Ante la erosión democrática

6 de Mayo de 2024

Juan Antonio Le Clercq
Juan Antonio Le Clercq

Ante la erosión democrática

En un diálogo de El Gatopardo, novela de Lampedusa, el personaje central discute sobre monarcas que no están a la misma altura que sus antecesores, el inevitable fluctuar entre políticos virtuosos e incompetentes. Este diálogo cierra así: “Pero los reyes que encarnan una idea no deben, no pueden descender, por generaciones, por debajo de cierto nivel: si no… también la idea se menoscaba”.

En otras palabras, todo régimen político se beneficiará de estadistas, pero sufrirá alguna vez de malos gobernantes. El problema es quedar atrapados en ciclos reiterados de mal gobierno, incompetencia e ineptitud, pues la idea misma de gobierno y el ejercicio de la política se devalúan irremediablemente para los ciudadanos.

Nuestra época está marcada por el desencanto ciudadano hacia sus instituciones, autoridades y partidos, en general hacia las expectativas no cumplidas por la democracia y la globalización.

El ascenso de programas que afirman soluciones autocráticas o populistas como alternativa a los profundos problemas económicos y sociales no puede explicarse sin comprender que, parafraseando a Lampedusa, la política democrática ha caído tan por debajo de su nivel, que ha terminado por erosionar también a la idea misma de democracia.

Nuestro país no está al margen de esa tendencia. Enfrentamos una profunda crisis de confianza en instituciones, autoridades y partidos, al mismo tiempo que enfrentamos problemas públicos extremadamente graves. Si bien en el triunfo de López Obrador convergen diversas causas y factores, también fue determinante la frustración social hacia la democracia y el rechazo de los ciudadanos a autoridades corruptas, ineptas o irresponsables a nivel nacional, estatal o municipal.

Basta con observar datos como las tasas de violencia, los niveles de incidencia delictiva o los grados de impunidad y corrupción que obtiene nuestro país en reportes nacionales o internacionales para comprender la forma en que el ejercicio de la política democrática en México se ha derrumbado por debajo de lo aceptable y que ha arrastrado consigo a la idea que tenemos de la política y la democracia.

Al gobierno de López Obrador le ha tocado arrancar su gestión cargando con el lastre plomizo de la corrupción, la impunidad y el desencanto ciudadano. En gran medida su mandato se desprende de demandas ciudadanas por instituciones más efectivas, autoridades más responsables y políticas públicas que garanticen efectivamente una mejor calidad de vida a los mexicanos. Lo que los ciudadanos esperan no es otra cosa, no es cualquier cosa que elevar el nivel de la política mexicana por encima de mediocridad e irresponsabilidad que nos han lastrado por décadas y que encontró su máxima expresión en el peñanietismo.

La mayor virtud de López Obrador como candidato fue su capacidad para cristalizar la voluntad de cambio y el desencanto social en una visión de esperanza. Con su voto los mexicanos dijeron “no más” a la política irresponsable y al mal gobierno. Ahora le sigue un reto más complicado, transformar la esperanza en un programa de gobierno responsable, que se traduzca en instituciones públicas más efectivas, decisiones de gobierno que generen beneficios para todos y fin a los pactos de impunidad.

La viabilidad del proyecto de gobierno se juega justamente en su capacidad para pasar de la esperanza a la responsabilidad política y aunque en estos momentos hay tentación de pensar que es suficiente con la voluntad, la fuerza de la mayoría y las buenas intenciones, recuperar el sentido de la política y el buen gobierno depende en realidad de fortalecer las instituciones democráticas, abrir el diálogo plural y consolidar los procesos de rendición de cuentas. De otra forma, seguiremos descendiendo hacia niveles más abyectos de hacer política.

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