La marcha y su eco

20 de Noviembre de 2025

Emilio Antonio Calderón
Emilio Antonio Calderón
Emilio Antonio Calderón Menez (CDMX, 1997) es Licenciado en Comunicación y Periodismo por la UNAM y autor de las obras Casa Sola y Bitácora de Viaje. Ha colaborado en revistas literarias y antologías de editoriales como Palabra Herida y Letras Negras.

La marcha y su eco

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La semana pasada, la Ciudad de México fue escenario de una marcha que prometía ser un grito de los jóvenes ante la administración actual. La “marcha de la generación Z” se anunció como un movimiento juvenil, una expresión genuina del descontento ante la inseguridad y la falta de oportunidades. Sin embargo, lo que se vivió fue un reflejo de la compleja realidad política del país.

Desde semanas antes, a medida que la marcha se acercaba, quedó en evidencia que, lejos de ser un movimiento puramente juvenil, muchos de los convocantes eran adultos con agendas políticas propias; lo cual, aunque en esencia no está mal, terminó relegando a los jóvenes, y convirtiendo una causa que llevaba su sello en otro movimiento que, para variar, los dejó en segundo plano. Así, la protesta, que debería haber sido una plataforma para las voces jóvenes, se convirtió en un campo de batalla donde la oposición política buscó capitalizar el descontento. La autenticidad de la demanda juvenil se diluyó entre intereses partidistas, dejando un vacío de representación genuina.

Esta instrumentalización de la juventud revela una triste realidad: la falta de una oposición auténtica y conectada con las verdaderas inquietudes de los jóvenes. En lugar de escuchar y dar espacio a un diálogo genuino, se optó por usar a los jóvenes como herramienta de confrontación política, dejando en segundo plano las demandas reales de la juventud.

Sí, se utilizó su nombre y hasta una imaginería con la que ellos conectan, pero, al final, fueron carne de cañón de un evento completamente ajeno a sus necesidades, donde incluso personajes con imaginería nazi se pasearon sin mayor reparo.

Al final, el balance general de la marcha fue ver, por una parte, a opinólogos afines al régimen descalificando a la marcha y a sus asistentes; y, por otra, a una oposición enfocándose más en sus propias agendas que en lo que se suponía que había motivado a hacer la marcha en primer lugar. Y ahí, entre todo el espectáculo político, todas las causas que originalmente buscaban ser escuchadas terminaron diluidas y olvidadas.

Por ello, es importante que, si llega a haber un nuevo movimiento de este tipo, que realmente nazca del muy entendible descontento ciudadano, los partidos políticos de oposición sepan respetar y tomar distancia para no terminar por entorpecer, banalizar y desacreditar, con sus causas, las de otros.

De la moda al símbolo

Por otro lado, en el mundo de la moda, la industria mexicana solamente vino a reforzar esta triste realidad donde las más importantes preocupaciones ciudadanas, como la seguridad, son banalizadas casi a granel. Una marca lanzó una chamarra que evocaba la vestimenta de Joaquín “El Chapo” Guzmán durante su detención en 1993. La prenda, con un diseño provocador y detalles que simulaban sangre, generó una ola de indignación. Este fenómeno no solo mostró la falta de sensibilidad ante el dolor y la violencia que aqueja al país, sino que también reveló cómo ciertos símbolos se convierten en mercancía, banalizando la historia y la tragedia.

La chamarra, al igual que la marcha, refleja una tendencia preocupante: la transformación de lo serio en espectáculo, y del dolor en un elemento de consumo. Ambas situaciones, aunque distintas, comparten la misma crítica: la falta de respeto por el contexto y la humanidad detrás de cada símbolo.

En definitiva, lo que ambos casos nos muestran es la necesidad de volver a la esencia, de recuperar la autenticidad y el respeto por lo que verdaderamente importa. Tanto la juventud que exige un cambio como la memoria que no debe ser olvidada merecen ser tratados con la seriedad que la realidad exige.