›En menos de una generación, México ha pasado de ser un país sobre el que se decide a uno que incide en la construcción de la arquitectura económica global.
Ser soberanos no es cerrarse al mundo. Al contrario, ejercer soberanía significa, entre otras cosas, dialogar y cooperar con el extranjero para lograr beneficios internos.
El próximo fin de semana, el presidente Enrique Peña Nieto, acompañado de la canciller Claudia Ruiz Massieu, asistirá a la reunión anual del llamado G20, que este año tiene su sede en Hangzhou, China.
Los veinte países que integran este grupo representan 86% de la economía mundial, 77% del comercio internacional y dos terceras partes de la población sobre el planeta. En ese foro se deciden las grandes estrategias del comercio y las finanzas globales, por lo que no resulta menor que México tenga un lugar como miembro permanente, pues durante la mayor parte de nuestra historia, habíamos tenido escasa capacidad para influir sobre las decisiones económicas internacionales que nos afectaban.
Quizá nuestro primer escarceo en las grandes ligas fue durante la conferencia de Bretton Woods, en 1944, cuando se definió la arquitectura económica de la posguerra (el Fondo Monetario Internacional y el Banco mundial se crearon ahí), donde la delegación mexicana estuvo integrada por Daniel Cosío Villegas, Víctor Urquidi y Eduardo Suárez, aunque nuestra incidencia en esa ocasión fue acotada.
Una razón para explicar que hoy nos sentemos en las mesas donde se toman decisiones es el peso económico que México ha alcanzado, mismo que se traduce en influencia política. Con razón, el excanciller Fernando Solana argumentaba que la mejor arma diplomática es la fortaleza económica interna.
Sin ir muy lejos, hoy somos la 15ª economía más grande del mundo y la segunda en América Latina, además de contar con un enorme mercado interno, de cerca de 120 millones de habitantes (somos el 11º país más poblado), y un PIB per capita que ronda los 17 mil 900 dólares.
Pero estas ventajas no son suficientes. Para aprovechar nuestra influencia se necesita un consenso sobre dónde está nuestro proyecto nacional, y en ese sentido, por encima de fantasmas ideológicos, México es un país cuyo interés está en promover el libre comercio como forma de generar crecimiento y empleo.
Prueba de ello es que el comercio exterior representa 63% de nuestro PIB y muchos de los trabajos mejor pagados se encuentran en las industrias exportadoras de alta tecnología, en las que México es líder. No es casual que parte de nuestra apuesta de desarrollo haya sido crear una red de tratados de libre comercio, de los que tenemos 12 con 46 países.
Significativamente, la opinión popular en favor del libre comercio también ha crecido, y hoy 55% de los mexicanos dice estar de acuerdo con que éste es benéfico para incrementar su nivel de vida (CIDE, 2015).
Por eso la reunión del G20 nos importa. Los países de este grupo aportan 94% de la Inversión Extranjera Directa en México, y ahí se encuentran nuestros principales socios comerciales (Estados Unidos, China, Canadá, Japón, Alemania, Corea del Sur y Brasil).
En particular, debe aprovecharse nuestra influencia en ese foro para combatir el proteccionismo, promover el libre comercio y los procesos de integración, vitales para nuestro país, pero que están siendo cuestionados en el mundo. Casos recientes son la campaña del candidato republicano en Estados Unidos y la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Este es también un marco para promover las ventajas de las reformas estructurales, a fin de atraer aliados interesados en invertir y generar empleos.
En menos de una generación, México ha pasado de ser un país sobre el que se decide a uno que incide en la construcción de la arquitectura económica global, y esto sólo se podrá capitalizar fortaleciendo el consenso interno en favor de la economía de mercado como instrumento de desarrollo incluyente.
@khatulari