Bailando con el viento

30 de Abril de 2024

Diana Loyola

Bailando con el viento

DIANA LOYOLA

Este invierno ha sido casi una broma.Los días de enero y febrero han transcurrido con temperaturas entre 22 y 25 grados Celsius en la Ciudad de México. Bendita ciudad, por más que escucho que se queja la gente, por más que caigo en el tráfico a horas pico, por más que me roben autopartes en la colonia Roma (ya soy cliente frecuenteJa ja ja. Han desvalijado mi coche varias veces y ahora uso taxis) y por más marchas que haya. Yo disfruto vivir aquí. Salir a caminar, ver mis pies dar un paso y luego el otro, levantar la vista y toparme con camellones llenos de árboles verdes y frondosos en lo que se supone es la estación más fría del año.

Salir de casa de madrugada, ver puestos de tamales y atole desde muy temprano en las esquinas, los camiones de frutas y verduras descargando frente a los mercados antes de que salga el sol, niños bañados, peinados y limpios de la mano de sus mamás o papás que van hacia la primaria; el señor de la basura que antes de las siete de la mañana ya dejó impecable la calle donde vivo, autos atravesando la ciudad con personas llenas de historias.

Veo el despertar de la ciudad y me conmuevo: tanta gente trabajadora, sonriendo a la menor provocación algunos, preocupados otros y los más, pensativos.

Somos muchos, sin duda, tal vez más de lo que la ciudad y los servicios soportan, muchos inconscientes, ignorantes de la capacidad personal de mejorar su entorno.

También somos millones los que cuidamos lo que hacemos a favor de la comunidad, de la ciudad y del medio ambiente. Pequeños gestos diarios y constantes hacen grandes cambios, desde separar la basura hasta compartir el auto, no tirar chicles en la calle (que son foco de infección) o evitar cualquier desperdicio, pero ¿qué nos hace falta para decidirnos a ser más responsables? ¿Qué necesitamos para despertar la conciencia colectiva?

Noto que la tendencia alegre y festiva de los mexicanos se ve mermada por la situación política y económica del país. Somos como un sol eclipsado por la sombra del miedo y la desconfianza.

Le entregamos nuestro poder, nuestro brillo como personas y sociedad a cosas externas, a juicios y prejuicios que no nos permiten ver desde otra perspectiva, estamos siendo presas y nos coartamos en nuestra libertad de hacer en comunidad.

El miedo es un arma de dos filos: o nos fortalece o nos vulnera, nos obliga a buscar soluciones o nos ensimisma. Seamos más fuertes que aquello que nos limita.

Nunca he entendido por qué hay que dejar en manos de las autoridades situaciones que podemos resolver por nosotros. Exijamos, sí, pero también hagamos lo que nos toca y podemos solucionar.

Cuando coinciden las voluntades, la gente se une a diferentes causas y los resultados nunca se hacen esperar.

La convocatoria varía, pero siempre hay en esta ciudad causas válidas y necesarias. Si todos nos unimos a una, la que más nos convenza, la que más nos motive, la que más nos haga sentir útiles, este país será pronto uno mejor. Pecaré de ingenua y optimista, pero sé que podemos.

Aquí, sentada frente a la ventana, viendo las hojas de los árboles bailando con el viento, me doy cuenta de la fortuna inmensa que tengo de vivir en esta ciudad que, a pesar de todo, siempre tiene algo que me conquista, que me enamora, que me hace sentir en mi lugar en el mundo.

Una ciudad generosa con mucha gente buena, con mucho corazón y empuje. Siempre podemos elegir quejarnos o actuar, sentarnos a criticar o hacer lo que nos toca. Decidamos no sólo a favor nuestro, si no de la sociedad de la que somos parte. Podemos.

Estudié gastronomía y joyería, por lo que deduje que lo mío eran los laboratorios donde las materias primas se transforman en experiencias.

@didiloyola

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