La línea que se desdibuja

6 de Noviembre de 2025

Emilio Antonio Calderón
Emilio Antonio Calderón
Emilio Antonio Calderón Menez (CDMX, 1997) es Licenciado en Comunicación y Periodismo por la UNAM y autor de las obras Casa Sola y Bitácora de Viaje. Ha colaborado en revistas literarias y antologías de editoriales como Palabra Herida y Letras Negras.

La línea que se desdibuja

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Marchas manipuladas, estafas con el duelo y discriminación disfrazada de justicia. Mientras las causas sociales se multiplican cada semana, resulta difícil distinguir qué movimientos nacen de la convicción y cuáles de la manipulación. Las redes sociales, que en otro tiempo fueron una herramienta de expresión, se han convertido en un campo de espejos donde la autenticidad se confunde con la propaganda y la empatía con el espectáculo.

Basta con mirar la convocatoria de la mal llamada Generación Z México, que llama a jóvenes a marchar el próximo 15 de noviembre para exigir la revocación del mandato de Claudia Sheinbaum. Tras el asesinato de Carlos Manzo en Michoacán, y tomando en cuenta la violencia que se esparce por todo el país, los ánimos están calientes y el hartazgo social es entendible y palpable.

Sin embargo, resulta que, lo que parecía ser una movilización juvenil legítima, envuelta en símbolos de libertad como la bandera de One Piece -en referencia al uso que se le ha dado en otras protestas juveniles en otros países-, en realidad tiene como soporte a grupos de poder conservadores que nada tienen que ver con los ideales de las juventudes.

Así, terminamos viendo a las figuras de siempre, como el priísta´Alito´ Moreno llevando a un programa un sombrero ensangrentado para calentar más los ánimos, o a líderes panistas reforzando el discurso de una marcha que está lejos de representar a sus protagonistas.

La escena es sintomática: jóvenes confundidos entre la esperanza de cambiar las cosas y la manipulación de quienes ven en ellos un terreno fértil para reproducir ideologías envejecidas. No hay nada más frágil que un movimiento que aún no se reconoce a sí mismo, y nada más peligroso que la indiferencia con la que la sociedad observa cómo sus hijos se vuelven carne de cañón para agendas ajenas.

Doble duelo

Pero esta falta de sensibilidad no se queda en la esfera política. En Chetumal, un crematorio de mascotas llamado Xibalbá ofrecía ceremonias con incienso, flores y palabras de consuelo. A cambio de miles de pesos, prometía devolver las cenizas de los animales a sus dueños. Lo que entregaba, en realidad, era tierra común, mientras los cuerpos eran abandonados en bolsas negras a orillas de la bahía.

El engaño se sostuvo durante años, amparado en la distracción por el dolor. En un país donde el amor por los animales ha crecido como una forma de resistencia a la violencia cotidiana, este fraude es una herida doble: al respeto por la vida y al rito del duelo. Hay algo profundamente humano en querer despedir a un ser querido —aunque tenga cuatro patas—, y algo profundamente perverso en lucrar con esa necesidad.

Ya hay dos personas detenidas por el caso: Guillermo Alejandro y Briseidy ‘N’. Sin embargo, para las víctimas, seguramente no hay pena ni resolución que mitiguen el impacto de saber lo que pasó con el cadáver de sus mascotas en los momentos de su última despedida.

Legalidad a modo

En otra parte del continente, un beso volvió a ser motivo de escándalo. En un Crepes & Waffles de Bogotá, una pareja de hombres fue reprendida por una mujer que tapó los ojos de su hijo, alegando que el gesto era indecente. Andrés, uno de los jóvenes, expuso el hecho en X junto con una fotografía de la mujer en cuestión. El hecho se viralizó y desató una guerra de opiniones donde la empatía, de nuevo, se perdió en el ruido.

Miles de personas se enfocaron más en amedrentar, otra vez, al joven, alegando que había incurrido en un delito al publicar una foto de la mujer sin su consentimiento y amenazaron con proceder legalmente contra él, toda vez que ella estaba en su derecho de educar a su hijo a su gusto y protegerlo de (sic) desviados.

Lo más alarmante no es el hecho de que exhibir un acto de discriminación no es un delito, sino que la gente ha preferido desviar la atención del tema central que reconocer que no hay nada de ilícito, o siquiera inmoral en un beso. Con un supuesto argumento legal, justifican una fobia.

Quizá la tarea más urgente no sea marchar ni compartir, sino volver a mirar. Recuperar la capacidad de reaccionar ante lo injusto sin convertirlo en espectáculo, de acompañar el dolor sin capitalizarlo, de aceptar la diferencia sin convertirla en provocación. Volver a sentir no debería ser un acto de rebeldía, pero lo está siendo.