Hormigas, humanos y las lecciones de la guerra

23 de Mayo de 2024

Hormigas, humanos y las lecciones de la guerra

Los humanos tienen muchas similitudes con los insectos que viven en sociedades grandes, más incluso que con los primates; por ejemplo, hacer guerras, sobre todo cuando los medios de susbsistencia están en peligro

Si pones suficiente atención, puedes darte cuenta de que las sociedades modernas se parecen más a las de ciertas hormigas y no a las de nuestros parientes más cercanos que son los chimpancés y los bonobos. Los primates no tienen que construir carreteras, ni tienen reglas de tránsito ni infraestructura. No organizan líneas de ensamble ni realizan trabajo de equipo complejo y tampoco reubican las fuerzas laborales para conseguir una división efectiva del trabajo, y así sucesivamente.

La razón es que todas las especies, dependiendo del tamaño de su comunidad, tienen prioridades para su organización y sólo los humanos y algunos insectos que viven en sociedad tienen poblaciones que llegan a los millones. Una comunidad de chimpancés de unos 100 miembros, por ejemplo, no enfrenta problemas de salud pública, pero las hormigas en algunas de sus metrópolis tienen escuadrones de limpieza. Y es que, por su pensamiento inteligente, en el caso de los humanos, o por herencia genética, en el de las hormigas, se necesitan cubrir algunos requisitos para que los individuos puedan vivir juntos en armonía a largo plazo.

›El otro lado de la moneda es que mientras más grande es el grupo, las respuestas agresivas en contra de los extraños son más diversas y extremas. Si se hace una comparación de las similitudes tan asombrosas entre humanos e insectos sociales, uno de los paralelismos más fascinantes es el de la existencia de estrategias de guerra en ambos grupos.

La palabra guerra se ha utilizado, algo imprudentemente según yo, para describir todo tipo de conflictos entre animales y las primeras civilizaciones. Éstas podrían incluir ataques menores o unilaterales, pero lo que me interesa más es la forma en que surgen los conflictos que normalmente tenemos en mente cuando pensamos en la guerra.

Si un grupo de chimpancés se escabulle dentro del territorio de otros para matar a un simio, que es su modus operandi normal cuando atacan a los extraños no es realmente una guerra. Lo mismo sucedía con los cazadores recolectores, nuestros ancestros, quienes vivían en grupos pequeños. Tenían pocas pertenencias y ninguna estructura permanente que proteger. Aunque no estaban a salvo de masacres, de haber ocurido alguna, acarrearía pocos beneficios y significaría un esfuerzo en vano. Cuando las relaciones con los grupos vecinos iban mal, era más fácil buscar otro lugar o si era necesaria, la venganza, pues se escabullían en el territorio enemigo, mataban a una o dos personas, y huían al estilo de los ataques de los chimpancés.

Cuando crecieron las sociedades, se presentaron métodos de agresión y aumentó la escala y la intensidad. En la isla de Nueva Guinea, tribus con cientos de personas tradicionalmente se enfrascaban en batallas.

Cuando viajaba por las tierras altas, hace 25 años, estuve muy cercano a presenciar uno de esos enfrentamientos. Durante la fase inicial de la guerra, ambas líneas enemigas se enfrentaban a distancia y se arrojaban lanzas o utilizaban arcos y flechas, y los blancos apenas quedaban resguardados bajo escudos de madera. Las peleas eran más simbólicas que peligrosas, las muertes eran pocas. Aunque dichas batallas algunas veces daban lugar al combate cercano, también podían terminar sin mayor escalada.

Los biólogos Bert Hölldobler y Edward O. Wilson compararon estos enfren-
tamientos en Nueva Guinea, en lo que las tribus Maring llamaban las “peleas por nada”, con las luchas rituales entre las hormigas de la miel, que cuentan con apenas unas miles de hormigas en sus nidos.

Existen otros tipos de estrategias para evitar las guerras a mayor escala. Ciertas hormigas que encontré en Ecuador, que viven en colonias medianas, responden a los ataques de enemigos más poderosos bloqueando con piedras la entrada del hormiguero para protegerlo de los asaltos, una técnica que también utilizaban los capadocios de Turquía.

›Cuando una obrera de cierta especie de hormigas en Borneo se topa con un enemigo aprieta su cuerpo con tanta fuerza que la cutícula se rompe y deja escapar un pegamento amarillo tóxico de alguna glándula interna. El intruso muere antes de poder llegar a casa para reportar la ubicación del nido de los bombarderos suicidas.

En algunos casos, las peleas por nada y los ataques a pequeña escala pueden llevar a la erradicación de una sociedad entera si los enfrentamientos continúan año tras año hasta que cualquiera de los bandos desaparece. Esto también pasa con los chimpancés. En la década de los 70, Jane Goodall, fue testigo de cómo una comunidad fue acabando paulatina pero brutalmente con otra comunidad en Parque Nacional de Gombe Stream, Tanzania.

El tamaño de la población en el que tanto las hormigas como los humanos cambian sus ataques rápidos de bajo riesgo y los enfrentamientos rituales por una guerra total, según mis cálculos, está en comunidades de 10 mil a varios cientos de miles.

En la mayoría de los casos, la agresión alcanza niveles épicos en sociedades de cientos de miles o más grandes. Las guerras entre las colonias de hormigas argentinas, una especie invasora que controla regiones completas en todo el sur de California y otras partes del mundo, provocan millones de muertes cada semana en las líneas fronterizas que se encuentran a lo largo de San Diego. A falta de armas y bombas, las hormigas utilizan grupos numerosos y su fuerza para someter a los rivales, rodeando a los enemigos y desbaratándolos en pedazos.

Una probable causa de las guerras en las grandes sociedades, ya sea entre hormigas o humanos, es simplemente la economía. Las grandes comunidades tienen más producción per cápita: menos recursos se necesitan para alimentar y dar casa a cada individuo.

El resultado es que hay una gran reserva de fuerza laboral que puede desplegarse cada que se necesita, con las hormigas funcionando como soldados. Afortunadamente nuestras naciones tienen opciones con la que los insectos no cuentan porque pueden utilizar la fuerza laboral no sólo en ejércitos, sino en otras labores como el entretenimiento, las artes y las ciencias.

En lugar de esconderse detrás de las piedras como hormigas ecuatorianas, la gente también puede desarrollar alianzas entre sociedades afines, lo cual no pueden hacer las hormigas. Es en la búsqueda de la paz cuando los humanos demostramos la fuerza de nuestro cerebro de la forma más impresionante.

Este texto se publicó originalmente en Undark.org (https://undark.org/article/ants-humans-war-wilo/) y Graciela González lo tradujo del inglés.

*Mark. W. Moffett comparte una historia que no pudo incluir en su libro más reciente The Human Swarm: How Our Societies Arise, Thrive, and Fall.

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