Recibimos, usamos y desechamos

14 de Noviembre de 2025

Miriam Saldaña
Miriam Saldaña

Recibimos, usamos y desechamos

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Miriam Saldaña

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EjeCentral

Mientras la Ciudad de México abre la llave y el agua corre transparente, en los bosques de Michoacán el suelo se seca, los manantiales se agotan y las comunidades siguen esperando una retribución que nunca llega. La capital recibe 15 metros cúbicos por segundo desde esas montañas; el Estado de México apenas uno. Pero quienes cuidan los bosques que hacen posible ese caudal —comuneros y ejidatarios de Zitácuaro, Ocampo, Angangueo y Senguío— no reciben ni un peso por ese servicio que sostiene a más de veinte millones de personas. Esta injusticia hídrica, vieja de medio siglo, late como una bomba social. Ya se escuchan voces que advierten: si no hay respuesta, podrían venir bloqueos, cierres de carreteras o incluso protestas. No se trata de amenazas, sino de un grito ahogado por años de olvido. Porque cuidar un bosque cuesta: mantener vivo el suelo, contener la erosión, proteger el agua. Y sin apoyo, el ciclo se rompe.

Paradójicamente, mientras unos pierden el agua, otros la ensucian. Los ríos que cruzan nuestro territorio cargan bolsas, plásticos, aceites y metales pesados. La limpieza de un río no se reduce a sacar basura: hay que entenderlo como un organismo vivo que necesita atención integral. La primera forma es la limpieza física, retirar los desechos que tapan cauces y generan malos olores o desbordes. Programas locales, como los impulsados por la Secretaría del Medio Ambiente de la Ciudad de México, combinan brigadas comunitarias y maquinaria ligera para recuperar cauces y prevenir inundaciones. Pero el problema real está en lo que no se ve: los contaminantes invisibles, los metales y químicos que se infiltran en el agua. Ahí entran en juego las plantas que limpian. Investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) han demostrado que ciertas plantas acuáticas —como el lirío acuático (Eichhornia crassipes), el tule (Scirpus americanus) y la typha (Typha latifolia)— tienen la capacidad de absorber metales pesados como plomo, cadmio, arsénico y cromo. Esto confirma que estas especies acumulan los metales en sus raíces y tallos, limpiando de manera natural los cuerpos de agua contaminados. En estudios realizados en los canales de Xochimilco, por la UNAM, se documentó que el lirío acuático puede concentrar elementos como aluminio, hierro y antimonio, con variaciones según el tipo de entorno (urbano, agrícola o turístico). Este proceso, conocido como fitorremediación, aprovecha la capacidad natural de las plantas para absorber contaminantes del agua y los sedimentos. Una vez que la planta se retira del sitio, el ecosistema se recupera progresivamente sin recurrir a productos químicos costosos o agresivos. Pero limpiar el agua no basta si la fuente que la alimenta sigue en riesgo. El tercer paso —y el más olvidado— es la protección de las cuencas altas, esos bosques que alimentan los ríos antes de que lleguen a las ciudades. Sin ellos, ningún proyecto de limpieza tiene sentido. Los bosques del oriente de Michoacán, donde se encuentra la Reserva de la Biosfera de la Mariposa Monarca, son un ejemplo claro: más de 60 000 hectáreas que captan, filtran y envían agua a la CDMX. En contraste, las comunidades que conservan la selva alta, protegen los manantiales y restringen la tala, no reciben compensaciones ni apoyo técnico. Porque de nada sirve plantar lirios o recoger bolsas si seguimos deshidratando las montañas que nos dan de beber.