La Portada | Migrantes en CDMX fundan “Tlahuaití”
Los haitianos se alistan para una estancia larga en el país, por lo que han comenzado a trabajar, rentar y fundirse con la sociedad del oriente de la CDMX. Muchos son profesionistas, pero la falta de un plan de integración los orilla a subemplearse como ayudantes en general
Gredeus Micket es un abogado de 32 años. Antes de llegar a la Ciudad de México trabajaba en un despacho que se especializa en atender disputas por tierras en Gonaïves, la segunda ciudad más importante de Haití. Hoy, por 250 pesos diarios, pica cebolla y cilantro, prepara la salsa y además lava los cazones de las carnitas en la taquería “El Primo” de la colonia Miguel Hidalgo, en Tláhuac.
Chedeline Sillious tiene 24 años. Con su enorme sonrisa y sus trenzas africanas color rosa, ha cautivado a los comensales en el área de cocinas del mercado San Lorenzo Tezonco, en Iztapalapa. Por 280 pesos al día, es la encargada de llevar comida corrida a los locatarios y lavar los trastes. Habla francés, español e inglés, y antes de su llegada a México estudiaba diseño de modas en Puerto Príncipe, la capital haitiana.
Dos casos entre decenas. Desde mediados del año pasado, centenares de haitianos se han incorporado poco a poco a la vida económica y social en colonias de la zona limítrofe de Tláhuac e Iztapalapa. Tras montar su campamento a un costado del Bosque de Tláhuac, los migrantes comenzaron a trabajar, rentar y hasta han tejido relaciones amistosas y románticas con los locales.
La mayoría son “chalanes”. Cargan, limpian y barren, pero bien podrían realizar trabajos profesionales en áreas como la construcción, telecomunicaciones y computación. Sin embargo, la falta de un plan de inclusión y de identificación de habilidades, así como la necesidad de subsistir, ha llevado a los migrantes a subemplearse, lo que representa un “desperdicio” de potencialidades.
“Una característica de la migración haitiana es que tiene niveles de escolaridad mucho más alta que la migración centroamericana”, afirma María Dolores Paris, investigadora del Colegio de la Frontera Norte (Colef) y especialista en movilidad humana.
La experta afirma que, a nivel país, Haití tiene una de las escolaridades más bajas del continente, pero visto de manera individual las personas que llegan a México con intención de ir a Estados Unidos tienen estudios promedio de preparatoria, y muchos cuentan con instrucción profesional.
“Están preparados y son muy emprendedores, lo cual ayuda mucho su adaptación; hablan varios idiomas, han migrado previamente a otros países, tienen muchos conocimientos, y eso les facilita su estancia. Parece que tienen intenciones de quedarse, pero en algún momento le aseguro que se van a ir”, agrega la investigadora.
A pesar del incremento en la llegada a México de haitianos, venezolanos, hondureños, peruanos o ecuatorianos —las nacionalidades que más han crecido— no existe en este momento un mapa que muestre las características de los migrantes, sus habilidades por aprovechar y las necesidades que están demandando; por lo que las microrregiones, como Tláhuac, no cuentan con un panorama para aprovechar sus aptitudes y tampoco se ha proyectado cómo modificarán, a corto y largo plazo, el entorno social, de salud y las economías regionales, a las que ya están aportando en diferentes puntos del país, con remesas y pago de servicios en su entorno, por ejemplo.
Ni Hércules sobrevive en Haití
El molino “San Lorenzo”, a un costado de la parroquia de San Lorenzo Tezonco, se ha convertido en un cónclave de talentos caribeños. Ahí trabajan cuatro haitianos: uno era maestro de música, otro diseñaba programas de computación, uno más daba clases de idiomas y el último es especialista en arreglar motocicletas.
Ulises Tolentino, dueño del molino, comenta que cada uno de los migrantes gana dos mil pesos a la semana, en jornadas diarias que van de 6 de la mañana a 6 de la tarde. Sus labores consisten en lavar maíz, preparar la harina, limpiar la maquinaria y repartir masa en las tortillerías de los alrededores.
