"Mi nombre es Legión": el cáncer infantil

17 de Mayo de 2024

“Mi nombre es Legión": el cáncer infantil

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En vísperas del Día Internacional del Cáncer Infantil, más vale recordar que este, además de los oncogenes, tumores y falta de recursos, tiene que lidiar con la desatención y la ignorancia, aunque debiera tener más consideraciones y cuidados especiales

“Mi nombre es Legión, porque somos muchos” es una de las citas bíblicas más usadas en diversos contextos y narrativas. Proviene del primer episodio que se narra en el capítulo 5 del Evangelio según San Marcos, cuando a Jesús, recién desembarcado de un viaje con sus discípulos, se le aproxima un hombre “con un espíritu inmundo” que de pronto, “le salió al encuentro, de entre los sepulcros”.

Este hombre “había sido atado con grilletes y cadenas, mas las cadenas habían sido hechas pedazos por él, y los grilletes desmenuzados; y nadie le podía dominar”.

“Sal de este hombre, espíritu inmundo”, dijo Jesús, y a continuación le preguntó al demonio, no al ser humano poseído, por su nombre. “Mi nombre es Legión, porque somos muchos”, contestaron los demonios.

Desafortunadamente, el cáncer no es singular, sino que existe una multitud de tipos de cáncer. Sin embargo, cuando nos referimos al cáncer infantil, podemos afirmar que hay aún más desafíos por enfrentar. Dado que los milagros son escasos (o al menos muy poco frecuentes), este enfrentamiento es mucho más complejo que el descrito en en el episodio bíblico.

El perfil molecular

cáncer infantil

Olvídense del cáncer de pulmón, mama o próstata: por qué la forma de nombrar tumores tiene que cambiar. Este fue el título de un artículo en la revista Nature publicado el 31 de enero pasado, unos días antes del Día Internacional Contra el Cáncer, que fue el domingo 4 de febrero.

›La radical propuesta, liderada por un equipo encabezado por Fabrice André (director del Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica de Francia), sugiere que la nueva forma de nombrar a los cánceres tendría que estar basada en su “perfil molecular”. El fundamento radica en que clasificar los distintos tipos de cáncer según la ubicación en el cuerpo donde ocurren puede impedir que los pacientes reciban el tratamiento adecuado y, además, que las compañías de seguros reembolsen dicho tratamiento.

El gremio médico ha recibido muy bien la propuesta, pues aunque haya sido presentada por el equipo de André, ha sido manejada desde hace décadas tanto en la investigación como en la práctica clínica, beneficiando a los propios pacientes.

No se puede definir al cáncer, o la reproducción desordenada de células defectuosas o indiferenciadas, como una enfermedad única, ya que en realidad abarca diversas patologías.

Según se señala en el libro The Cell, el cáncer resulta de alteraciones en genes reguladores críticos que controlan la proliferación, diferenciación y supervivencia celular.

En muchas ocasiones, basta con que un gen esté alterado para que se manifieste la forma de cáncer correspondiente a ese gen, el cual pasa a llamarse oncogén cuando tiene la mutación. Siguiendo la investigación de los oncogenes, se logra una clasificación mucho más útil y funcional.

Así, morfológicamente, el cáncer de pulmón, aunque no sea el más frecuente, es el más letal y se divide en dos tipos: el de células pequeñas o microcítico (que se propaga rápidamente y suele diagnosticarse tarde) y el de células no pequeñas, que se divide en tres subtipos principales según el tipo de células que lo manifiestan, además de otros menos comunes, según la American Cancer Society.

Uno de los tres subtipos es el adenocarcinoma, que se origina en células que normalmente segregan moco. Este tipo de cáncer “ocurre principalmente en personas que fuman o que han fumado, pero también es el tipo más común de cáncer de pulmón observado en las personas que no fuman”.

Pero el adenocarcinoma es el resultado de una o más de 18 mutaciones específicas detectadas en distintos genes. Uno de esos oncogenes es el EGFR, presente en dos formas de glioblastoma en el cerebro, en adenocarcinoma de colon, en melanoma cutáneo, en carcinoma del pulmón pero de células pequeñas y en cáncer de mama, entre otros.

Clasifica y vencerás

André y su equipo ofrecen un ejemplo dramático sobre los problemas de la clasificación por órganos con los oncogenes BRCA1 y BRCA2.

Estos genes son característicos de los cánceres de ovario, mama, páncreas y próstata, ya que aceleran la división y el cambio celular por encima de lo normal.

Resulta que en 2005 se descubrió que las células con las mutaciones BRCA podían ser eliminadas con cierto medicamento llamado Olaparib.

En 2009, comenzaron en Estados Unidos las pruebas clínicas para utilizar ese medicamento en pacientes con cáncer de ovario, y en 2014 se aprobó su uso para ese tipo de cáncer. Sin embargo, fue después de esto que se aprobó su uso para cánceres de órganos similares.

Según la investigación, entre 2014 y 2018, cuando se aprobó el uso del Olaparib para su uso en cáncer de mama provocado por BRCA, murieron alrededor de 100 mil pacientes que podrían haberse beneficiado por el tratamiento.

Además, en 2019 se aprobó el Olaparib para el cáncer de páncreas y en 2020 para el de próstata. En esos lapsos murieron otros 200 mil pacientes que quizá podrían haberse salvado, si el medicamento se hubiera aprobado por perfil molecular y no por órgano.

