Quédate en casa

30 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Quédate en casa

js zolliker

Estos han sido días brutales y desbordados. Graniza con furia. Llego a casa deshidratada e hinchada. Mareada. Quisiera dejar los tenis afuera, como acostumbro, pero el pasillo está empapado. Llevo más de tres semanas usando los mismos zapatos para ir y venir del trabajo. Aunque en el hospital se quedan en un área “limpia” y para ver pacientes uso solo los del uniforme, prefiero no correr riesgos innecesarios. Una nunca sabe quien tose o estornuda o escupe en cuál banqueta.

Los zapatos, los rocío con desinfectante y me desvisto apenas cruzo y cierro la puerta. Toda la ropa va directo a una bandeja para lavarse, pero dejo los zapatos junto a la puerta. Si algo me ha enseñado la vida es que cuando te caes, todavía puede llegar un perro a orinarte. Sé que es un tanto absurdo, pero tenerlos a la mano me hace sentirme más tranquila en caso de sismo.

Después de pasarme la toalla, me miro en el espejo del baño. Mis pechos, de por sí pequeños, ahora están algo flácidos y me brincan los huesos de la cresta iliaca. Siempre he sido delgada, pero ahora he bajado algunos kilos, más de los que me gustaría. Mis ojeras no tienen remedio. La cara la tengo enrojecida. Si miras de cerca, pareciera que me han salido pecas, pero en realidad son pequeños vasos sanguíneos reventados por el uso de mascarilla y goggles a presión.

Pijama. Tengo hambre. Y sueño. Pero sobre todo, sed. Quisiera tomarme unas cervezas de golpe, pero no debo, sé que no hidratan y los tiempos no andan para jugarle a la irresponsable. Mejor bebo un suero con electrolitos y su detestable sabor cereza que siempre me causa arcadas.

Cuando era Médico Interno de Pregrado (MIP), tuve una profesora adscrita que era la clásica medico internista, temible, dura, estricta, tosca que nos decía que todo lo hacía para forjarnos. Con el tiempo aprendí a quererla mucho y aprecié lo que nos enriquecieron sus enseñanzas, pero jamás me preparó para lo intenso que sería tener que intubarla. Anoche se fue con otras diez personas que hace unos días nos llegaron para no volver jamás.

Me sirvo un tazón de sopa y abro una lata de atún. Nunca he sido buena para la cocina y la verdad no me interesa. Comeré frente a la televisión y podré unos viejos episodios de nada que me vuelva a encender la llama de la adrenalina, pero de pronto, escucho a gente reír desde la calle. Salieron varias familias del edificio a caminar al parque. Sus niños ahora juegan y ellos platican. Me dan ganas de abrir la ventana y gritarles que se tomen en serio la pandemia porque no quiero seguir teniendo que usar un maldito pañal de adulto que me deja ardiendo las ingles por 12 horas seguidas, para mearme encima por no poder ir al baño al tener que usar un equipo muy escaso que me guarda del virus, mientras atiendo a gente que tose tanto que se ahogan y se les rompen las costillas.

¡Quiero gritarles que son idiotas si ellos se contagian, porque quizás le roben la cama a alguien que enfermó sin buscarla o a alguien que tuvo que salir a ganarse el pan para llevar comida para sus niños a los que les dolía la tripa de hambre! ¡#QuedateEnCasa, que ya no quiero más de estos días temibles y desolados!

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