“Nosotros aquí no hemos tenido ningún problema con los haitianos. Son personas honestas y trabajadoras. Yo diría que hasta son mejores que los mexicanos, pues a ellos les decimos ‘vamos a limpiar’ y lo hacen, en cambio los chavos de aquí se cansan más rápido”, relata.
El molinero se encontraba describiendo su experiencia, cuando el estruendo de una motocicleta hizo imposible seguir la conversación. A bordo de una Kawasaki llegó Hércules, nativo de Cabo Haitiano, un puerto ubicado al norte de la isla. Se trata de un individuo de 1.90 metros, fornido, quien además de repartir masa por la bulliciosa zona, arregla las motos del patrón.
“Yo tenía mi taller de motos y mi familia tenía unos pequeños ranchos, pero la delincuencia llegó y nos despojó de todo”, cuenta Hércules para ilustrar la anarquía que se vive en Haití desde que el asesinato del presidente Jovenel Moïse, en julio de 2021, hizo que se desataran las actividades criminales. Asegura que ya es imposible distinguir entre políticos y delincuentes, entre policías y asaltantes.
La inestabilidad política y las calamidades naturales (primero el terremoto de 2010, luego el huracán de 2016) se han combinado para hacer de Haití uno de los mayores expulsores de población migrante. De acuerdo con el último reporte de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), entre 2021 y 2023 un total de 111 mil 608 haitianos han solicitado asilo, lo que representa 29% de 385 mil 896 solicitudes recibidas en ese trienio.
Potencial proveniente del caribe
Las colonias ubicadas en los linderos entre Tláhuac e Iztapalapa son populares y se caracterizan por una intensa actividad comercial, con múltiples negocios formales e informales. En los alrededores de las estaciones Periférico Oriente, Tezonco, Los Olivos, Nopalera y Zapotitlán de la Línea 12 del Metro se instalan tianguis todos los días de la semana y pulula el ambulantaje.
Este entorno posibilitó que los haitianos asumieran los trabajos que los locales rechazan, tales como cargadores, limpiadores y ayudantes en general. Pero ellos están calificados para labores mucho más complejas.
“Uno pensaría que la población haitiana, al provenir de un país con altos niveles de pobreza, no tiene mucha calificación, pero tienen una escolaridad incluso superior al promedio de México”, dice Tonatiuh Guillén, excomisionado del Instituto Nacional de Inmigración, doctor en Ciencias Sociales y experto en migración internacional.
“El caso más estudiado es el de la comunidad haitiana en Tijuana, que permaneció varada varios años durante el gobierno de Trump en Estados Unidos. Muchos de ellos eran profesionales, había médicos, ingenieros, docentes; ellos hablan dos o tres idiomas. Y debe ser el caso también de los que están llegando a Tláhuac, pero ese potencial humano que hay en la movilidad ni siquiera lo estamos viendo”, alerta.
Ante los flujos históricos de inmigrantes del Caribe, Centro y Sudamérica, Tonatiuh Guillén se dice partidario de implementar programas de inclusión económica y social, lo cual implica, entre otras cosas, identificar las habilidades y aptitudes de los migrantes para canalizarlos con los sectores productivos, aunque sea de manera temporal.
“No estoy diciendo que sea simple el camino, es un gran desafío que implica coordinación de esfuerzos del gobierno federal y local, así como de empresarios y organizaciones sociales. No hacerlo sería un incumplimiento de nuestro marco jurídico, sería una violación de los derechos de las personas, pero, sobre todo, no hacerlo sería un enorme desperdicio, porque hay gente muy valiosa”, detalla.
