“Todas las mañana al alba, mi corazón es fusilado en #Ayotzinapa”: Oscar Chávez
@elensal
La batalla de la tristeza. Un abrazo con la muerte Muchas veces he vuelto a la casa de mis padres para atestiguar con desánimo el deterioro de mi pueblo. Como a un amigo tras años de sufrir, lo encuentro triste; porque cientos de familias siguen llorando a sus muertos, secuestrados, desaparecidos. Veo una localidad gris y con pobre crecimiento. Difícil estar de otra manera, si buena parte de la fuerza de trabajo migró, falleció, envejeció o simplemente se hartó y hoy, con aburrimiento, se le va la vida desde la mecedora del portal de su casa, saludando por costumbre a gente que ya ni conoce. También las calles están más sucias porque la barredora mecánica del municipio, dicen algunos vecinos, está cumpliendo funciones en los ranchos de funcionarios públicos. Da igual a qué ciudad o estado me refiero, porque la historia se repite. El infierno de Luis Estrada describe muy bien esta dramática escena. ¿Habrán rodado la película en mi pueblo?
La reciente visita a la casa de mi niñez fue con motivo del Día de Muertos y, por fin, encontré una empresa lícita que ha tenido éxito. En menos de una década, este “negocio”, a diferencia de otros tantos del lugar, cuadruplicó sus activos. Lo vi lleno de clientes. A leguas se advierte que sus estados financieros están en números bien azules: crecimiento en ingresos y en utilidades. Ni para expandirse piden préstamos. ¿Estarán planeando cotizar en la bolsa? Tienen mínima rotación de usuarios y hasta algunas otras “pymes” florecen a sus expensas, como la venta de flores, comida, servicios de limpieza. Sí, el panteón de mi pueblo está más boyante que nunca (y las funerarias otro tanto). Además, la expansión continúa: están pensando en adquirir los predios colindantes, porque el metro cuadrado de cementerio cuenta con mayor demanda y plusvalía.
Hace treinta años era difícil imaginar el declive de una Entidad Federativa con prósperas costas y fértiles tierras. ¿Qué sucedió? Además de la violencia, derivada del narcotráfico y otros tantos males como el saqueo político, los ejidatarios ―pequeños propietarios― se vieron obligados a deshacerse de las tierras. Primero, por hambre. Después, porque insumos y maquinaria son caros y alto el riesgo de perder el cultivo. El tiro de gracia lo reciben al vender la cosecha, ya que con frecuencia el precio en el mercado es bajo y, siempre, «trae basura, plagas, humedad» o cualquier otro pretexto del comprador para pagar menos. Es cierto, las “parcelas” continúan trabajándose, pero por los dueños de los grandes capitales que dejaron de tenerlas durante unos años. Dinero sigue habiendo, en las manos de pocos. Los cacicazgos tienen variantes, pero nunca se han ido. ¿Y los pescadores? Las políticas públicas también favorecieron a los grandes productores, quienes poseen barcos para navegar en altamar. Poco puede conseguir quien tiene una pequeña “panga”. Aun así, son escalofriantes las historias de cómo arriesgan la vida para adentrarse en el mar, con más valentía y hambre que pescado y mariscos en sus contenedores.
La batalla irrenunciable #Yamecansé
¿Qué hacer ante un panorama como el recién expuesto? Sabemos que en nuestro país hay ciudades con perspectivas más promisorias, pero emigrar no es la solución porque violencia, impunidad, narcotráfico, corrupción, deficiente educación, salud, economía y un largo y amplísimo etcétera son ―con mayor o menor intensidad― problemas nacionales que a todos afectan. No es gratis la calificación reprobatoria asignada por el Banco Mundial a México en gobernabilidad (Cfr. WGI 2014).
Artículos con tanto impacto como el del periodista Jorge Ramos “La renuncia de Peña Nieto” (Reforma) o el de Francisco Goldman “¿Podrán 43 estudiantes detonar una revolución?” (The New Yorker), las declaraciones de Eugenio Derbez y Fher Olvera (vocalista del grupo Maná), ampliamente difundidas en redes sociales sobre la incapacidad del gobierno para hacer frente a las atrocidades de Guerrero, manifiestan una sociedad desesperada y en pie de lucha. El dolor es de magnitudes históricas. La sacudida de conciencia que nos han dado los 43 estudiantes de Ayotzinapa, aún desaparecidos, es una gran oportunidad para dar la batalla los soldados que no hemos sido. Por los 43 normalistas y por los millones más victimizados. La revolución es urgente. «Llevamos viviendo años muy duros… Lo de Iguala debe marcar un antes y un después. Debe ser un basta», dijo Joan Manuel Serrat a El Universal.
¿Abarca, Pineda, Aguirre, Blanco, López Obrador, Zambrano, Mazón? Encontrar a los culpables es necesario, pero no es la intención de estos párrafos. En cambio, sí interesa hablar de responsabilidades, sobre a quién corresponde enderezar el rumbo. El México pacífico, en el que impere la legalidad, con oportunidades de desarrollo en todos sentidos para su población, se consolidará únicamente a través de la sociedad organizada. Los partidos políticos también son responsables, pero sus esfuerzos se han centrado en ganar espacios en las elecciones, y ahora se encuentran en una de sus peores crisis de credibilidad. La clase política también es responsable, pero los empeños de la mayoría radican en mal administrar un cargo, ocupar otra silla o defenderse, explicando por qué no hicieron el trabajo que les correspondía. Las policías y las organizaciones militares también son responsables, pero la contaminación las alcanzó. Las agrupaciones religiosas no llevarán la batuta del cambio porque “su reino no es de este mundo” y aunque cuentan con representantes que son ejemplares en la lucha social, aún son pocos. Tampoco sacarán adelante a nuestro país las grandes fortunas, porque están muy contentas con el México actual que tantos ingresos les genera. La solución exige la irrenunciable participación ciudadana de quienes integramos la sociedad civil.
Somos los ciudadanos quienes debemos sacar adelante a México, o no lo saca nadie. A nuestro alcance está el diálogo, el activismo social, la filantropía, la expresión de opiniones, el señalamiento firme de lo que está mal, las redes sociales, la obligación de estar bien informados y formados, de apagar la televisión ante los contenidos falsos o de mala calidad, la denuncia, la agrupación, el voto, la práctica consciente, seria e individual de las virtudes. De esto hablaremos en la siguiente edición de nuestra columna.
“Además de estar pensando en adelgazar y acumular centavos, ya va siendo hora de que nos pongamos a trabajar”, zanjó sin titubeos don Guillermo Rías.
Con cariño para Andrés y para su abuelo, principio y fin de esta líneas.