De Estado de la Nación a estado de campaña
Gran parte de los números que presumió Donald Trump en su informe siguen una tendencia creada por la administración demócrata de Barack Obama, pero pretendió avanzar hacia su reelección

Si alguien de alguna forma a estas alturas pensaba que este primer discurso oficial sobre el Estado de la Nación iba a ser la primera gran aparición presidencial de Donald Trump, es porque no conoce a Donald Trump. Lo ocurrido el martes en el Capitolio, Washington D.C. fue un rally formal de Trump ante una sesión de Congreso conjunta semivacía que, vestida de negro en una tercera parte, se negó a levantarse para aplaudir de pie. Para Trump la época electoral está en marcha y lo del martes fue prueba de ello.
›El discurso sobre el estado de la Unión no ha sido por lo general un escenario de golpes de timón para los presidentes en los que definan su presidencia, y Donald Trump en ese sentido no fue la excepción.
El martes por la noche Trump no tenía mucho que presumir; en un año de gobierno ha logrado avanzar poco su agenda, ha logrado acabar con algunas regulaciones y órdenes ejecutivas de Obama, aunque como único triunfo para presumir realmente la reforma fiscal tan criticada y cuestionada por la oposición.
El Estado de la Nación para Trump es fuerte, sólido. Ante legisladores republicanos que se encuentran entregados por completo a su presidencia, Trump planteó los deseos de país y las promesas para lograrlo. En resultados se quedó corto, pues únicamente llevó a la reforma fiscal como su único triunfo. Ni la reforma de salud de Obama, ni la construcción del muro u otros temas pudieron ser vendidos como logros.
La solidez económica de la que tanto presume Trump con un crecimiento por arriba de 3%, el desempleo tocando los niveles de 3% y un mercado bursátil emocionado tiene mucho que ver con la gestión del expresidente Barack Obama. Gran parte de los números que presumió Trump siguen una tendencia creada por la administración demócrata y hoy a todas luces es un logro compartido con gobiernos anteriores. El hecho de que los niveles de desempleo más bajos entre la comunidad afroamericana e hispana no tienen tanto que ver con Trump como sí tienen que ver con Obama.
Discursos como el del martes pasado en el Estado de la Nación tiene mucho de forma y fondo. Aparte de los invitados comunes de todos los años como son los jueces de la Suprema Corte de Justicia y legisladores de ambos partidos, miembros del gabinete como Stephen Mnuchin, secretario del Tesoro, o Jeff Sessions que junto con Rex Tillerson y otros estaban atentos en la primera fila a Trump. Su esposa, Melania, fue una de las grandes presencias de la noche ante el distanciamiento público que ha existido entre ambos por las revelaciones periodísticas de una relación extramarital que Trump habría tenido con una actriz porno mientras Melania daba luz a su hijo Baron.
Otros de los grandes invitados de la noche, aunque silenciosos, fueron los dreamers. Mientras que Trump intentó reforzar su mensaje a través de historias de americanos comunes y corrientes que fueron invitados al Capitolio para el Estado de la Unión, detallando anécdotas de padres que perdieron a sus hijos a manos de indocumentados, o desertores del régimen norcoreano; la idea era presentar al 40% de Estados Unidos que están arriba de su plataforma. Mientras tanto los demócratas enviaron un mensaje silencioso invitando a múltiples dreamers que estuvieron presentes sin ser reconocidos por Trump.
›La división en la que se encuentra sumido Estados Unidos fue evidente en el Capitolio. Poco menos de la mitad de legisladores vestidos de negro jamás se levantaron a aplaudir al presidente. Contrario a lo que se vio del partido republicano que apareció completamente entregado a un presidente que no nació de sus filas, pero a quien han adoptado gustosamente.
El proteccionismo y el nacionalismo económico estuvieron presentes en todos los planteamientos que hizo Trump. El Estado de la Unión le sirvió para hablar a su base únicamente sin preocupar por estrechar la conversación hacia el otro lado del pasillo con los demócratas a quien apenas y volteo a ver durante su discurso. Dirigido casi por completo a la derecha del salón donde se encontraban los republicanos, Trump presumió haber cambiado la embajada de Estados Unidos en Israel a Jerusalén. El Estado Islámico y Corea del Norte fueron también piezas centrales de su discurso en cuanto a lo que ha logrado plantear en el escenario internacional.
Mientras que la preocupación del tono con el que se podría haber referido a México era una razón de alerta para muchos, resultó ser que nombró a México una sola vez mientras explicaba los movimientos de plantas de diferentes automotrices de nuestro país a Estados Unidos. Indirectamente se refirió al Tratado de Libre Comercio en el mismo tono que lo ha hecho siempre aunque sin mencionar el nombre. Habló de las fronteras abiertas, de las drogas y crimen que sin reparo entran a Estados Unidos todos los días. La recolección de familias que perdieron a seres amados a manos de inmigrantes ilegales y otros aspectos fueron empujados por Trump como parte de este mensaje, no la nación, sino más bien a la base.
Trump no fue conciliatorio, no fue inspirador, no dio resultados. Trump reforzó su menaje haciendo todo by the book. Usando el libro de gobierno de Trump, más que un Estado de la Nación, fue un estado de la campaña. Campaña que busca la reelección para el año 2020, misma que claramente ha arrancado desde ya. Un mensaje a la nación que se olvidará rápidamente ante la ola de escándalos que el presidente Trump tiene en puerta.