Lo que ocurrió recientemente con Fátima Bosch en el certamen de Miss Universo no solo es una anécdota mediática: es un símbolo de algo mucho más profundo. En un evento que, históricamente, ha representado los cánones más rígidos de belleza y comportamiento femenino, una mujer mexicana decidió ser fiel a sí misma, defender sus ideales y actuar con dignidad frente a una situación que evidenció las tensiones aún existentes entre el poder masculino y la autonomía femenina.
Frente a un director general en Tailandia que, según trascendió, intentó imponer una visión que no coincidía con los valores ni la integridad de la concursante, Fátima no cedió. Su postura no fue de confrontación vacía, sino de autenticidad y firmeza. En lugar de adaptarse al molde, eligió mantenerse fiel a sus convicciones, y eso en un contexto donde la obediencia y la docilidad siguen siendo recompensadas, requiere un valor extraordinario.
Porque más allá del glamour, los reflectores y los discursos de empoderamiento prefabricado, lo que ella demostró fue coherencia. Y esa coherencia es la que hoy necesitamos enseñar, repetir y celebrar en todas las generaciones de mujeres jóvenes que siguen creyendo que solo hay un camino para “ser aceptadas”: el de agradar.
Fátima nos recordó que ser mujer no implica complacer, sino elegir. Que el respeto no se pide, se ejerce. Y que el poder de una voz, cuando es firme y honesta, puede incomodar, pero también inspira.
En un mundo que sigue siendo, en gran medida, de hombres, donde las decisiones, los juicios y los espacios de poder suelen estar diseñados desde una mirada masculina, su gesto representa una grieta luminosa. Nos recuerda que no estamos para cumplir expectativas ajenas, sino para construir nuestras propias narrativas.
Por eso, lo que Fátima Bosch hizo trasciende un certamen. Se convierte en un acto político, simbólico y profundamente humano. Una lección para todas las mujeres que, desde distintos espacios, la política, la empresa, los medios, la academia, seguimos intentando equilibrar la balanza entre la voz y el silencio, entre la autenticidad y la complacencia.
Fátima actuó con elegancia, inteligencia y convicción. Y en esa mezcla radica la verdadera belleza: la de saberse valiosa sin tener que pedir permiso para serlo.
Impulso a economía barrial de la CDMX
El programa Mercomuna, impulsado por el Gobierno de la Ciudad de México, bien podría ya considerarse como el más efectivo para fortalecer la economía popular en la capital. Con un aumento del 25 % en su presupuesto, de 440 a 550 millones de pesos, la iniciativa encabezada por la jefa de Gobierno, Clara Brugada, busca dinamizar el consumo en los barrios a través de vales canjeables en comercios locales.
El gobierno reporta que entre septiembre y octubre ya se han canjeado más del 70 % de los recursos, lo que demuestra una rápida circulación del dinero en la base económica y un alto nivel de participación ciudadana. Actualmente, más de 25 mil establecimientos forman parte de esta red que permite que los recursos públicos se queden en las comunidades, fomentando la reactivación del comercio de proximidad y el ingreso de miles de familias.
Hablamos de más de 150 mil familias que han recibido apoyo mediante vales para adquirir alimentos y productos básicos, con la meta de llegar a 335 mil hogares antes de que termine el año. Al mantener el dinero circulando dentro de los barrios, este programa se convierte en un catalizador de la economía urbana. Beneficio directo a las tienditas, abarrotes y mercados populares.