Migrantes de carrera larga
Una señal de que los haitianos se están preparando para una estancia larga en Tláhuac e Iztapalapa —mientras esperan la expedición de una protección legal que les permita seguir su trayecto hacia Estados Unidos— es que rentan cuartos y departamentos en un radio de hasta cinco kilómetros alrededor del Bosque de Tláhuac, donde tienen su principal campamento. Aquellos que no tienen familiares en Estados Unidos que les manden remesas o no han logrado conseguir un empleo remunerado, deben permanecer en las casas de campaña, pero quienes tienen un ingreso, pueden alquilar una vivienda con tarifas que oscilan entre tres mil y cinco mil pesos mensuales.
ejecentral tuvo acceso a una vecindad donde se aloja una veintena de haitianos y pudo comprobar que se trata de cuartos sin amueblar de alrededor de tres metros cuadrados. Cada habitación sólo tiene un baño y una estufa, pero carecen de camas, mesas, sillas o alacenas. Los cuartos visitados por este medio son habitados por un promedio de cuatro personas, quienes duermen en colchonetas, guardan sus objetos personales en mochilas y tienen sus trastes en el piso. La mayoría se alimenta con arroz, frijoles, pollo y pan, y su principal pasatiempo es el celular, ya sea para revisar redes sociales o ver videos en YouTube.
“La primera condición que les puse fue no fumar mariguana, no consumir cocaína y no tomar alcohol”, expresa Alejandro Martínez, dueño de la casa donde desde hace tres meses se guarecen los extranjeros. “La verdad es que no sabemos qué ideas traigan ni cómo reaccionen; entonces no puedo correr el riesgo de una riña o un accidente”, añade el casero.
Con el correr de las semanas, Alejandro Martínez se ha dado cuenta de que los haitianos no sólo son puntuales para pagar y acatan las reglas de la vivienda, sino que muestran habilidades para el mantenimiento del inmueble, pues saben de plomería, herrería y colocación de tablaroca. El único incidente que ha tenido el casero es que, por algún tiempo, se dio cuenta que el trato con los migrantes era por tres mil 500 pesos mensuales por el hospedaje de tres o cuatro personas; sin embargo, los haitianos veían la forma de meter más personas, a quienes por separado les cobraban hasta mil pesos.
Paraíso de la informalidad
Los haitianos cuentan con un bosque al que pueden acudir para ejercitarse o recrearse. También tienen cerca sucursales de Banco Azteca, donde recogen las transferencias de sus familiares en Estados Unidos. Y además tienen a la mano dos unidades médicas (el Hospital General de Tláhuac, de la Secretaría de Salud capitalina, y el Hospital General del ISSSTE), a donde pueden acudir en caso de una emergencia.
Pero lo que más retiene a los migrantes haitianos en Tláhuac e Iztapalapa es la tolerancia a la informalidad. En las colonias ubicadas en la frontera entre estas dos alcaldías al oriente de la Ciudad de México predominan bases de los llamados “taxis tolerados”, vehículos irregulares que subsanan la falta de transporte formal en muchas de las colonias populares, y los “bicitaxis”, que instalan bases y rutas a su conveniencia, sin supervisión gubernamental y sin mucho apego al reglamento de tránsito.
En colonias como Del Mar, Agrícola Metropolitana, Nopalera, Los Olivos, El Rosario, Miguel Hidalgo, la Conchita, Santa Anna Poniente, La Estación, San Antonio y San Lorenzo Tezonco son usuales los tianguis de chácharas o de “pulgas”, donde los comerciantes invaden banquetas y avenidas para ofertar objetos de segunda mano.
También por estos rumbos es común que se cierren calles y se monten carpas para fiestas particulares. Las familias ya no tienen reparo en robar un carril de las calles para vender fritangas, postres, cosméticos o ropa usada; los semáforos y sentidos de las calles son “opcionales” y hay poco patrullaje policial, a pesar de una incidencia de robos y de narcomenudeo, que ha ido en aumento en la última década.
“Las comunidades haitianas se mueven mucho por redes sociales”, comenta María Dolores Paris, del Colef. “En septiembre de 2021 había miles de haitianos que llegaron a Piedras Negras-Eagle Pass, pero fue como una llamarada, de un momento a otro, cantidades enormes de haitianos llegaron a un lugar que no es de fácil acceso, pero esto ocurre porque se mandan por WhatsApp la geolocalización, se avisan donde hay poco control migratorio y dónde hay poca presencia de la autoridad”, apunta.
“A veces pensamos que detrás de estas grandes movilizaciones hay polleros o traficantes de personas, pero no siempre es así. Las autoridades no han reparado en lo fácil que es moverse a través de redes sociales. En Facebook, por ejemplo, hay una cantidad enorme de páginas de haitianos con indicaciones sobre cómo llegar a México, cómo cruzar la selva del Darién y cómo encaminarse a la frontera”, detalla Paris.
