Esta es la historia de Jeremías, el inquilino incómodo que se alojó en mi pecho

19 de Octubre de 2025

Esta es la historia de Jeremías, el inquilino incómodo que se alojó en mi pecho

El testimonio de una sobreviviente de cáncer de mama muestra el impacto del diagnóstico oportuno, la red de apoyo médico y el valor de enfrentar el miedo.

cáncer de mama

Una mastografía no planeada. Un diagnóstico inesperado. Una batalla ganada contra el cáncer de mama.

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Foto: Especial

Una mastografía no planeada. Un diagnóstico inesperado. Una batalla ganada contra el cáncer de mama.
Foto: Especial

Todo comenzó el 1º. de agosto de 2025. No sabría decir qué o quién me empujó a hacerme una mastografía. No tenía ningún incentivo, más bien todo lo contrario. Odio el mastógrafo: invento de hombres que, si tuvieran que apretarse los testículos para descubrirse un padecimiento, habrían diseñado algo mucho más compasivo.

El 1º de agosto acompañé a mi hija Geraldine a Salud Digna para que se hiciera unos análisis. Llevábamos más de tres horas esperando cuando un letrero promocional me provocó. “Detección oportuna de cáncer de mama”. Lo vi tantas veces que acabé cayendo. Me hice el estudio.

No era ajena al tema. Desde hace treinta años, cuando trabajaba en Avon, fui parte de la Cruzada contra el Cáncer en la Mujer, junto con la Secretaría de Salud, Grupo Reto, FUCAM, CIMAB y muchas otras organizaciones que enseñaban a mujeres a conocer su cuerpo y promover la detección temprana. Creía dominar el tema. Lo que no sabía era que, sin darme cuenta, había caído en la trampa que tantas veces combatimos: pensar que “a mí no me va a pasar”.

Supuestamente los resultados estarían listos dos horas después. No llegaron. El lunes siguiente tenía cita con mi ginecólogo, el Dr. Alejandro Pliego. Fui sin resultados. Me revisó. No sintió nada. Yo tampoco. Era lógico: a mí no me iba a pasar.

Pasó una semana de mensajes inútiles al WhatsApp de Salud Digna. El viernes 8 de agosto me cansé. Les advertí que, si no me entregaban los resultados, acudiría a la PROFECO. Curiosamente, esa noche los subieron a la plataforma. Con alivio irónico abrí el archivo y se los mandé a mi doctor. Sin saberlo, acababa de subirme a la montaña rusa más vertiginosa de mi vida.

Alejandro respondió en minutos:
“Tienes que ir con un oncólogo. De inmediato.”

El oncólogo me pidió buscar a una experta en mama para realizar la biopsia. Ahí apareció la Dra. Uscanga, coronel y cirujana retirada del Ejército Mexicano. Radióloga, especialista en imagen mamaria, fundadora del Centro de Detección Temprana de Cáncer de Mama del Ejército Mexicano y directora general de Vita Mujer Breast Cancer Center.

Su precisión y disciplina militar fueron decisivas. Localizó a Jeremías y trazó la estrategia para su salida. Una mujer de ciencia, convicción y humanidad que convirtió la tecnología en arma de salvamento.

El 23 de agosto, la biopsia confirmó lo que ya se sospechaba: Carcinoma Ductal Infiltrante, nivel BI-RADS 5, es decir, más del 90% de riesgo de malignidad. Me sonaban las palabras, pero no las entendía del todo. Treinta años de campañas no me habían preparado para enfrentar la mía.

Entre la confusión, apareció el estoicismo. Jeremías debía irse cuanto antes. Así lo decretamos Enrique y yo.

Y empezó la búsqueda. Consultamos todo tipo de fuentes, desde lo médico hasta lo escrito en la web. Los amigos que “todo lo saben” y los familiares que “siempre ayudan” brillaron por su ausencia o su torpeza. Pero en medio del ruido, llegó la gente correcta.

Patricia Segués, mi adorada amiga y consejera, siempre directa y certera, me ayudó a construir el mapa.

También se sumaron mis queridas compañeras del International Women’s Forum (IWF), y especialistas de enorme trayectoria como la Dra. Raquel Gerson Cwilich, oncóloga médica del Centro Médico ABC, formada como Médico Cirujano en la UNAM, con especialidad en Oncología Médica y subespecialidad en Medicina Interna por la Harvard University/UNAM. Su claridad fue brújula en medio del caos; su empatía, el recordatorio de que la medicina también puede abrazar.

A ese equipo se unió la Dra. Patricia Clark, médica cirujana por la Universidad La Salle, con maestría y doctorado en Ciencias Médicas por la UNAM y McMaster University, y hoy Secretaria del Consejo de Salubridad General. Su rigor y liderazgo se volvieron un pilar firme para definir el destino de Jeremías.

