Covid-19, lo que tenemos que aprender

1 de Mayo de 2024

Covid-19, lo que tenemos que aprender

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La primera pandemia de este siglo fue causada también por un coronavirus proveniente del sur de China. Las condiciones sociales y legales del país asiático son clave para entender por qué esta región es propicia para el surgimiento de este tipo de enfermedades

El último día de 2019 una noticia irrumpió de forma velada las festividades de año nuevo, un brote de pulmonía atípica, extremadamente parecido al Síndrome Respiratorio Agudo (SARS), había surgido nuevamente en China. Aunque las autoridades del país asiático intentaron disminuir los efectos mediáticos, el gran número de casos y la gravedad de los mismos, los hizo admitir que estaban de cara a una enfermedad viral con gran potencial epidemiológico y de impacto global.

Las similitudes entre el SARS y esta nueva enfermedad no se limitaban a los síntomas clínicos o el desarrollo de las complicaciones asociadas, en realidad ambos virus tenían una fuente de origen idéntica: los mercados de animales vivos para consumo humano. Ya en 2003 la búsqueda del surgimiento del coronavirus responsable del SARS apuntó a uno de estos centros en la provincia sureña de Cantón; de la misma forma de los primeros 41 casos reportados en este nuevo brote, 27 habían estado en el mercado de Huanan.

La mayoría de los virus infecciosos que conocemos se han transmitido de diversos animales hacia los humanos y viceversa. La capacidad de mutación de estos agentes patógenos les permite pasar con facilidad de una especie a otra, e incluso variar rápidamente entre generaciones del mismo virus, lo que dificulta la creación de una vacuna efectiva. En el caso específico de los coronavirus, a pesar de ser una familia inmensa, sólo se conocían seis tipos que podían enfermar a los seres humanos, el de Wuhan es el séptimo en la lista.

Shi Zhengli es la responsable del descubrimiento del Covid-19, la viróloga china es conocida como la mujer murciélago debido a su amplio trabajo en la búsqueda, identificación y clasificación de virus relacionados a estos mamíferos. Su trabajo inició 16 años atrás cuando se unió a un grupo de expertos internacionales que buscaba rastros del virus responsable del SARS.

La contingencia por el SARS fue la primera vez en la historia que un coronavirus transmitido de animales a humanos alcanzaba la capacidad para volverse un problema de salud relevante e incluso una pandemia; antes de ella, los virus de esa familia y sus reservorios naturales resultaban de poca importancia para los especialistas en el tema.

Los descubrimientos de equipos como el formado por Zhengli permitieron dar a este tipo de transmisión la importancia que merecen y enfocar esfuerzos mundiales para entender y combatir estos mecanismos.

Aunque ya se tenían antecedentes de contagios entre humanos y animales —como los casos de neumonía equina— poco se sabía sobre la responsabilidad de los murciélagos en estas enfermedades, de hecho, por mucho tiempo se pensó que el virus había pasado de los caballos a los humanos, cuando en realidad los equinos sólo habían sido intermediaros en la cadena de contagio.

De animales a humanos, una cadena artificial

Igual que este nuevo brote, que clínicamente se conoce como SARS-CoV-2, los coronavirus son responsables de enfermedades como el SARS y del Síndrome Respiratorio de Medio Oriente (MERS), cabe aclarar que estas transferencias son muy extrañas de forma natural y que tienen su principal origen en el consumo y manejo de especies pertenecientes a la vida salvaje.

En el caso específico del Covid-19 las evidencias genéticas apuntan a una transmisión de los murciélagos o serpientes —que son los reservorios específicos del virus— a los pangolines y finalmente a los humanos.

De manera natural es casi imposible que esta cadena de contagio se complete, especialmente porque requiere que todos los elementos se encuentren en un mismo lugar y en condiciones muy específicas. Es aquí donde los mercados de especies vivas de China juegan un papel determinante, ya que permiten que estas condiciones se den no sólo de forma ideal, sino constante.

Aunque los mercados de animales vivos son comunes en muchas partes del mundo, los de China son diferentes porque permiten el comercio y consumo de una variedad más amplia, incluidas aquellas que se consideran vida salvaje y otras totalmente restringidas en otros países. 

Otro factor importante es la forma en que los animales están resguardados, las jaulas que se apilan unas sobre otra, facilitan el contagio no sólo entre la misma especie, sino entre otras muy diferentes.

Si a esta cadena se suma que todos los animales del mercado están destinados al consumo humano el potencial de infección aumente de forma considerable. Estas cadenas se vuelven más complejas si se tiene en consideración que los animales que se ofrecen en estos mercados no sólo provienen de China, sino de otras partes del mundo. Un menú típico del mercado de Wuhan ofrecía desde conejos silvestres hasta camellos y serpientes, y de forma ilegal se podían obtener productos provenientes de especies protegidas como los tigres y los pangolines.

La decisión de poder comerciar todo tipo de animales para consumo humano no es una mera excentricidad cultural, y tiene sus orígenes en la hambruna que el país asiático atravesó en las décadas de los 60 y 70, que costó la vida de más de 36 millones de personas. En ese momento el régimen comunista sostenía el control exclusivo de la producción alimentaria para más de 900 millones de personas.

