No hay duda: estamos viviendo una era de reencuentros. Timbiriche, OV7, RBD… los nombres que alguna vez definieron los años dorados de la cultura pop mexicana están de vuelta, y no precisamente por amor al arte. El “Soy Rebelde Tour” de RBD recaudó más de 200 millones de dólares, y el furor por ver de nuevo a los integrantes de OV7 en el escenario prueba que la nostalgia vende. Y vende bien.
Pero este fenómeno no es exclusivo de la música. Los remakes, reboots y secuelas inundan el cine y la televisión. Las franquicias se reciclan una y otra vez con la promesa de devolvernos “esa emoción” que sentimos la primera vez que las vimos. La industria ha encontrado una mina de oro en los recuerdos, y no piensa dejar de excavar.
Detrás de todo esto hay una pregunta más profunda: ¿por qué nos aferramos tanto al pasado? La psicología nos da algunas pistas. En tiempos inciertos, la nostalgia funciona como una especie de refugio emocional. Es una forma de volver a cuando las cosas —al menos en nuestra memoria— eran más simples, más seguras, más felices. Pero esa evocación no siempre es fiel. A veces recordamos con filtro sepia, ignorando que aquellos tiempos también tenían sus propias crisis, vacíos y contradicciones.
Idealizar el pasado puede convertirse en una trampa. Cuando el consuelo se transforma en evasión, dejamos de mirar hacia adelante. Y si bien recordar puede ser reconfortante, vivir anclado en el recuerdo impide construir algo nuevo.
Además, cuando la nostalgia se convierte en producto, corremos el riesgo de vaciarla de contenido. Lo que alguna vez fue una experiencia significativa se transforma en mercancía, empaquetada con luces LED y hashtags para el algoritmo.
Por eso, más que un boleto de regreso al ayer, la nostalgia debería ser una herramienta para entender de dónde venimos y hacia dónde vamos. Recordar no es retroceder, es reconocer y seguir andando.
Entre canguros y píxeles
Esta semana, un video viral mostró a un canguro esperando pacientemente en un aeropuerto, con un boleto en la mano, mientras una mujer discutía con la revisora para que lo dejaran abordar. La escena, tan entrañable como absurda, se compartió millones de veces en redes sociales. Muchos creyeron que era real. Pero no lo era.
El canguro, la mujer, la revisora, todo había sido generado por inteligencia artificial. Lo inquietante no fue la calidad del video. Lo inquietante fue lo fácil que nos resulta creer. En un entorno donde los algoritmos premian lo impactante por encima de lo verdadero, cada vez es más difícil distinguir lo que vemos de lo que simplemente parece ser.
Este fenómeno no solo pone en evidencia la sofisticación de las herramientas digitales, sino también nuestra creciente vulnerabilidad ante ellas. La línea entre la realidad y la ficción se difumina, y nuestra capacidad para discernir se ve constantemente desafiada.
@ejecentral ¡¿Un canguro en el aeropuerto?!Expertos de RTVE Verifica confirman: ¡Es FALSO! Fue creado con Inteligencia Artificial. ¡No todo lo que ves en redes es real! Pero aún así nos encantó. Lee EjeCentral. #Canguro #IA #FakeNews #Avion ♬ original sound - EjeCentral
Memoria y percepción
La nostalgia nos conecta con lo que fuimos. La tecnología, con lo que podemos llegar a ser. Pero ambas pueden distorsionar la realidad si no se usan con conciencia. Una nos hace idealizar el pasado. La otra, confundir el presente.
En un mundo saturado de simulacros, donde los recuerdos se venden y las imágenes se manipulan, necesitamos más que nunca recuperar la capacidad de discernir. De mirar hacia atrás sin quedarnos atrapados. De mirar hacia adelante sin perder el juicio.
Quizá el desafío hoy no sea elegir entre pasado y futuro, sino aprender a habitar este presente complejo, donde la memoria y la percepción ya no son lo que solían ser. Porque si algo nos enseñan los reencuentros pop y los canguros digitales, es que lo que sentimos como real a veces no lo es. Y que lo verdadero, cada vez más, exige un esfuerzo.