Un trabajo para aprender

29 de Abril de 2024

Un trabajo para aprender

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ENTRE EL DRAMA Y LA COMEDIA | El blog de Vicente Amador

«La mejor admiración es la sabiduría que nos permite construir los espejos donde algún día deseamos vernos reflejados»

@UnaFilosofa, 03/03/15

[su_heading size="16" margin="10"]El que no avanza, retrocede [/su_heading] Cuando buscamos un trabajo, el aprendizaje y la transformación personal son elementos poco considerados. El interés se enfoca en el sueldo, las prestaciones, la distancia entre el hogar y la oficina, la presencia de la marca del empleador en el mercado. Los cambios que la actividad laboral operará en nosotros, si acaso, se relegan a las razones de menor peso. Es cierto. El aprendizaje no es la razón principal que nos mueve a optar por un trabajo porque muchas veces hay otros elementos que requerimos con urgencia: encontrar en qué emplearnos y después, cuánto vamos a ganar para satisfacer las necesidades que siempre son amplias. Sin embargo, el aprendizaje también se aplaza porque desoímos que se trata de una inversión, y muy fértil. Como inversión, los beneficios pueden atestiguarse con menor rapidez que el abono de una quincena, pero terminan dando frutos. Los conocimientos obtenidos nos “hacen más” como personas, nos crecen y, así, nos preparan para nuevos retos; proyectos de los cuales, en adelante, podríamos obtener mayores ingresos. De igual manera, dejamos de lado el aprendizaje al evaluar las alternativas laborales porque olvidamos que nuestro desempeño profesional es más que un medio para subsistir, más que solo una fuente de ingresos. Las personas no somos piezas acabadas, caminos recorridos. Más bien, estamos en constante construcción. Por ello, la actividad laboral que desempeñamos es (¡y debe ser!) un medio que nos perfecciona como seres humanos. Además, es trinchera estratégica para colaborar en el desarrollo de nuestro país. Los cambios tecnológicos, socioculturales y hasta económicos que han revolucionado nuestro mundo en las últimas décadas también exigen un desarrollo permanente del colaborador. Además de los conocimientos técnicos, las organizaciones buscan individuos con aptitudes como la tolerancia a la frustración, comunicación efectiva, flexibilidad y adaptación a nuevas circunstancias, trabajo en equipo, pensamiento crítico, capacidad para priorizar y más.

[su_heading size="16" margin="10"]El que con lobos anda, a aullar se enseña[/su_heading] Las aptitudes —destrezas que cada quien posee para realizar algo adecuadamente— en buena medida son aprendizajes que primero observamos en otras personas. Siendo así, es entendible que las personas con las que hacemos equipo en nuestro quehacer profesional representen un factor determinante para nuestro aprendizaje. El perfeccionamiento humano a través de la actividad laboral y la importancia de modelos a quien imitar nos son ideas nuevas. Los gremios, que funcionaron en buena parte de la Edad Media y el Renacimiento, lo entendían bien. En los talleres gremiales se trabajaba y se aprendía. En estos centros se formaban desde los herreros hasta los banqueros. El ingreso era como “aprendiz”, luego “oficial” y finalmente “maestro”. El alumno se comprometía a desempeñar las labores que el maestro encomendaba. Este tutor, por su parte, se hacía cargo de la manutención y de la formación, tanto humana como técnica del discípulo. En la organización gremial el desempeño del oficio implica el desarrollo de la habilidad, “saber hacer algo”, es decir, la técnica. Para conseguir su cometido, el aprendiz se esforzaba durante años en la práctica del oficio. La técnica se adquiere a fuerza de repeticiones. “A nadar se aprende nadando”, reza el dicho. No obstante, también la formación de la personalidad era central en el aprendiz. Por ello, el maestro debía ser modelo de comportamiento profesional: técnico y moral. Ahí reside la importancia de encontrar un buen ejemplo al cual imitar, tanto en sus capacidades técnicas —el conocimiento y la habilidad para forjar el hierro de una espada, por ejemplo— como en su actuar humano, su moralidad: la prudencia para saber a quién, cuándo, cómo y en cuánto vender el arma. En el entorno laboral, poco pensamos en el desarrollo humano, la importancia de los maestros y su papel formador. Esta distracción, tanto del colaborador como de la organización, es causa y efecto de concebir al empleado solo como uno de los engranes de la gran maquinaria. Una pieza que tiene valor en tanto produce. Nada más. Estas organizaciones no comprenden que, finalmente, todo gran cambio depende del ejercicio adecuado de los individuos, y este desempeño, del aprendizaje de cada quien.