El 26 de agosto, Enrique y yo entramos al Instituto Nacional de Cancerología. Ahí todo cambió. El miedo se convirtió en disciplina.

Los pasillos estaban llenos de mujeres que, como yo, esperaban noticias. El personal médico, las enfermeras y hasta los guardias parecían formar parte de un mismo escuadrón invisible, empático y eficiente.

Durante los días siguientes me sometí a análisis de sangre, espirometrías, consultas con internistas, anestesistas, oncólogos. Todo se movía con precisión de reloj. Y en medio de esa rutina médica, empecé a descubrir algo: la fuerza colectiva, y el amor incondicional de Enrique, que sostuvo mi cuerpo y mi espíritu cuando todo parecía fragmentarse.

Conocí a Esmeralda, que trabaja en una iglesia de Tlaxcala, nunca quiso casarse y quien me contó que solo una vez, había hecho el amor.

A la señora de la chamarra rosa, que lloró de alegría cuando le confirmaron que no tenía cáncer. Varias nos levantamos a abrazarla. No sabíamos nuestros nombres, pero sí compartíamos el mismo miedo. Nos unió la sororidad. La esperanza se volvió contagiosa.

Tras dos semanas de estudios, llegó la fecha: 7 de octubre.

Mientras tanto, la vida seguía. Juliette entraba a estudiar Ingeniería. Geraldine buscaba dónde cursar Psiquiatría el próximo año. Enrique con mucho trabajo. Yo seguía trabajando, cerca de mis hijas, cerrando pendientes, fingiendo normalidad. Pero todo giraba alrededor de ese día. El día en que Jeremías se iría.

El 6 de octubre, cuatro mujeres —Nayeli, María Luisa, Rosa y yo— nos conocimos en el área de radiología del INCAN. Todas íbamos a operarnos al día siguiente.

Los médicos nos colocaron un arpón, un marcador metálico que serviría de guía durante la cirugía para señalar la posición exacta del tumor. Fue un momento extraño, entre la risa nerviosa y la solemnidad. Sabíamos que el arpón marcaba no solo el punto de la enfermedad, sino también el de la esperanza.

El 7 de octubre, una a una, fuimos pasando al quirófano. Cada una compartió su historia: los miedos, las quimios, las caídas, los pequeños milagros cotidianos.

Recuerdo especialmente a María Luisa. Su hija, en una reunión familiar notó que el cabello empezaba a caérsele a su mamá, salió corriendo. Regresó minutos después, con la cabeza rapada. La abrazó y le dijo: “no estás sola”.

Yo fui la última en entrar. Tal vez Jeremías quería darme una lección final: la paciencia.

Les conté a todos en el quirófano que ellos eran el último tramo del escuadrón, quienes sacarían a Jeremías de mi cuerpo.

A las 12:30 del 7 de octubre, Jeremías se fue. Se vació mi pecho, pero se llenó mi corazón. De fortaleza. De empatía. De amor.

Al Instituto Nacional de Cancerología
A Enrique, amor de mi vida.
A Juliette y Geraldine.
A mi familia: Minerva, Benjamín, Carlos, Mildred, Alex, Alex Emilio y Julián.
A mi familia extendida: Mary, Fernando, Analilia, Fer, Cecilia, Fery, Renata, Lucha, Pau y Carola. Toño, Maggie, Arturo.
A mi familia por decisión: Paty Segués, Paty Clark, Raquel Gerson, Alejandro Pliego, Mich, Gerardo (gracias también por haber donado sangre), Marilú, Evelyn Roldán, Luisa González, Vero, Gala, Cristian, Erika, KK, Rachel, Melesio, Alice, Ángel, Esteban, Katya, Leo e Irma.
Al equipo editorial de La Lista News, a Ivonne Cid.
Y a tod@s los que sin nombre o con un gesto, hicieron más liviano este camino.

Y, sobre todo, gracias a mí.
A Ingrid.
La niña fuerte.
La mujer que no duda.
La que enfrenta, aprende y crece.
A la que hoy agrega a su currículum un cargo que jamás pidió, pero que lleva con orgullo: sobreviviente de cáncer.

¡Gracias, gracias, gracias!
Jeremías ya no está.
Pero me dejó una enseñanza profunda: la detección temprana salva vidas.
No dejarme detener por el miedo, por el contrario, convertirlo en un motor.

Octubre nos recuerda lo que deberíamos hacer todo el año: cuidar nuestro cuerpo, escucharlo.
Hoy, no mañana.
Porque cuando algo se encuentra a tiempo, no se convierte en tragedia, sino en una nueva oportunidad.