fue el inicio de la llamada “Era Katzenberg”, cuando el afamado productor Jeffrey Katzenberg tomó las riendas y bajo su autoridad surgieron grandes clásicos que le dieron nueva vida a Disney: Aladdin, La Bella y la Bestia, El Rey León.

La crítica alabó las texturas de la sorprendente animación de La Sirenita, sus pegajosos números musicales, e incluso reconocían cierto elemento “de sofisticación sexual”[1] en la figura de Ariel, la pequeña sirena que se revelaba a su padre en pos de satisfacer su curiosidad e irse con el hombre guapo que acababa de conocer hace apenas unas horas. El deseo como una fuerza imparable que no sabe de razón.

Y ni qué decir de las vedadas referencias al mundo drag que sirvieron de inspiraron en el diseño de la bruja Úrsula, claramente influenciada por la drag queen Divine. Disney nunca se había atrevido a tanto.

Treinta y cuatro años después, la empresa trae de vuelta a La Sirenita, ahora en forma de live action, mote por demás inexacto ya que la cinta es en realidad una animación hiperrealista con personajes interpretados por humanos.

Dirigida por Rob Marshall (Chicago, Mary Poppins Returns) y con un guión a cargo de David Magee (basado en el original de Clemens y Musker así como en el cuento de Hans Christian Andersen) la película es casi una calca de la animada, con algunas partes omitidas y otras nuevas que inexplicablemente hacen de esta una cinta 52 minutos más larga.

La gran revelación es Halle Bailey, cuya Ariel es una que proyecta emociones no a través de su actuación sino de sus canciones. Bailey presume de una voz privilegiada, siendo ella la única razón de peso para ver esta película (obligatorio hacerlo en su versión en inglés).

Y es que la cercanía con la versión animada sólo hace evidente que aquella tenía más imaginación y libertad que esta nueva cinta. La prueba de fuego es la canción “Bajo del mar”: mientras que en la delirante versión del 89 los peces tocaban instrumentos, aquí todo se convierte en un show de imágenes por computadora que refuerzan esa textura inerte que permea en toda la cinta.

En algunas entrevistas Halle Bailey declaró que esta era una versión más feminista, “Ariel no abandona el océano solamente por un chico guapo”. Como estrategia de marketing la declaración está bien, pero falta a la verdad. La Ariel del 89 y la de 2023 se mueven bajo los mismos parámetros: el amor y el deseo hacia el príncipe. Querer otorgarle nuevos valores morales a esta cinta es perderse en lo que menos debería importar: lo trascendente es el arte, y en ese terreno la cinta animada sigue siendo la gran triunfadora.

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