“Casi todos los hombres pueden soportar la adversidad, pero si quieres probar su carácter, dales poder.”
En un mundo cada vez más polarizado, la participación ciudadana en la política se traduce hoy en una necesidad imperiosa y es que se debe reconocer que sin la incorporación activa de los ciudadanos, los sistemas democráticos se convierten en espacios alejados de las necesidades de la población donde las decisiones benefician a unos pocos y dejan fuera a la mayoría.
En México, hemos visto la forma en que la apatía colectiva ha permitido que escándalos de corrupción o desvíos de fondos públicos se perpetúen sin consecuencias reales. Este mal no es exclusivo de nuestro país, de acuerdo con datos del Índice de Percepción de la Corrupción 2024 presentado por Transparency Internacional, se revela la presencia de niveles graves de corrupción en todo el mundo, donde más de dos tercios de los países obtuvieron una puntuación inferior a 50 sobre 100, lo anterior agrava desigualdades económicas y sociales, dejando a millones en la pobreza mientras unos pocos acumulan riquezas ilícitas.
Cabe mencionar que en el índice mencionado nuestro país obtuvo 26 puntos de 100 posibles y ocupa la posición 140 de una lista de 180 países.
Esta crítica al sistema político global resuena con las palabras del Papa León XIV, quien, durante su reunión el 28 de agosto de 2025 con una delegación de representantes políticos y líderes cívicos de la diócesis de Créteil, Francia, mencionó que cada vez son más notorias las presiones, las directrices de los partidos y las colonizaciones ideológicas a las que están sometidos los políticos. Ante todo esto es necesario el valor de decir, a veces, “¡No, no puedo!”, sobre todo cuando está en juego la verdad y la justicia.
Lo anterior nos hace replantearnos la manera en la que como sociedad hemos permitido el avance de la corrupción y la impunidad, incluso el Pontífice reiteró: “la separación entre fe y acción pública implica una forma de vivir en sociedad impregnada de amor a Dios y al prójimo, que, en Cristo, ya no es un enemigo sino un hermano.”
La injusticia se manifiesta no solo en sobornos y fraudes, sino en desigualdades estructurales: en México, el 10% más rico concentra el 42% de la riqueza, mientras que en naciones como Brasil o India, la brecha se amplía por políticas neoliberales que ignoran a los vulnerables. Mundialmente, la ONU reporta que la pandemia exacerbó estas disparidades, con 150 millones de personas cayendo en pobreza extrema. El Papa León XIV ofrece una perspectiva iluminadora al abordar problemas sociales como “la violencia en algunos barrios, la inseguridad, la precariedad, las redes de droga, el desempleo, la desaparición de la convivialidad”, urgiendo a enfrentarlos con “la caridad social y política: la caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de las personas”.
Es así que una educación integral, que incluya valores éticos y cívicos, empodera a los ciudadanos a exigir transparencia y participar en procesos electorales y comunitarios. En nuestro país invertir en programas cívicos podría fomentar votantes informados, reduciendo el clientelismo electoral, incluso la UNESCO ha enfatizado que la educación ética promueve sociedades justas, preparando líderes que prioricen el interés público sobre el personal.
Culturalmente, promover el arte y el diálogo intercultural fomentan empatía y solidaridad, rompiendo barreras, y es que en un mundo globalizado, culturas híbridas como las latinoamericanas pueden inspirar políticas que respeten las múltiples expresiones, combatiendo así la xenofobia y la discriminación.
En un mundo cada vez más complejo es necesario hacer acopio de valentía, volver a mirar al prójimo con amor y empatía y aunque sea complejo, no temer “proponer y defender con convicción” debemos actuar con valentía, porque sólo así reduciremos desigualdades y restauraremos la dignidad política.