La paciencia se agota
Son las 6:30 de la tarde y la noche comienza a caer sobre el campamento de haitianos, en la avenida Heberto Castillo, en las inmediaciones del Hospital General del ISSSTE de Tláhuac. Han pasado ocho meses desde que la comunidad caribeña llegó a esta zona de la Ciudad de México para solicitar el estatus de refugiado, pero las autoridades no les han dado respuesta.
El gobierno de la capital cerró el albergue que habilitó durante pocas semanas y la Comar clausuró su módulo de registro, y no hay para cuando se resuelva el estatus migratorio de los aproximadamente mil 200 haitianos que deambulan por la región.
Una de las razones por las que se les ha negado el refugio es que la actual comunidad de haitianos en realidad no está huyendo de su país —donde hay desgobierno y violencia desbordada—, sino que provienen de terceros países como Brasil, Chile y Argentina, de donde salieron por razones económicas, más no humanitarias.
Los isleños comienzan a perder la paciencia y así lo demuestra Richardson Wilkens, un ingeniero en telecomunicaciones que se ha especializado en tecnología 5G. “Yo llevo aquí en las casas de campaña más de tres meses y las autoridades no resuelven nada”, expone el haitiano de 34 años. Asegura que la dilación de las autoridades de migración ha hecho que los haitianos que habitan en el campamento tengan un crudo invierno, pues las temperaturas han llegado a los 0 grados durante las noches y las lluvias repentinas hacen que se mojen la ropa, las cobijas y la comida que almacenan.
“La policía nos molesta mucho, tenemos que pagar la comida más cara y no hay suficiente trabajo para todos”, reclama Richardson, quien ha transitado por República Dominicana, Chile, Argentina y Brasil; en este último país trabajó durante cinco años en la ciudad de Curitiba, en instalación de fibra óptica e internet.
Richardson es uno de los haitianos que mejor habla el español en el campamento de unas 200 casas de campaña, donde los isleños han instalado improvisadas cocinas para preparar legim, una mezcla de arroz, verduras y camarones; también es posible ver una “estética” donde se cortan el pelo, así como pequeños puestos donde venden extensiones de cabello, cosméticos, galletas, golosinas de amaranto y papas fritas.
Los efectos push y pull
Para analizar los fenómenos migratorios, según los especialistas, es preciso identificar las razones que empujan (efecto push) a las comunidades a abandonar sus países de origen o lugares de estancia y los motivos que atraen (efecto pull) la movilidad.
En el caso de los haitianos que se han estacionado en la Ciudad de México, el efecto push es la crisis económica y la xenofobia que se vivió en Brasil durante el gobierno de Jair Bolsonario, así como los actos de racismo en Chile y Argentina.
“En 2015 y 2016, era muy fácil llegar y encontrar trabajo en Brasil, donde se abrieron miles de trabajos en el ramo de la construcción, de cara a los Juegos Olímpicos. Pero cuando terminó el gobierno de Dilma Rousseff, sobrevino un periodo de recesión y muchos migrantes salieron. En el caso de Chile y Argentina, hubo una situación de racismo y una dificultad de integración”, explica la doctora Paris.
Entonces emprendieron la travesía hacia México, primero estimulados (pull) por la recepción que ofreció el presidente Andrés Manuel López Obrador, tras ganar las elecciones de 2018, y posteriormente por las medidas tomadas por Joe Biden, al asumir la presidencia de Estados Unidos, en 2021, cuando se dieron facilidades a los nativos de Haití, Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Aunque los haitianos que arribaron a Tláhuac e Iztapalapa parecen tener intenciones de quedarse, la realidad es que se trata de una comunidad resiliente capaz de permanecer por largos periodos. “No es que se queden, pero sí permanecen por meses y a veces por años, y una particularidad de la migración haitiana, que la diferencia mucho de la centroamericana, es que si se tienen que quedar seis meses, van a conseguir todos los documentos que puedan y van a conseguir trabajo, y a veces hasta van a poner su propio negocio —en Tijuana, por ejemplo, hay restaurantes, peluquerías, reparación de celulares y de computadoras—, pero la verdad es que su meta es seguir su camino hacia Estados Unidos”, expone la investigadora del Colef.
