No a la normalidad

26 de Abril de 2024

Enrique Del Val
Enrique Del Val

No a la normalidad

enrique del val

Afortunadamente, muchos ya estamos cuestionando las llamadas a la “nueva normalidad” porque, entre otras cosas, es un insulto a los millones de personas quienes en la anterior normalidad, previa al coronavirus, vivían en la pobreza. Lo que tiene que ocurrir es que los gobiernos entiendan la realidad que está surgiendo y que asimilen que la vida no será como lo era antes, será imposible.

Un ejemplo de ello son las muertes no debidas a la Covid-19, aquéllas producto de la pobreza y la desigualdad que ocurren año con año en todo el mundo. En un magnífico artículo en El UNIVERSAL, el doctor Arnoldo Kraus señala claramente que no todas las muertes son iguales y menciona tres de las causas que llevan años y siglos afectando al ser humano. La primera de ellas es la tuberculosis, misma que mata a 4,500 personas diariamente; la segunda es el paludismo o malaria, por la cual mueren 2,000 niños cada día, y la tercera, el hambre, por la que mueren 24,000 personas también al día, 90 por ciento de las cuales son niños. A esta “nueva normalidad” habría que oponerse decididamente, ya que estas muertes son producto de un sistema económico que no da más de sí y sería muy cínico evadir la realidad.

Todas estas muertes se deben a las condiciones de pobreza a las que se tienen sometidos a millones de personas y lo peor es que, si no se hace algo, millones más pasarán a estar en condiciones de pobreza, con el consecuente incremento de muertes por enfermedades que deberían haber sido eliminadas de la faz de la tierra hace años.

Los historiadores, entre ellos Walter Scheidel, han encontrado diferencias entre, por ejemplo, la peste negra, que mató en el siglo XIV aproximadamente al 40 por ciento de la población de la época y cuyo impacto fue una reducción de la desigualdad y la mejora de la vida de quienes sobrevivieron; la llamada gripe española que mató a 40 millones de personas, algo más del dos por ciento de la población, y que también permitió una reducción de la desigualdad debido, y aunque parezca detestable, a que murieron principalmente personas jóvenes, provocando una demanda mayor de trabajadores y mejoras salariales.

En cambio, con la pandemia actual quienes están muriendo hasta ahora son en mayor número personas de edades avanzadas, muchas de las cuales incluso ya estaban fuera del mercado de trabajo, es decir, la fuerza de trabajo no se ha afectado mayormente, con lo cual las condiciones no mejorarán para los asalariados y explotados; en una palabra, para el precariado, ya que este ejercito industrial de reserva, en términos marxistas, no se verá seriamente afectado.

Esta pandemia que, como bien dice la filósofa Rosaura Martínez, en una entrevista que le hizo la semana pasada a Judith Butler en el programa cultural Aleph de la UNAM, “no fue una piedra que cayó del cielo”, y tiene razón porque es producto de la irresponsabilidad como seres humanos, y por ello debe haber un cambio radical en la gobernanza global, ahora tan deteriorada.

La Covid-19 no va a ser una igualadora ya que, como dice el Nobel Joseph Stiglitz, “los más golpeados serán los de la parte baja de la escala socioeconómica, que pierden sus trabajos de manera desproporcionada, y se llevan lo peor”.

De nada ayuda saber que, por ejemplo, el magnate Warren Buffett lleva perdidos miles millones de dólares en la mejora de las condiciones de vida del precariado. Lo que se necesita es una acción decidida de los gobiernos en propuestas claras, algunas de ellas radicales, como serían nacionalizaciones, pero otras urgentes y necesarias, como el establecimiento de la renta básica, tal como como ha hecho España para cerca de un millón de familias, y otra que urge, sin duda, es la progresividad en las tasas impositivas a la riqueza.

Si no hay un cambio radical, no habrá alguna normalidad ni paz social.