Nuestros desastres, nuestro abandono

6 de Mayo de 2024

Juan Antonio Le Clercq
Juan Antonio Le Clercq

Nuestros desastres, nuestro abandono

En el marco de la conmemoración terremotos de 1985 y 2017, en la UDLAP presentamos 19 edificios como 19 heridas, trabajo coordinado por Alejandro Sánchez. El texto, indispensable y oportuno, reúne un conjunto de microhistorias que nos acerca a las voces de los damnificados y nos presenta un retrato crudo de lo que es nuestro país en la segunda década del siglo XXI, para bien y para mal. Los diferentes capítulos narran el alcance de la tragedia en comunidades y colonias de Chiapas, Guerrero, Morelos, Oaxaca, Puebla o la Ciudad de México, lugares en los que las heridas sociales son más profundas que las grietas en las estructuras de las casas, escuelas, edificios, calles o templos. Pero lo más importante, el libro enfoca cómo el dolor por la muerte de familiares o la pérdida del patrimonio construido con el esfuerzo de toda una vida, se suma a la humillación de enfrentar corrupción, burocracia e impunidad, sobre todo esa maldita impunidad nuestra de todos los días. Podemos leer el texto como una crónica de las tragedias colectivas o individuales que nos dejaron los sismos, pero eso sería limitado, la historia va más allá de la gravedad del evento mismo. Nos advierte que los desastres naturales a los que somos vulnerables, y a los que seremos en forma creciente gracias a la crisis climática global, retroalimentan el daño y sufrimiento de las víctimas al interactuar con la inseguridad pública, la voracidad inmobiliaria, la marginación social, la corrupción desbordada, la negligencia burocrática y la irresponsabilidad política. El hilo conductor de las distintas narraciones es el abandono social, la forma en que las autoridades han ignorado a los ciudadanos. Si bien recordamos las imágenes de solidaridad y cooperación de una sociedad auto organizada, nuestros actores políticos optaron por la negligencia y el olvido. La historia de los terremotos refiere a la humillación cotidiana que sufren los mexicanos, la profunda indecencia institucional que vemos incluso en situaciones de emergencia nacional. El desprecio a las víctimas no tiene límite, la humillación que enfrentamos los ciudadanos es sistemática y va más allá de los sismos. Las crónicas se entrelazan con la negligencia política y el olvido social que vemos también en la violencia e inseguridad, la falta de acceso a la justicia, las fosas clandestinas, la desaparición, los tráileres transformados en cementerios móviles o en la incompetencia calculada de la PGR ante cualquier investigación sobre corrupción que se le ponga en frente. Humillación institucional que además se ha normalizado en un país que produjo 25 millones de víctimas del delito en 2017. La semana pasada atestiguamos ceremonias oficiales conmemorando los sismos, minutos de silencio hipócritas cuando hay pueblos sin reconstruir, damnificados abandonados, responsables impunes y recursos desviados de los que nadie rinde cuentas. Vivimos dos simulacros muy distintos: aquel con el que la sociedad honró a los muertos y damnificados, recordando con el puño en alto todo el dolor y la angustia de 1985 y 2017, y el otro de autoridades cínicas simulando interesarse por las tragedias que enfrentan los ciudadanos. Leer 19 edificios como 19 heridas, no es sencillo, cada una de sus crónicas realmente duele y debe dolernos. Pero representan una lectura obligada, una reflexión crítica que debemos hacer sobre lo que significa la responsabilidad colectiva para contener el daño de la corrupción y la impunidad, para aspirar a reconstruir las instituciones del Estado. Levantar instituciones más sólidas que trabajen efectivamente para los mexicanos, o al menos que no abandonen a los ciudadanos a su suerte.

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