En el silencio de esta noche todo parece inmóvil, hace un buen rato que el reloj marcó la media noche y el trajín de autos, gente y pájaros se fue diluyendo de a poco hasta llegar a la calma. También el viento optó por la quietud, las ramas de los árboles no se mecen y la nochebuena del balcón parece parte de un cuadro. Es un momento en el que casi puedo oler la tranquilidad. Por toda compañía, una taza de té de verbena (para ver si me entra el sueño) y una bolsa de tela llena de arroz caliente bajo los pies (ni modo, soy friolenta). A esta hora es fácil escuchar con atención los propios pensamientos. Me doy cuenta que ya pasaron siete meses desde nuestra llegada a Lille; veo en mis hijos, en mi esposo y en mi misma la constante adaptación al cambio. Muchos cambios. Hago un recuento de lo sacrificado pero sobre todo de lo ganado, hemos crecido todos. Pienso en mis amigas, en mis hermanas, en la confianza y el vínculo que nos une, en las eternas pláticas telefónicas y los interminables chats, cada una con su historia, acompañándonos amorosas y cercanas. Mi alma sonríe, mi corazón agradece y me siento bendecida. Creo que todos deberíamos regalarnos momentos de silencio y serenidad como éste, donde la mente puede descansar en un corazón agradecido. Estoy convencida que la humanidad sería más compasiva y más consciente si al menos de vez en cuando nos diéramos la oportunidad de ver hacia adentro, de sentir satisfacción con lo que hacemos, de observarnos y descubrir qué es lo que nos hace no estar bien con nosotros mismos. He notado que el pensar demasiado en el pasado puede dar nostalgia o tristeza, que el pensar en el futuro puede generar ansiedad o angustia, que no estar conectados con nuestra intuición (algunos lo llamarán Dios, otros amor, otros Universo, otros más poder superior…) nos puede llenar de dudas e incertidumbre. Y todas estas emociones, no es que sean malas, pero sí nos roban energía, nos mueven de nuestro centro, nos impiden escucharnos verdaderamente. Sólo el hecho de vivir el momento, de sentir el aire, el cuerpo, la temperatura, de oler, de ver con nuevos ojos de lo que estamos rodeados, en fin, de poner los cinco sentidos (¡o cuantos queramos!) al servicio de nuestra consciencia, nos hace darnos cuenta de lo afortunados que en realidad somos, de lo que tenemos y de lo mucho que podemos hacer por alcanzar aquello que anhelamos. La abuela de mi esposo nos decía con inusitada calma que estaba perdiendo el sentido del gusto, que la comida cada día le sabía menos, distinguía menos sabores y apenas percibía los aromas de las especias. Mi torpe comentario fue decirle que debía ser triste, pero en su asombrosa sabiduría de alma milenaria, me dijo que no tenía por qué serlo, que pelearse o entristecerse por ello le haría sufrir, que en cambio eso a ella le daba la oportunidad de recordar el sabor justo como ella más lo disfrutaba, que saboreaba con la mente, con el recuerdo, con la experiencia de haber comido tal o cual platillo con determinado sazón. Sobra decir que para mi fue una gran lección. Por ahí leí una cita de Eckhart Tolle que viene a cuento: “¿Qué podría ser más inútil y más enfermo que crear resistencia interna frente a algo que ya es?”. Ya sé, suena mil veces más fácil de lo que en realidad es, creo que fluir con la circunstancia a veces requiere más esfuerzo del que quisiéramos, soltar, vencer la resistencia… es todo un arte, pero como me decía una amiga muy querida: si usamos cada experiencia que tenemos para crear, creamos mejores futuros. Yo propongo que transformemos, transmutemos la densidad en luz, el dolor en aceptación, la zozobra en confianza. Tomemos tiempo para escucharnos, para vernos, para corregirnos, para crear y para creer en que podemos. Vivimos con nuestra inexperiencia, somos y experimentamos, nos equivocamos y aprendemos. Enjuiciarnos o autoexigirnos por errar, es tan inútil como saltarse la enseñanza del tropiezo. La noche avanza y con ella el hilo de pensamientos. Este viaje a Francia ha resultado también un viaje a mis entrañas. No son tiempos fáciles para nadie (que levante la mano quien pueda dormirse en sus laureles, jaja), pero yo confío en que si estamos para nosotros, cerca de nosotros mismos, podemos sortear mejor los sinsabores, podemos estar más cerca de los otros y más empáticos, con la pasión por vivir a como dé lugar. Gracias por estar y gracias por seguir. À la prochaine!! @didiloyola