La catástrofe alimentaria obligó, en 1978, al gobierno chino a ceder el control de la agricultura y la ganadería a la gente, lo que permitió la creación de un sector privado de estas industrias. En este nuevo esquema surgieron grandes compañías que dominaron rápidamente el mercado de animales tradicionales como los puercos y las vacas; sin embargo, productores más pequeños encontraron una forma de subsistencia en especies salvajes y menos comunes como serpientes, murciélagos y tortugas.

Al ser una forma más o menos eficiente para afrontar la hambruna, el gobierno no sólo permitió la crianza y venta de animales salvajes, sino que la apoyó y alentó. Una década después, las autoridades emitieron una ley de vida salvaje que clasificaba a toda la fauna de este tipo como “recursos del Estado”, lo que permitió el surgimiento de una gigantesca industria dedicada a comercializar estas especies.

La modificación de la ley amparó el crecimiento desmedido de poblaciones enteras de ciertas especies, y además permitió que se incluyera una variedad mayor de animales salvajes. Esto aumentó la posibilidad de contagio entre especies y, por tanto, su potencial para alcanzar a los seres humanos. La autorización de comerciar con gran parte de la vida silvestre también sirvió para encubrir un creciente mercado de especímenes restringidos o en peligro de extinción.

A pesar de haber superado la crisis alimentaria de los 70, la producción y comercialización de fauna silvestre continuó sin alteraciones hasta 2003, cuando el seguimiento de los genes del virus responsable del brote de SARS llevó a las autoridades hasta uno de estos mercados, en conretos a las civetas (paradoxurus hermaphroditus, un mamífero carnívoro asiático relacionado con los felinos y las hienas).

›Las autoridades chinas optaron por cerrar los lugares de este tipo y prohibir la crianza de animales salvajes, pero esta prohibición duró muy poco, ya 54 especies silvestres —incluyendo las civetas— fueron readmitidas para su comercio tan sólo meses después.

Un año después del brote de SARS la industria de crianza y consumo de fauna silvestre tenía un valor de 14 mil millones de dólares, lo que no representaba gran cosa para la gigantesca economía china; sin embargo, el poder de presión político que sostenían era muy amplio, ya que a diferencia de lo que se cree, la mayoría de las personas en este país no consumen estos alimentos, sino que se reservan para las clases más adineradas y poderosas, explica Peter Li, experto en comercio animal de China.

Con el nuevo brote de coronavirus, las medidas del 2003 se volvieron a aplicar. La mayoría de mercados de vida salvaje han sido cerrados y se ha impuesto nuevamente la prohibición para criar animales salvajes para consumo humano.

Weibo, la principal red social de China, ha sido inundada con peticiones para que en esta ocasión la prohibición sea permanente y se prioricen los intereses de la mayoría por sobre los de los poderosos. El gobierno chino ha prometido modificar la ley, pero de no hacerlo este tipo de epidemias seguirán surgiendo en el futuro.

Y entonces, ¿qué aprendimos?

Si bien los mercados de animales silvestres en China ha sido la fuente más frecuente de este tipo de enfermedades, hay otros orígenes que pueden tener consecuencias similares o peores. Basta recordar que el brote de influenza AH1N1 que surgió en Norteamérica en 2009, no era de origen silvestre, sino que se trataba de una de las diversas influenzas que tienen los cerdos (H3N2, H1N2, H3N3…). Y que además existen las influenzas aviares. El Covid-19 es sólo el que ha resultado más dañino.

El problema con el paso de los virus de otras especies a los humanos es que nuestro sistema inmune se enfrenta a un enemigo desconocido y no tiene oportunidad de reaccionar con eficacia para controlar la infección. Por ello, limitar el comercio de fauna silvestre puede ser un gran paso, pero no puede ser el único.

Con la influenza H1N1, los mexicanos aprendimos a cubrir adecuadamente nuestros estornudos, pero poco más; con el SARS, China, o al menos Shi Zhengli, aprendió a monitorear constantemente los coronavirus, lo que le permitió identificar la nueva cepa en el tiempo récord de una semana.

De alguna manera, unos más y otros menos, los países estamos aprendiendo que la cooperación irrestricta y transparente de información es clave para encontrar una solución en el menor tiempo posible. La ciencia colaborativa, la aceleración de protocolos y la revisión de casos a escala mundial, así como un esfuerzo por mitigar el impacto económico en las naciones más pobres puede ayudar a disminuir el alcance de la pandemia.

Ahora estamos aprendiendo a lavarnos mejor las manos, a saludar distinto y a tratar de “aplanar la curva”; es decir, a intentar que el número de casos graves sea lo más pequeño posible para que los sistemas de salud no se vean saturados y puedan dar una mejor atención. 

No está de más repetirlo: para el Covid-19 se espera que el 20% de los enfermos requieran algún grado de hospitalización, y que de ellos el 10% necesiten cuidados intensivos. Los grupos más vulnerables a la enfermedad son los adultos mayores, especialmente quienes rebasen los 70 años, y las personas con enfermedades cardiovasculares o con el sistema inmune comprometidos, como los diabéticos y quienes padecen cáncer.

Estar informados, preparados, atentos y no caer en pánico es la mejor manera de afrontar la epidemia que vivirá nuestro país en las próximas semanas.

Si bien los mercados de animales silvestres en China ha sido la fuente más frecuente de enfermedades, el brote de influenza AH1N1 que surgió en Norteamérica en 2009, no era de origen silvestre, sino que provenía de los cerdos.

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