No hay prevención que valga

Igual que en los adultos, el cáncer infantil no es una enfermedad sino muchas, pero hasta ahora, se desconocen las causas de la mayoría de los cánceres infantiles; sólo se sabe que entre 8 y 10% de estos son causados por una mutación hereditaria que fue transmitida por los padres. En el resto de los casos debe haber factores ambientales que provoquen la mutación.

En los adultos, estas mutaciones genéticas son producto de, por un lado, los efectos acumulativos del envejecimiento y, por otro, la exposición prolongada a sustancias cancerígenas; sin embargo, que la exposición sea prolongada no es estrictamente necesario para que ocurra la mutación, simplemente aumenta las probabilidades de que así sea.

Hasta el momento, no se han identificado las posibles causas ambientales del cáncer infantil. Esto se debe, en parte, a su baja frecuencia y, en parte, a las dificultades para determinar a qué podrían haber estado expuestos los niños durante las primeras etapas de su desarrollo, según el National Cancer Institute de Estados Unidos.

Debido a esto, no se han podido desarrollar medidas de prevención, y muchos casos son diagnosticados cuando el cáncer ya se encuentra en etapas avanzadas, lo cual complica aún más el panorama.

En México, los otros demonios

Según Roberto Rivera-Luna, del Servicio de Oncología del Instituto Nacional de Pediatría, “el cáncer de los cero y 18 años ha aumentado mundialmente su incidencia en forma muy significativa, sobre todo en los países de ingresos medios y bajos”, entre los cuales se encuentra México.

Rivera Luna comenta, en la Gaceta Mexicana de Oncología, en su edición de enero-marzo de 2022, que en el 2018 había “60 instituciones acreditadas
para el manejo integral del niño con cáncer”. Sin embargo, agrega, “desafortunadamente en el momento actual son sólo 31 hospitales los acreditados; esto se debe a la falta de planeación, de nuevos recursos técnicos y humanos, y consecuentemente al reconocimiento de que el cáncer infantil es un problema de salud nacional”.

Entre las limitaciones que han llevado a las instituciones a perder la acreditación se encuentran la falta de servicios de radioterapia, neurocirugía o unidades de trasplante de células madre. Estas limitaciones, según se argumenta, se basan en la falta de conocimiento de las autoridades de salud sobre la incidencia del cáncer infantil en México, la cual se estima en 151 casos por cada millón de habitantes al año.

Según datos presentados por la Organización Panamericana de la Salud en 2017, en México, cada año se pueden contar 20 mil casos de cáncer pediátrico, de los cuales hay entre cinco y seis mil casos nuevos; 65% de los casos se diagnostican en etapas avanzadas de la enfermedad, y la sobrevida al cabo de cinco años es de menos de 40%, por lo que se pierden más de dos mil 300 vidas anuales.

De acuerdo con el Instituto Nacional de de Salud Pública, el cáncer infantil “es la primera causa de muerte por enfermedad en niños de cinco a 14 años y la sexta en niños menores de cinco”.

La alta tasa de mortalidad por esta causa que hay en México (de 5.4 por cada 100 mil habitantes), señala Rivera Luna, es superior no sólo a la de Estados Unidos o Canadá, también a las que se observa en Colombia, Chile, Argentina, Puerto Rico y Costa Rica, y “la supervivencia-curación de esta enfermedad es del 80% en países semejantes a México”.

Este fenómeno, añade el experto, no se debe únicamente a cuestiones epidemiológicas o financieras, sino que está condicionado por “la carencia de enfermeras y médicos especializados en la materia, la falta de instituciones hospitalarias de tercer nivel, y el muy importante déficit de abastecimiento de medicamentos oncológicos”.

Epílogo de comparación con Dinamarca

Jesús era clemente hasta con los demonios, y aquellos que habían poseído al hombre del relato de Marcos, Capítulo 5, por alguna razón, no deseaban abandonar la localidad. Por lo tanto, le rogaron que los enviara al gran hato de cerdos que pastaban por allí.

“Y Jesús se los permitió. Saliendo aquellos espíritus inmundos, entraron en los cerdos, y el hato se lanzó al mar por un despeñadero, los cuales eran como dos mil; y en el mar se ahogaron”, se relata en el evangelio atribuido por la tradición a San Marcos, aunque los historiadores difieren.

›Milagros aparte, en la realidad el combate al cáncer pediátrico y los factores sociales, políticos y económicos que le rodean y fomentan es increíblemente complicado, y los daños que ocasiona van más allá que las muertes de los niños. Para muestra de ello baste el caso de Dinamarca.

Según un informe de 2016, en Dinamarca no ha habido cambios significativos en la incidencia del cáncer infantil desde 1985; sin embargo, la tasa de supervivencia a cinco años ha aumentado significativamente desde entonces y alcanzó el 86% en 2015.

Además, entre el diagnóstico y el inicio de la terapia pasa un promedio de siete días y en 80% de los casos la terapia requiere menos de 14 días.

Sin embargo, una investigación reciente realizada en Dinamarca y Suecia encontró que los intentos de suicidio aumentan significativamente entre los padres cuyos hijos son diagnosticados con cáncer (con un aumento del 15%), en especial si el cáncer es grave (con un aumento del 25%).

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