Tensa convivencia
ejecentral recorrió las colonias donde los migrantes haitianos se han incorporado a la vida laboral, en las han tejido redes de amistad con la población local y lo que pudo detectar es que hay respeto hacia los visitantes. La desconfianza inicial se disipó cuando comenzaron a tratarlos como empleados y percibieron que son empeñosos y responsables. Donde se pudo identificar una actitud hostil hacia los caribeños es en la Unidad Habitacional Villa de los Trabajadores, localizada en la avenida Heberto Castillo, justo donde los migrantes tienen su pequeña colonia.
María de la Luz Sosa, representante de la villa ante las Comisiones de Participación Comunitaria de la alcaldía Tláhuac, asegura que los migrantes usaron las áreas verdes de la unidad habitacional para hacer sus necesidades fisiológicas, lo que desató la inconformidad de los vecinos.
“Nos insultan porque un día decidimos cerrar los accesos y sólo permitimos la entrada de los vecinos. Hemos denunciado la situación ante la alcaldía, pero no hacen nada”, expone Sosa, quien agrega que las autoridades locales les dijeron que contrataran seguridad privada.
La representante vecinal acusa que han percibido consumo de drogas y alcohol en las tiendas de campaña, así como riñas entre los propios extranjeros. Jura que no es racismo, pero dice que la reubicación de los migrantes es necesaria, “para que ellos tengan un lugar más digno donde pernoctar, para que los vecinos recobremos la tranquilidad y para que los pacientes del hospital del ISSSTE no tengan problemas de estacionamiento y acceso”.
Haitianos se mimetizan
Raúl Cruz García es un hombre de 68 años que dedicó 20 años de su vida al mantenimiento industrial. Hoy tiene un puesto en el tianguis de Las Torres donde vende y repara bombas hidráulicas. En su juventud migró a Estados Unidos y Canadá en busca de oportunidades de trabajo, con buenas y malas rachas. Hoy tiene a dos haitianos en su negocio. “Yo fui migrante y sé lo que se siente pedir trabajo y que no te lo den. Yo tuve la misma necesidad que hoy tienen los haitianos”, recuerda el comerciante. Uno de sus empleados es Sadrack, de 33 años, originario de Gonaïves. Durante seis años vivió en Chile, donde aprendió el oficio de la carpintería. Desde hace cuatro meses trabaja con don Raúl, quien ya le enseñó a reparar bombas.
Al preguntarle los motivos de su salida de Haití, responde que “el gobierno es malo, está lleno de corrupción”. Recuerda que mientras vivía en la isla, la policía despojó a su familia de sus propiedades. Con esposa y una hija de nueve años, Sadrack comenta que tiene la meta de llegar a Estados Unidos, pero “si la vida va bien, podría quedarme en México”.
En el mismo tianguis de las Torres, Verónica Carrisales tiene un puesto de juguetes y playeras. Son dos personas las que atienden el negocio y no había necesidad de contratar a un inmigrante, pero afirma que, por humanidad, decidió emplear a uno de ellos.
Se llama Emmanuel Delphonse y se rehúsa a posar para la cámara del fotógrafo de ejecentral. Su empleadora lo describe no sólo como una persona honrada y trabajadora, sino que no tiene vicios. Verónica cuenta que, cada que puede, le recomienda a los mexicanos que fuman no hacerlo porque “el cigarrillo causa mucho daño”.
Algunos clientes del tianguis ya saben saludar en francés, mientras que los empleados haitianos ya se animan a gritar: “¡Pásele, pásele… Bara, bara..!” En las canchas del bosque, los niños locales ya juegan futbol con los hijos de los haitianos, y éstos ya dicen “¡No manches!” con bastante fluidez. Y por las calles cada vez es más frecuente ver a parejas mexico-caribeñas. Parece la fundación de una nueva comunidad que podría llamarse “Tlahuaití”.
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