Los últimos resultados de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana realizada por el INEGI son demoledores para la narrativa del gobierno federal. Según el instrumento, los mexicanos se perciben más inseguros que hace un año.
En septiembre de 2024, la población que se sentía en peligro era el 58.6 %, mientras que, en el mismo mes, pero de este año, la percepción de inseguridad subió en 5 puntos. Las ciudades con mayor riesgo son Culiacán, Irapuato y Chilpancingo, en tanto que San Pedro Garza García, Piedras Negras, Benito Juárez y Saltillo tienen las mejores cifras.
La diferencia de percepción es brutal, mientras en Culiacán casi 9 de 10 personas viven con temor, en San Pedro solo 1 y en Saltillo 2. Los casos de Piedras Negras y la capital de Coahuila son de reflexión, pues pasaron de condiciones en extremo difíciles a estándares de seguridad muy aceptables, con números similares a los de ciudades, en el caso de homicidios, a comunidades de Estados Unidos o Europa que se distinguen por su baja incidencia.
¿Tiene solución la tragedia que vive México? ¿Estamos condenados a ver el fracaso de las autoridades de seguridad? En el caso de la primera pregunta, la respuesta es afirmativa. La experiencia de Coahuila y de otros sitios del país nos lleva a concluir que la paz es posible. En cuanto a la segunda, es más complejo opinar y hay variables de muchos tipos a considerar.
He sostenido que para lograr la paz, el factor fundamental es la actuación de los gobernadores y la coordinación con la federación, los municipios y las entidades vecinas. Un gobierno local con poco compromiso mina la acción de las fuerzas federales, las que, además, no tienen la posibilidad de realizar otras tareas que son imprescindibles para estabilizar y recuperar el territorio.
¿Por qué no mejoramos? Hay varias razones, algunas de ellas tienen su origen décadas atrás y otras en los años recientes:
- No existen políticas y acciones en seguridad que atiendan una realidad inevitable: la decisión de ser un país abierto al mundo y al intercambio masivo de mercancías; más el natural cambio en el estilo de vida y los valores culturales.
- El control de un Estado corporativo, como el que vivimos hasta finales del siglo pasado, no fue sustituido por instituciones fuertes y solventes.
- Un creciente centralismo que disminuye la capacidad de estados y municipios. En el sexenio de Obrador se llegó a extremos increíbles en el rubro presupuestal.
- La falta de una política de Estado y una buena formación de los tomadores de decisiones. México es víctima de políticos ignorantes y llenos de prejuicios. Cada seis años se intentan nuevas “estrategias”: desde declarar la “guerra” sin avisar a los gobiernos locales, hasta rendirse con la frase de “abrazos, no balazos”.
- La nula coordinación entre órdenes de gobierno y, en no pocos casos, la colaboración de autoridades con criminales.
- La dualidad de mandos federales: tenemos una Secretaría de Seguridad sin efectivos y una Guardia Nacional sin formación ideal y subordinada a un poderoso poder real: el Ejército.
La lista anterior no es limitativa, pero nos da idea de la complejidad del tema. Me queda claro que García Harfuch es el funcionario más sobresaliente del gobierno actual y quien mejor conoce del tema en el país, pero no estoy seguro de que podrá vencer las condicionantes heredadas del pasado y tener éxito en su misión.