No fue un viernes cualquiera, ese 30 de mayo. Mientras el músico vasco Fermín Muguruza preparaba sus acordes desde el Foro del Alicia, una fuerza desproporcionada y silenciosa comenzaba a construir un cerco. Botas, cascos, escudos, patrullas con órdenes secas gestaban un operativo intimidante que reunió a elementos del Ejército, la Guardia Nacional y la policía capitalina formando un anillo en torno a ese espacio cultural. La justificación: un presunto sobrecupo, la supuesta ausencia de un plan de protección civil. El Alicia, bastión de la contracultura y la resistencia, fue tratado como una amenaza implacable. La escena dejaba una pregunta suspendida en el aire: ¿qué falta administrativa justifica un despliegue marcial de esta magnitud?
Es cierto, no hubo gases lacrimógenos ni balas silbando. La violencia no se manifestó en golpes o empujones. Pero sí una presencia marcial abrumadora, dejando una huella más profunda que cualquier altercado físico. En esta ciudad, donde las denuncias por ruido, bloqueo de calles o alteración del orden suelen ser competencia de las alcaldías o del INVEA, la aparición del Ejército en un espacio cultural con licencia, agenda reconocida y respaldo institucional resultaba, por decir lo menos, enigmática.
El administrador del Alicia y el propio cantante, con una serenidad que contrastaba con el cerco militar, pidieron calma al público. “No nos sirven presos ni golpeados”, resonó su voz y la gente, con una dignidad silenciosa, se retiró sin romper una silla, como quien sabe que la resistencia a veces se defiende con los dientes apretados.
Las reacciones no tardaron en llegar. El asunto tan inusitado que escaló hasta la Secretaría de Gobernación y, por supuesto, la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, condenó el operativo. La alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, se deslindó con un razonamiento claro y puntual: “la alcaldía no tiene capacidad legal para emitir órdenes a las fuerzas federales, ni siquiera a la policía de la ciudad”. Esa misma noche, Saúl Hernández de Caifanes, desde el Auditorio Nacional, dedicó una canción al Alicia, repudiando el golpe a un icono de la ciudad.
El Alicia no es solo un lugar; es la encarnación de una era. Desde su fundación en 1995, frente al parque Pushkin en la colonia Roma, este foro se erigió durante más de dos décadas como una trinchera para músicos, activistas y soñadores. En sus escenarios resonaron los acordes de Panteón Rococó, Los de Abajo, el ritmo inconfundible de Celso Piña e incluso la energía contagiosa de Manu Chao, entre muchos otros. Resistió clausuras, multas, sismos y pandemias. En algún momento cerró exhausto, y parecía el fin. Sin embargo, resurgió en Santa María la Ribera, arropado por la Ley de Espacios Culturales Independientes.
La Santa María lo abrazó como se recibe a los imprescindibles: con respeto y afecto. Una colonia de las más antiguas y bellas de la Ciudad de México, que guarda celosamente el esplendor de su arquitectura porfiriana: casas de cantera, vitrales que refractan la luz en mil colores, patios centrales donde el tiempo parece detenerse, dragones de yeso que adornan fachadas y faroles oxidados que evocan épocas pasadas. Allí vivió Mariano Azuela, el cronista de la Revolución cuyas letras desvelaron la médula de un país. Allí nacieron el Museo de Geología, con sus fósiles y minerales, y el Museo Universitario del Chopo, epicentro de la cultura alternativa. Allí resiste ahora el Foro Alicia.
La pregunta sigue en el aire. La ciudad, que suele olvidar con una velocidad pasmosa, esta vez no debería hacerlo. La ciudadanía merece saber quién ordenó ese operativo, bajo qué criterio se justificó tal despliegue y con qué intención. Especialmente cuando la propia presidenta Claudia Sheinbaum ha manifestado su apoyo público al Foro Alicia.
Y mientras llegan las respuestas, una certeza persiste: la historia de esta ciudad, con sus contradicciones y sus esperanzas, también se escribe desde el sonido de bajos potentes, con voces roncas, en foros oscuros y graffitiados, donde arde la esperanza de que a la próxima canción nadie se atreva a bajarle el volumen con la bota militar.