Como muchos votantes, yo también estoy harto de los políticos rimbombantes y exuberantes, y por eso votaré por Hillary Clinton, una mujer con el carisma del no carisma.
En menos de 100 días sabremos quien es el próximo presidente de EE UU, y el contraste entre los dos candidatos y sus agendas de trabajo no podía ser mayor. Nunca, en la historia de este país la disparidad de ideas, de carácter y de personalidad entre los dos candidatos ha sido tan abismal.
Previo a las convenciones de los partidos, cualquier persona medianamente enterada de lo que sucede en Estados Unidos sabía que lo único que tienen en común la candidata presidencial demócrata Hillary Clinton y el de los republicanos, Donald Trump, es haber nacido en Estados Unidos.
La política ha sido el universo de Hillary como activista de los derechos civiles, primera dama del estado de Arkansas y luego de la nación, senadora y Secretaria de Estado, porque cree firmemente que el Estado juega un papel esencial de protección a la ciudadanía. Trump, por el contrario, quiere desarticular el papel del gobierno y establecer un gobierno autocrático en el que él sería una caricatura de Il Duce, pero no es sino un vendedor de bienes raíces de mala reputación en el mundo de los negocios, Trump “es un bribón” dijo recientemente Michael Bloomberg, el multimillonario neoyorkino y ex alcalde de esa ciudad.
También los seguidores de ambos candidatos son muy diferentes como se mostró en sus respectivas convenciones celebradas este mes. La convención demócrata fue una fiesta de optimismo y una celebración de la diversidad que define al país en la actualidad, amenizada por un elenco de oradores de primera fila que incluyó al Presidente Barack Obama y su esposa Michelle, a Bill Clinton, Bernie Sanders, el general John Allen, el republicano Bloomberg, y celebridades como Meryl Streep, el basquetbolista Karim Abdul Jabbar y la cantante Kathy Perry.
La Convención Republicana fue un espectáculo apocalíptico, sombrío y fatuo, con un candidato que convirtió el escenario político en un “reality show” de televisión, para asustar a la gente y ofrecerse como el salvador. La esposa de Trump hizo el papelón plagiando un discurso de Michelle Obama, mientras que el ex candidato presidencial Ted Cruz se rehusó a apoyar al candidato de su partido entre abucheos de los convencionistas. Desconozco el número de delegados hispanos que asistieron al cónclave republicano pero sí sé que de los 2470 delegados hubo 18 afroamericanos.
En mis cuatro décadas de practicar el periodismo en Estados Unidos me ha tocado escribir y comentar sobre varias convenciones de ambos partidos pero nunca he sentido la ansiedad que siento ahora. Reconozco que fue histórico atestiguar el triunfo del primer candidato afroamericano a la presidencia en 2008 y en 2012 pero nunca sentí que John McCain o Mitt Romney, los candidatos del partido republicano, presentaban un peligro irremediable a la nación y al mundo como siento ahora con Trump. No comulgué con sus ideas pero respetaba sus convicciones.
Como muchos votantes, yo también estoy harto de los políticos que prometen el oro y el moro, y por eso quiero una presidenta que sin aspavientos cumpla lo que dice y haga lo que le dicte la razón y la experiencia, y creo que esa candidata es Hillary, una mujer cuyo profesionalismo, seriedad, capacidad, experiencia, tenacidad y falta de carisma me recuerda a la Canciller alemana Angela Merkel.
En la oposición lo que veo es un negociante cuyos manejos financieros son tan oscuros como las declaraciones de impuestos que se ha negado a revelar. Detesto sus mentiras, su vulgaridad, el tupé, su falta de escrúpulos, su racismo, su misoginia, su forma de hablar, su egocentrismo y sus turbios vínculos con Vladimir Putin y sus asociados.
En cualquier otro momento de la historia de Estados Unidos el triunfo de Hillary frente a un patán como Trump estaría asegurado. Desafortunadamente ese no es el caso este año. En una época en la que la gente quiere cambio: los de Trump un cambio al pasado y los de Bernie Sanders un cambio al futuro. Hillary es la candidata de la continuidad, la reformista que aseguraría el legado de Obama garantizando el seguro médico para el mayor número de personas posible, una reforma migratoria integral que proteja a los “soñadores” de la deportación, una educación universitaria gratuita, un aumento el salario mínimo y a los impuestos a los más ricos. Por eso votaré por ella.