El militante inquebrantable

15 de Diciembre de 2025

Raymundo Riva Palacio
Raymundo Riva Palacio

El militante inquebrantable

raymundo riva palacio AYUDA DE MEMORIA

1ER. TIEMPO. El país de las maravillas. En el ecosistema político de la llamada 4T, como reducen la pomposa “Cuarta Transformación”, hay un espécimen que se ha vuelto indispensable para comprender el ánimo del régimen: el militante fiel. No es un operador con tablas, tampoco un cuadro formado en la tradición del poder; es otra cosa. Un creyente. Parte de un culto. Su devoción a Andrés Manuel López Obrador no es racional ni estratégica: es mística. Se asoma en las redes sociales cuando debate lo indebatible con pasión y emociones, sin ideas ni sustento. Y cuando habla del líder, regalándole espacio de miel a su sucesora, la presidenta Claudia Sheinbaum, lo hace en tono de evangelio, convencido de que el hombre de Macuspana no solo gobernó sino redime. Todo cuestionamiento, por más que las cifras lo respalden, es una blasfemia dictada por la mafia del poder, ese ente que él imagina omnipresente, oscuro y eternamente conspirador. La ideología le llegó como consigna al militante inquebrantable. Memoriza frases, repite conceptos, invoca enemigos. Sus pilares doctrinarios son pocas ideas moldeadas en directrices: pueblo bueno, élites malas, y el neoliberalismo como pecado original. Si se le exige profundidad, se ahoga. Si se le reta a debatir, se refugia en el dogma, en el insulto, en la descalificación cosmética, en los gritos y arrebatos. No tiene experiencia política real; apenas las asambleas de barrio donde todas las decisiones se toman levantando la voz y aplaudiendo más fuerte que el resto. La administración pública es para ese militante un vacío abstracto: nunca ha elaborado un presupuesto ni se ha preguntado de dónde sale el dinero que celebra que se reparta. Pero ahí está, exigiendo cambios estructurales como quien reparte milagros. Su ignorancia no le causa pudor. Al contrario: la esgrime como virtud popular. “Yo no soy técnico, soy del pueblo”, repite, orgulloso de no comprender la complejidad de un país que, sin embargo, exige transformar. Y así, con una seguridad que solo da el desconocimiento, opina de todo: geopolítica, economía, ciencia. Lo mismo diagnostica que la inflación es culpa de la prensa que acusa a los opositores de participar en un complot mundial. Son los conservadores de derecha, decía López Obrador. Son los conservadores de derecha, repite Sheinbaum. Y lo creen. Cuando uno pregunta, para enfrentarlos al espejo, qué significa ideología, que es la izquierda, la derecha, o qué representan los conservadores, las ideas no les alcanzan. Entonces, escupen. Pero ese militante inquebrantable es la trinchera de la 4T, los que acompañan a los acarreados a los mitines, los que gritan en las tribunas mediáticas y se trenzan en batallas inagotables en las redes sociales. Son una fuerza importante, algunos grandes manipuladores, otros profundamente tramposos y otros que, simplemente, se suman al montón y hace lo que el de enfrente hace. Pero son el músculo que se ve, de un movimiento que cree que hará la transformación, aunque no sepa de qué se trata.

2DO. TIEMPO: Alabanzas en el país de las maravillas. El militante fiel no duda, y por eso es útil. Porque la lealtad ciega es un combustible que ningún gobierno desaprovecha. No cuestiona, acompaña. No evalúa, defiende. Para él, la historia no se estudia: se vive en tiempo real con el nombre de su líder grabado en la portada. Andrés Manuel López Obrador es eterno y Claudia Sheinnbaum la guardiana de su imagen y proyecto. Cuando la realidad contradice el discurso, el militante inquebrantable elige el discurso. Cuando la evidencia es incómoda, la desdeña. Cuando el fracaso es inocultable, culpa al pasado. Es un soldado de la narrativa de López Obrador, que la trazó en su discurso de los primeros 100 días de su gobierno. Desde ese momento, López Obrador sentó las bases de la charlatanería en lo que se convertiría la narrativa del régimen de la 4T. Echó a andar el recurso de la mañanera que inventó como jefe de Gobierno de la Ciudad de México, y refinó para convertirla en un espectáculo de mentiras diarias, superando las 100 mil a lo largo de su sexenio. Emopezó a utilizar palabras para explicar lo que no existía -como la “contención” de la violencia, que nunca fue- y construir una realidad en el imaginario colectivo para machacar que el movimiento avanzaba pese a las adversidades. El discurso de López Obrador se anidó en la cabeza de la presidenta, donde la retórica esconde la realidad y fabrica la suya para consumo de millones de mexicanos que la escuchan sin el menor esfuerzo analítico. Al celebrar los siete años de la “transformación”, seis de su mentor y uno de ella, el aparato burocrático del partido y los gobernadores llevaron al Zócalo a 600 mil personas, según las cifras del propio gobierno suyo, aunque la capacidad que midieron solo permite pocos más de 200 mil. Estuvo lleno de acarreados, por gobiernos y sindicatos que se han fundido con el poder, pero la versión oficial fue que la gente, feliz con su gobierno, salió espontáneamente de sus casas para salir a festejar a la 4T y los enormes logros que han hecho en lo social -sigue siendo el país más violento-, de enorme progreso -el valor del país ha caído dramáticamente-, una economía poderosa -que ni siquiera alcanza a crecer al uno por ciento- y repleto de bienestar -cuyo combustible son las transferencias directas de dinero empaquetadas como programas sociales-. Abundaron las evidencias de asistetes que dijeron haber recibido dinero por hacer acto de presencia, sin saber a qué iban y por quién gritarían. Los gobernadores pusieron cuotas a los alcaldes para que llevaran gente al Zócaloi, y estos a los regidores. No querían solo al militante inquebrantable, que los hubo, sino muchos más, mostrar y demostrar que la plaza pública pertenece a Morena. Lo mismo hacía López Obrador cuando una marcha desafiaba su propiedad del Zócalo. Lo mismo hizo ahora Sheinbaum tras la marcha de la Generación Z. Fue una estrategia copiada al carbón, lo que se entiende: el autor de ese tipo de recurso de macho alfa fue el ex vocero presidencial y actual coordinador de asesores de la presidenta, Jesús Ramírez Cuevas, el militante inquebrantable número uno de la nación.

