El año en que la IA tocó tierra

31 de Diciembre de 2025

Víctor Gómez Ayala
Víctor Gómez Ayala
Economista en Jefe de Finamex Casa de Bolsa y Fundador de Daat Analytics.

El año en que la IA tocó tierra

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Hacia el cierre de 2025, cuando el balance se vuelve inevitable, me encontré con un ejercicio tan simple como revelador. La Columbia Business School preguntó a su facultad una sola cosa: ¿cuál fue la palabra que mejor definió a la inteligencia artificial este año?

No pidieron rankings de modelos, ni benchmarks, ni promesas sobre la próxima gran disrupción. Pidieron una palabra. Una que capturara lo que realmente ocurrió cuando la IA dejó de ser novedad y empezó a incrustarse —con fricciones, límites y consecuencias— en el corazón de la economía.

Las respuestas arrojaron palabras menos espectaculares que las de años anteriores, pero más reveladoras. Todas apuntaban a lo mismo: en 2025, la conversación sobre la IA dejó de girar en torno a lo que puede hacer y empezó a centrarse en bajo qué condiciones genera valor. Ese giro —más económico que tecnológico— es, quizá, el avance más importante del año. La narrativa de la IA chocó con el mundo real: infraestructura, organización del trabajo, medición económica y juicio humano. Y ese choque obligó a ordenar prioridades.

La primera palabra del ejercicio de Columbia es “agentic”. No porque la IA se haya vuelto autónoma en un sentido fuerte, sino porque dejó de ser una herramienta pasiva. En 2025 empezamos a ver sistemas capaces de planear, ejecutar y coordinar tareas completas dentro de marcos definidos por personas. No deciden por sí solos, pero sí reorganizan cómo se decide.

Muy cerca aparece otra palabra clave: razonamiento. No como metáfora filosófica, sino como requisito práctico. En sectores donde hay responsabilidad, regulación o rendición de cuentas, la IA solo es útil si puede explicar cómo llegó a una conclusión. En 2025 quedó claro que la caja negra tiene un techo. La capacidad de mostrar el camino —no solo el resultado— se volvió central para que humanos e IA trabajen juntos.

Otra respuesta de Columbia habla de “embeddedness” (integración): la integración silenciosa. Quizá uno de los cambios más profundos del año fue que la IA dejó de sentirse como algo separado. Ya no es “voy a usar IA”, sino simplemente “estoy trabajando”. Se incrustó en hojas de cálculo, documentos, sistemas contables, análisis legales.

A esto se suma la idea de especialización e integración estratégica. En 2025, el entusiasmo por poner IA en todo se contuvo. Las organizaciones que capturaron valor fueron las que se hicieron una pregunta incómoda: ¿cuáles son nuestras tres prioridades estratégicas y cómo puede la IA amplificarlas? La tecnología dejó de ser ventaja en sí misma y pasó a ser un multiplicador de decisiones previas.

Y luego está la palabra más incómoda de todas: energía. La respuesta de Brett House en Columbia es indispensable. El liderazgo en IA ya no se define solo por talento o modelos, sino por acceso a energía abundante, confiable y a precios competitivos. En 2025 entendimos que la IA no es etérea: consume electricidad, infraestructura y recursos físicos. Y que las decisiones de política energética son, también, decisiones de política tecnológica.

A este punto se suma una reflexión aún más profunda: la de Laura Veldkamp sobre el “data barter” (trueque de datos). Cada interacción con IA genera valor que no siempre se mide en precios. Datos que abaratan servicios, mejoran productos y, sin embargo, no aparecen en las estadísticas tradicionales. La consecuencia es inquietante: podríamos estar subestimando el crecimiento, la productividad y el valor creado por la economía digital.

Vistas en conjunto, las palabras de Columbia cuentan una historia distinta a la habitual. Porque cuando una tecnología empieza a discutirse como sistema —con costos, límites, incentivos y consecuencias— puede integrarse de forma madura en la economía y la sociedad. Si 2024 fue el año del asombro, 2025 fue el año del aterrizaje. Y quizá esa era la palabra que faltaba.