3ER. TIEMPO: La fuerza y los peligros. Las construcción del militante inquebrantable no fue corta ni fácil. Fueron tres décadas en las que Andrés Manuel López Obrador caminó literalmente dos veces el país con el mismo discurso: la mafia del poder, el pueblo bueno y pobre, los privilegios de los ricos, la corrupción de los gobiernos. Evangelizó y adoctrinó. Cautivó con el lenguaje que entendían todos y que remató cuando llegó a la presidencia y comenzó a regalar dinero en el esquema de programas sociales. Junto con la construcción de ese perfil de futuro elector, armó su narrativa, que se fue reforzando con frases que le gritaban en los mitines y que incoporó a su dicscurso, como “ese avión no lo tiene ni Obama” que le gritó una señora en Nuevo Laredo, y “el frijol con gorgojos” que a manera de reclamo exclamó un campesino en Michoacán. De pensamiento simple pero con gran olfato político, López Obrador fue levantando un edificio retórico de discurso épico sobre los logros del movimiento, armado pieza por pieza con verdades, medias verdades y muchas mentiras. Presentadas en el modelo de la mañanera, le sirvió para administrar las expectativas y patear las crisis que estaba dejando en el país, al siguiente gobierno, aunque este fuera de su delfín, Claudia Sheinbaum. La presidenta no tiene el dinero que le dejaron los priistas a López Obrador, para administrar sus propias expectativas. La pradera incendiada la tiene ahora que apagar. Sin esas bolsas para apagar inconformidades, la narrativa obradorista se mantiene pero sin la fuerza de antaño, lo que lleva a friesgos y peligros. Tiene detrás al militante inquebrantable, que no es uno; es legión. Y mientras la esperanza sea una bandera más fuerte que la rendición de cuentas, seguirá convencido de que la fe es más importante que la razón. A los ojos del poder, es el ciudadano perfecto. La pregunta es: ¿qué sucede cuando la lealtad es el único mérito y la devoción, la única política? Cuando la lealtad se convierte en el único mérito y la devoción en la única política, el poder deja de ser un instrumento del Estado y se convierte en un patrimonio personal. Las decisiones ya no se toman con base en evidencia ni en resultados, sino en quién aplaude más fuerte al líder. La frontera entre gobernar y obedecer se borra: el gobierno ya no escucha al ciudadano, solo escucha a sus fieles. La técnica, el profesionalismo y la experiencia dejan de importar. Los problemas se enfrentan con consignas, no con soluciones. Se celebra la intención y se castiga la crítica, porque cuestionar es visto como traición, nunca como una forma de corregir el rumbo. Y cuando los errores se acumulan -porque inevitablemente se acumulan- nadie se atreve a decirlo. El círculo cercano vive en una realidad alterna donde el líder nunca se equivoca; el militante, orgulloso, repite esa narrativa y la lleva a las calles, a los foros, a las redes. Así, la mentira se vuelve verdad oficial. El país entra entonces a una fase peligrosa: el autoengaño institucional. Y si el gobierno solo se rodea de fieles, comienza a gobernar para ellos y no para todos. El Estado se achica y la nación se polariza. Y cuando las decisiones erradas pasan la cuenta, quienes advirtieron el desastre son atacados como enemigos. Los culpables se buscan siempre afuera, en el pasado, Pero la realidad, tarde o temprano, termina votando en contra. Y la realidad nunca pierde. Lo que sí puede perder un país es tiempo, oportunidades y paciencia.

*Aviso: Esta columna reanudará su publicación el 9 de enero de 2026.

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